El macrismo no deja de avanzar sobre las organizaciones y
movimientos que responden a los sectores populares. Revertir la actual
situación que es de una extrema complejidad, debiera provocar el ingenio y la
creatividad del activismo social y sus intelectuales.
Por Osvaldo Drozd*
Si bien el gobierno de
Macri logró en las últimas elecciones incrementar su adhesión electoral y
consolidar su autoridad no se puede decir que los diferentes sectores populares
se hayan mantenido inmóviles. A lo largo de los últimos dos años hubo un nivel
bastante alto de movilización. Los primeros meses de este año fueron de intenso
movimiento e incluso desde el oficialismo –aunque lo nieguen- promovieron la
marcha del 1A para contrarrestar el efecto del incremento de la movilización
popular. La composición de la misma es principalmente social, sindical, de DDHH
con la participación del vasto espectro de las organizaciones políticas del
campo popular. A excepción de marchas lideradas por sectores puntuales como
docentes, movimientos feministas, etc., se puede afirmar que ninguna fuerza
política puede atribuirse la conducción del proceso de movilización. En tal
sentido, lo actual –en cuanto configuración política- se asemeja bastante a la
resistencia protagonizada por los diferentes movimientos sociales a lo largo de
los ’90 y principios de este siglo. El kirchnerismo a lo largo de 12 años de
gobierno no pudo construir una fuerza política y social que unifique a las
diferentes expresiones sociales de base que hubiera permitido construir una
hegemonía. El peronismo antes de 2003 había perdido su base histórica y
movilizada. Le quedaban sólo poderosos aparatos sindicales y punteros barriales
que en sus territorios habían sido desplazados por movimientos piqueteros que
gestionaban con mayor eficacia la ayuda social del Estado. Cada organización
política tenía –sigue teniendo- su propio movimiento de desocupados, cosa que
objetivamente debilita e imposibilita una eventual unificación del sector.
La falta de una organización política que unifique a los
diferentes movimientos de base y de masa resulta un problema casi insoluble en
nuestro país. En 2003 el perfil político del kirchnerismo no hubiera sido
posible sin la existencia previa de un poderoso aunque fraccionado movimiento
social de resistencia. A pesar de sumar a algunos movimientos sociales,
sindicales y principalmente de DDHH, el kirchnerismo no pudo lograr convertirse
en la representación completa de los vastos sectores sociales que en 2001
pronunciaran “Qué se vayan todos”. La concepción muchas veces sectaria de las
diferentes izquierdas partidarias no ayudó a resolver esa ecuación como tampoco
el abstencionismo de lo que se denomina izquierda social. Tal vez habría que
ser mucho más exhaustivo en este análisis. De todas maneras existen
determinados sectores sociales que vislumbraron siempre el problema pero no
tuvieron la suficiente osadía para resolverlo. En 1997 cuando se imponía la
creación de una fuerza de trabajadores con la CTA y el MTA a la cabeza, ambos
bloques prefirieron aportar a la constitución de la Alianza de radicales y
frepasistas. Es bueno señalar que en el acta fundacional del Congreso de los
Trabajadores Argentinos del ’91 en Burzaco, se proponía la conformación de una
nueva herramienta de acumulación política. Esto nunca se produjo o en todo caso
la propuesta quedó reducida a ser otra variante de la izquierda electoral.
Lo electoral
Hoy se dice que nadie es dueño de los votos. El nivel de adhesión
electoral que una fuerza obtenga en determinados comicios nadie la tiene
sujetada por siempre. La repetición de determinadas elucubraciones sobre
política como la señalada, no hace más que producir un sentido de realidad que
como tal no deja de pertenecer al ideario hegemónico. Un ideario que priva al
activismo político y social de herramientas para llevar adelante una actividad
transformadora. De esta forma, la posibilidad de llevar adelante un proyecto
determinado ya no tendría que ver con la acumulación organizada de voluntades,
sino con una cierta espontaneidad manipulada del sufragio a la que se le
endilga un mix de ingenuidad y mala voluntad propia de una clase media banal.
Esto último no deja de tener anclaje real pero habría que precisar que ese
anclaje es el resultado de haber dejado a gran parte de la sociedad a la buena
de Dios. Medidas económicas progresivas demostraron que no alcanzan para ganar
voluntades, mucho más cuando el grueso de la ciudadanía no percibe sus mejoras
sino como resultado de esfuerzos y logros individuales, y no como efecto de una
nueva situación económica. Al revés es lo mismo, el empeoramiento se percibe de
la misma manera. Por esa razón el actual gobierno no lo sufre.
Los acontecimientos recientes, muestran que el desplazamiento de
las adhesiones electorales es una realidad incontrastable. Los resultados electorales
de los últimos diez años muestran esa constante. Algunos creen que es un efecto
de las elecciones de medio término, aunque la volatilidad del sufragio hay que
verla principalmente como la falta de una adhesión orgánica a un proyecto. Hoy
desde algunas organizaciones del campo popular no se deja de desdeñar a gran
parte de la ciudadanía por haber votado a sus propios verdugos. Lo que no se
tiene en cuenta al respecto es la responsabilidad propia por no impedir dicha
fuga. Si bien en la actualidad no es posible hacer política más que dentro de
la escena democrática lo que no se debiera perder es la comprensión general de
los diversos planos en los que la política es posible. No se trata solamente de
la actividad electoral sino en primer lugar de la labor gris y cotidiana de
organizar una fuerza. Ir más allá del macrismo hoy pareciera una quimera. Bajo
un formato “democrático” avanza cada vez más por un camino extremadamente
autoritario en donde entre ser oposición y estar fuera de la ley, forman parte
de un par que se encuentra separado por una frontera sinuosa y permeable. Esto
se percibe en la represión permanente a la movilización popular como a la
persecución sistemática de figuras opositoras. La complicidad judicial y
mediática conforman junto al ejecutivo un sólido bloque de poder que no será
tan fácil desmontar ganando una elección. Hoy los sectores populares se
encuentran en una orfandad extrema. Revertir esta situación es tarea de los
militantes pero también de los intelectuales comprometidos, ya que el blitzkrieg neoliberal ha
trastocado certezas que se tenían hasta hace muy poco. Un intelectual orgánico
y colectivo resulta imprescindible.
Berisso, 26 de diciembre de 2017
*Periodista
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