2014/04/20

El latifundio es la herencia maldita del régimen colonial

La gran propiedad terrateniente es uno de los fundamentos del atraso relativo de las naciones latinoamericanas.
Artigas y la tierra. El líder oriental propuso uno de los primeros
 planteos revolucionarios que apuntaba a terminar
con el predominio de la oligarquía terrateniente.
“En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho al sufragio? Jamás seremos libres si nuestras instituciones no son justas.” 
Bernardo de Monteagudo
Hace dos siglos se producía la ruptura de los pueblos americanos con la corona española. Pero lejos de llevarse adelante una verdadera revolución, durante el tiempo subsiguiente se preservó una estructura económica y social no muy diferente a la de los tiempos de la colonia. Los principios revolucionarios de los principales protagonistas de las jornadas emancipatorias cayeron en saco roto, y lejos de alcanzarse los sueños libertarios de Bolívar, San Martín, Monteagudo, Moreno o Sucre, prevalecieron las posiciones de todos aquellos que ajustaron la realidad regional a una nueva sujeción imperial. Hoy podría decirse que renegociaron la dependencia, para preservar sus principales beneficios de clase, que ya ostentaban en los tiempos coloniales.
Si el primer intento emancipatorio tenía como objetivo –en las ideas de sus principales artífices– desarrollar una gran nación americana, autónoma y soberana, a tono con los avances de las fuerzas de la producción económica, tal como se empezaban a desarrollar en Europa, con el reciente advenimiento de una burguesía que por ese entonces marcaba el principal camino de progreso de la humanidad, los revolucionarios locales, no solamente veían la posibilidad concreta de construir una pujante nueva nación, sino que simultáneamente eran partidarios de romper con todas las ideas oscurantistas y conservadoras del tiempo virreinal. Realizar un balance de por qué ese primer intento fue derrota, debiera hoy interrogar a los ciudadanos de la región, como una marca que permita delimitar el trazo estratégico de un nuevo intento. Lejos de intentar dicho balance crítico, se intentará en lo que sigue, proseguir con la cuestión agraria latinoamericana, como uno de los núcleos duros, de por qué la perspectiva emancipatoria no llegó a prosperar. Fundamentalmente, la existencia del latifundio como formación específica, que impidió el desarrollo de una burguesía progresista y transformadora, un empresariado con iniciativas propias que no quedase reducido al único rol de intermediario entre los latifundistas y los principales agentes imperiales.
El latifundio. En la América precolombina hubo regímenes de explotación y tenencia de la tierra. Aunque muchas etnias aborígenes eran principalmente pueblos nómades y cazadores, prevalecieron los grandes imperios: inca, azteca y maya, que constituyeran no sólo el modo de producción dominante del continente, sino también el blanco principal de los conquistadores españoles. De todas formas, rastrear históricamente la conformación del latifundio como rasgo principal de las formaciones económico-sociales en Latinoamérica, está referido en primer lugar a las formas de colonización que tuvieron tanto España como Portugal en esta parte del mundo. Lejos de un debate sobre todo árido y de improbables certezas, sobre si la economía del virreinato era de tipo feudal o desde sus inicios ya implicaba la presencia del capitalismo, lo que sí se puede aseverar es que la existencia de grandes y extensas concentraciones de tierra en pocas manos, sumada la existencia de una elite portuaria compradora-vendedora, que nunca pudo constituirse en industrial, marcó a fuego un patrón económico de acumulación capitalista pero con sujeción a las economías más desarrolladas.
A diferencia de los Estados Unidos, en Latinoamérica no se tocó la propiedad de la tierra tal como se estructuró en el tiempo de la colonia. Tras la Guerra de Secesión, en los Estados Unidos, el Norte suprimió al latifundio esclavista del Sur e implementó un régimen de colonización del Oeste que no permitía que los colonos pudiesen tener propiedades mayores a 100 acres (89 hectáreas). Esto –si se quiere– funcionó en el país del Norte como una reforma agraria que posibilitó un acceso más democrático a las tierras y al trabajo agrícola, principalmente de forma familiar.
