La parte más formal de la superestructura descrita por Marx,
es sin dudas la que comprende la formación jurídico- política, es la que hace a
la forma en que una parte de la sociedad gobierna al conjunto. Que gobernar sea
“una tarea imposible” como diría Freud no significa que no se lo intente. En
ese intento se muestra la forma más descarnada de la belicosidad y agresividad
de los que a toda costa intentan dominar para su propio beneficio al conjunto
de cualquier formación social. El poder de tal forma no es algo que emerja como
resultado de vaya a saber qué oscura condición humana. El poder existe para la
dominación concreta. Hoy ante mucha lectura foucaultiana, o nietzscheana, en el
seno de los movimientos populares, habría que señalar que el poder no puede ser
una institución metafísica, porque su propia función es tremendamente material,
y acorde a la producción y reproducción de determinados estándares de la vida social. Jean
Baudrillard discrepaba con Foucault en cuanto a cómo interpretar la visión del
poder en Nietzsche. El poder en verdad es una perspectiva, es un simulacro que
deviene de la seducción ineludible que produce el hecho de que el poder desafíe
a la muerte. El poder así es nada –obviamente que no lo es-, y eso hace que
valga quien puede proponer una opción para enfrentarlo a sabiendas de que
detrás no hay omnipotencia. Marx descubrió en la formación social capitalista,
que a pesar del poder reinante había un sujeto potencialmente superior, el
proletariado, que podía tomar las riendas de la sociedad y llevarla a un destino
de excelencia. Es conocida la frase de Mao cuando aseveraba que los
imperialistas eran tigres de papel. Ni
Marx ni Mao lo dijeron pensando que ello no era verdad, o en todo caso como un
discurso para hacer ganar confianza, lo dijeron porque vieron en las fuerzas en
las que apoyaban sus tesis que derrotar a los poderosos era posible. Por eso el
poder puede ser permeable.
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