El terrateniente –según asevera el historiador León Pomer en su libro Continuidades y rupturas. De la Colonia a Mayo–, siendo producto dilecto de la sociedad colonial, es “especialidad” española. Señala Pomer que el latifundio en España fue el resultado de la Reconquista, es decir, de la recuperación de las tierras peninsulares –que estaban en poder de los musulmanes–, por parte de los reinos cristianos. Un proceso de guerra prolongada y discontinua que se extendió desde el Siglo VIII al XV, cuando los denominados Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492 tomaron Granada. El latifundio se constituía de esa forma como parte constitutiva de la conquista y apropiación gradual del territorio. Algunos autores sostienen que durante el tiempo de la conquista del nuevo mundo, en España solamente entre el 2 y el 3% de los propietarios (incluso están los que aseguran que sólo el 1,65 %) eran los poseedores del 97% del suelo de la península. Los grandes latifundios eran propiedad de los dignatarios de la Iglesia, de las órdenes laicas y religiosas, de los nobles y los municipios. La gran propiedad territorial representaba así una fuente de renta desorbitante y un signo de grandeza. Por esta razón, muchos grandes mercaderes emergentes intentaban quitarle a la realeza las grandes propiedades de tierras, y constituirse así en clase nobiliaria; mientras que los pobres de la península tenían algunas tierras realengas, en las altas montañas. De tal forma la gran propiedad territorial se oponía a la pequeña propiedad agrícola que además de ser mal vista, gozaba de mala prédica.
Si la corona española durante la conquista hizo un traslado al nuevo continente de sus características principales como formación social, fue el latifundio una de esas típicas formaciones. Por otro lugar invadió y masacró a las principales civilizaciones precolombinas, como fueron la de los aztecas y los incas, para apropiarse de los metales preciosos que estos pueblos extraían de las grandes montañas. Según las creencias de los conquistadores, exterminar a los pueblos originarios de las Indias era lo más conveniente, ya que siendo paganos, consideraban que les redimían el alma. Era ésta la justificación ideológica del acto de masacrar. La conquista del desierto llevada adelante por el general Julio Roca, varias décadas después de Mayo de 1810, demuestran a las claras que ese tipo de ideología seguía casi intacta, y que los motivos por los cuales lo hacían era el de expandir sus privilegios económicos. Una muestra muy clara de que los ideales libertarios de los revolucionarios de mayo habían sido completamente derrotados, no solamente en relación con el desarrollo de un nuevo tipo de modo de producir, sino también en cuanto a aplastar y sustituir las ideas dominantes del tiempo virreinal.
Artigas y la reforma agraria. Tal como señalara Eduardo Galeano en el ya clásico Las venas abiertas de América latina habían sido “los desposeídos quienes realmente pelearon –cuando despuntaba el Siglo XIX–, contra el poder español en los campos de América” pero pese a eso, la supuesta independencia no los recompensó. Lejos de producirse los cambios que proponían los revolucionarios, los dueños de la tierra y los grandes mercaderes incrementaron sus ganancias, y habiendo caído los cuatro virreinatos españoles, el continente se fragmentó en múltiples países, cayendo en saco roto la idea de construir la gran nación americana del Sud. “¿Pero qué burguesía nacional era la nuestra, formada por los terratenientes, los grandes traficantes, comerciantes y especuladores, los políticos de levita y los doctores sin arraigo?” se pregunta Galeano en la obra señalada, y se responde: “Las burguesías de estas tierras habían nacido como simples instrumentos del capitalismo internacional, prósperas piezas del engranaje mundial que sangraba a las colonias y a las semicolonias. Los burgueses del mostrador, usureros y comerciantes, que acapararon el poder político, no tenían el menor interés en impulsar el ascenso de las manufacturas locales, muertas en el huevo cuando el libre cambio abrió las puertas a la avalancha de las mercancías británicas. Sus socios, los dueños de la tierra, no estaban, por su parte, interesados en resolver la cuestión agraria, sino a la medida de sus propias conveniencias. El latifundio se consolidó sobre el despojo, todo a lo largo del siglo XIX”. Según el autor uruguayo se llegó a padecer “frustración económica, frustración social, frustración nacional: una historia de traiciones sucedió a la independencia y América latina, desgarrada por sus fronteras, continuó condenada al monocultivo y a la dependencia” aunque “la reforma agraria fue, en la región, una bandera temprana”. La bandera del caudillo oriental José Gervasio de Artigas, quien a contramano de las políticas que llevaba adelante por ese entonces Buenos Aires se propuso revolucionar las relaciones de producción en el campo de la provincia oriental y el resto de las provincias hoy argentinas (Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Corrientes) que integraban la Confederación de los Pueblos Libres, que encabezaba precisamente Artigas. Si bien la implementación en 1815 del denominado Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados (ver abajo recuadro 1), fue el resultado concreto de la lucha artiguista contra los imperios español y portugués de forma simultánea, y en contraposición a los designios del gobierno centralista porteño a quien luego también enfrentó; llevó a rajatablas algunos de los principales postulados del Plan Revolucionario de Operaciones, escrito por Mariano Moreno. En el Plan, Moreno subrayaba en los apartados 7º y 8º (ver abajo recuadro 2) algunos de los elementos principales que darían vida al Reglamento agrario de la provincia oriental.
En 1811, el entonces gobernador de la provincia oriental Javier de Elío, quien luego fuera nombrado como Virrey del Río de La Plata, le declara la guerra a la Junta revolucionaria creada en Mayo con sitio en Buenos aires. De esta forma, el 18 de mayo de 1811 Artigas, encabezando su ejército popular derrota a los realistas en el combate de Las Piedras y comienza el sitio a Montevideo. La elite porteña veía con preocupación la labor desarrollada por el caudillo oriental, pues temía que su ejemplo se expandiera de este lado del Río de la Plata. Una burguesía intermediaria y mercantil, asociada a los grandes terratenientes no veía con buenos ojos el reparto de tierras y ganado, que si bien eran expropiados a los realistas; más allá de la denominación o de las banderas, la elite porteña en términos objetivos no era demasiado diferente de los españoles derrotados. Esa burguesía (conformada por contrabandistas y mercaderes ingleses) propició el advenimiento del Primer Triunvirato, y el confinamiento de los principales líderes revolucionarios. Por esta razón, en octubre de 1811 el primer Triunvirato pacta con Elío el retiro de las tropas y declara a Artigas como traidor, poniéndole a su cabeza el precio de 6 mil pesos. Fue allí, que replegándose en Entre Ríos Artigas reagrupa fuerzas y se constituye en el protector de los Pueblos Libres. El enfrentamiento con Buenos Aires ya era un hecho ineludible por parte de todas las provincias mesopotámicas que siguieron a Artigas.
Cuando en 1815 las tropas de los Orientales recuperaron Montevideo, que estaba por ese entonces bajo la tutela de los porteños, Artigas convoca en Concepción del Uruguay (Entre Ríos) al Congreso de los Pueblos Libres. El documento político fundamental es el Reglamente de Tierras y de Fomento de la Campaña emanado de Purificación en 1815 y presentado ante dicho Congreso.
Vale precisar que la presentación de ese proyecto de reforma agraria para la Banda Oriental, en un congreso con las demás Provincias “debe ser entendido como la presentación concreta, para la provincia más atrasada y que más había sufrido en el curso de la guerra, de un proyecto de ordenamiento e impulso de la producción que se basaba en principios de justicia social y en la búsqueda de un desarrollo económico soberano”, sostienen desde su portal las Comisiones Unitarias Antiimperialistas del Uruguay (Comuna).
Este proceso de conformación de pequeños y medianos productores agropecuarios no prosperó, ya que Artigas fue derrotado, y siguió prevaleciendo la presencia dominante del latifundio y el poder de los terratenientes, con lo cual el desarrollo de nuevas fuerzas productivas no resultaba lo más indicado para una burguesía que desde su nacimiento se caracterizó por el parasitismo.
Este abordaje de la cuestión de las tierras en la región del Río de la Plata es un indicador bastante aleccionador del comportamiento casi lumpen de las burguesías hispanoamericanas, que siempre tuvieron como principales socios a los terratenientes y los agentes imperiales, y muy poco interés por desarrollar otra matriz productiva.
En una próxima entrega sobre la cuestión agraria, Miradas al Sur abordará los intentos de reforma de la propiedad territorial durante el Siglo XX.
El reglamento artiguista para el campo
Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados (fragmento)
1º. El señor alcalde provincial, además de sus facultades ordinarias, queda autorizado para distribuir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario, siendo el juez inmediato en todo el orden de la presente instrucción.
2º. En atención a la vasta extensión de la campaña podrá instituir tres subtenientes de provincia, señalándoles su jurisdicción respectiva y facultándolos según este reglamento.
6º. Por ahora el señor alcalde provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la provincia.
7º. Serán también agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros, y estos a cualquier extranjero.
12º. Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia para poseer sus antiguas propiedades.
15º. Para repartir los terrenos de europeos o malos americanos se tendrá presente si estos son casados o solteros. De éstos todo es disponible. De aquellos se atenderá al número de sus hijos, y con concepto a que no sean perjudicados, se les dará bastante para que puedan mantenerse en lo sucesivo, siendo el resto disponible, si tuvieran demasiado terreno.
16º. La demarcación de los terrenos agraciables será legua y media de frente, y dos de fondo, en la inteligencia que puede hacerse más o menos extensiva la demarcación, según la localidad del terreno en el cual siempre se proporcionarán aguadas, y si lo permite el lugar, linderos fijos; quedando al celo de los comisionados, economizar el terreno en lo posible, y evitar en lo sucesivo desavenencias entre vecinos.
Mariano Moreno
El Plan de Operaciones de los jacobinos de Mayo
Plan Revolucionario de Operaciones, de Mariano Moreno (fragmento).
7ª Debemos igualmente hacer publicar en todos los pueblos que a todas las familias pobres, que voluntariamente quisiesen trasladarse a la Banda Oriental y a las fronteras a poblar, se les costeará el viaje, dándoles las carretas y demás bagajes para su transporte y regreso, y contemplándoles como pobladores, se les darán terrenos a proporción del número de personas, que comprenda cada familia, capaces y suficientes para formar establecimientos, siembras de trigo, y demás labores, y esto por el término de diez años, que serán los precisos que deberán habitarlos, y pasado dicho término, podrán venderlos o enajenarlos como más bien les pareciere, sin que el valor de dichas tierras tengan que abonarlo.
Que para el efecto y fomento se les suministrará, en los dos primeros años, con algunas fanegas de distintos granos, algunas yuntas de bueyes y vacas, para sus establecimientos, y asimismo algunas yeguas y caballos, supliéndoles para la fábrica de sus moradas doscientos o trescientos pesos, según lo que dispusiere en esta parte el Superior Gobierno, como igualmente las herramientas precisas para sus labores, quedando exentos en el dicho término de diez años, cualquiera de tales familias, de servir en las milicias, ni en ningún otro cargo que pudiera perjudicarles, y en la misma forma, en dicho término, serán exceptuados de toda contribución y derecho de cualquier fruto que vendan o introduzcan, en cualquiera pueblos o provincias, dependientes del Gobierno Americano del Sud.
8ª En los mismos términos y en igual forma, bajo las mismas proposiciones, debe de proponerse este mismo convenio a las familias pobres de la Banda Oriental de Montevideo y Capital de Buenos Aires, que quieran ir a poblar a los territorios del Río Grande, para de esta manera introducir en dichos destinos el idioma castellano, usos, costumbres y adhesión al Gobierno, pues ya en estas circunstancias se deberá haber allanado todas las dificultades, y, levantando nuestra bandera en aquellos destinos, declararlos como provincias unidas de la Banda Oriental y Estado.

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