2017/12/31

La crisis del campo popular

El macrismo no deja de avanzar sobre las organizaciones y movimientos que responden a los sectores populares. Revertir la actual situación que es de una extrema complejidad, debiera provocar el ingenio y la creatividad del activismo social y sus intelectuales.

Por Osvaldo Drozd*

Si bien el gobierno de Macri logró en las últimas elecciones incrementar su adhesión electoral y consolidar su autoridad no se puede decir que los diferentes sectores populares se hayan mantenido inmóviles. A lo largo de los últimos dos años hubo un nivel bastante alto de movilización. Los primeros meses de este año fueron de intenso movimiento e incluso desde el oficialismo –aunque lo nieguen- promovieron la marcha del 1A para contrarrestar el efecto del incremento de la movilización popular. La composición de la misma es principalmente social, sindical, de DDHH con la participación del vasto espectro de las organizaciones políticas del campo popular. A excepción de marchas lideradas por sectores puntuales como docentes, movimientos feministas, etc., se puede afirmar que ninguna fuerza política puede atribuirse la conducción del proceso de movilización. En tal sentido, lo actual –en cuanto configuración política- se asemeja bastante a la resistencia protagonizada por los diferentes movimientos sociales a lo largo de los ’90 y principios de este siglo. El kirchnerismo a lo largo de 12 años de gobierno no pudo construir una fuerza política y social que unifique a las diferentes expresiones sociales de base que hubiera permitido construir una hegemonía. El peronismo antes de 2003 había perdido su base histórica y movilizada. Le quedaban sólo poderosos aparatos sindicales y punteros barriales que en sus territorios habían sido desplazados por movimientos piqueteros que gestionaban con mayor eficacia la ayuda social del Estado. Cada organización política tenía –sigue teniendo- su propio movimiento de desocupados, cosa que objetivamente debilita e imposibilita una eventual unificación del sector.

La falta de una organización política que unifique a los diferentes movimientos de base y de masa resulta un problema casi insoluble en nuestro país. En 2003 el perfil político del kirchnerismo no hubiera sido posible sin la existencia previa de un poderoso aunque fraccionado movimiento social de resistencia. A pesar de sumar a algunos movimientos sociales, sindicales y principalmente de DDHH, el kirchnerismo no pudo lograr convertirse en la representación completa de los vastos sectores sociales que en 2001 pronunciaran “Qué se vayan todos”. La concepción muchas veces sectaria de las diferentes izquierdas partidarias no ayudó a resolver esa ecuación como tampoco el abstencionismo de lo que se denomina izquierda social. Tal vez habría que ser mucho más exhaustivo en este análisis. De todas maneras existen determinados sectores sociales que vislumbraron siempre el problema pero no tuvieron la suficiente osadía para resolverlo. En 1997 cuando se imponía la creación de una fuerza de trabajadores con la CTA y el MTA a la cabeza, ambos bloques prefirieron aportar a la constitución de la Alianza de radicales y frepasistas. Es bueno señalar que en el acta fundacional del Congreso de los Trabajadores Argentinos del ’91 en Burzaco, se proponía la conformación de una nueva herramienta de acumulación política. Esto nunca se produjo o en todo caso la propuesta quedó reducida a ser otra variante de la izquierda electoral.

Lo electoral

Hoy se dice que nadie es dueño de los votos. El nivel de adhesión electoral que una fuerza obtenga en determinados comicios nadie la tiene sujetada por siempre. La repetición de determinadas elucubraciones sobre política como la señalada, no hace más que producir un sentido de realidad que como tal no deja de pertenecer al ideario hegemónico. Un ideario que priva al activismo político y social de herramientas para llevar adelante una actividad transformadora. De esta forma, la posibilidad de llevar adelante un proyecto determinado ya no tendría que ver con la acumulación organizada de voluntades, sino con una cierta espontaneidad manipulada del sufragio a la que se le endilga un mix de ingenuidad y mala voluntad propia de una clase media banal. Esto último no deja de tener anclaje real pero habría que precisar que ese anclaje es el resultado de haber dejado a gran parte de la sociedad a la buena de Dios. Medidas económicas progresivas demostraron que no alcanzan para ganar voluntades, mucho más cuando el grueso de la ciudadanía no percibe sus mejoras sino como resultado de esfuerzos y logros individuales, y no como efecto de una nueva situación económica. Al revés es lo mismo, el empeoramiento se percibe de la misma manera. Por esa razón el actual gobierno no lo sufre.

Los acontecimientos recientes, muestran que el desplazamiento de las adhesiones electorales es una realidad incontrastable. Los resultados electorales de los últimos diez años muestran esa constante. Algunos creen que es un efecto de las elecciones de medio término, aunque la volatilidad del sufragio hay que verla principalmente como la falta de una adhesión orgánica a un proyecto. Hoy desde algunas organizaciones del campo popular no se deja de desdeñar a gran parte de la ciudadanía por haber votado a sus propios verdugos. Lo que no se tiene en cuenta al respecto es la responsabilidad propia por no impedir dicha fuga. Si bien en la actualidad no es posible hacer política más que dentro de la escena democrática lo que no se debiera perder es la comprensión general de los diversos planos en los que la política es posible. No se trata solamente de la actividad electoral sino en primer lugar de la labor gris y cotidiana de organizar una fuerza. Ir más allá del macrismo hoy pareciera una quimera. Bajo un formato “democrático” avanza cada vez más por un camino extremadamente autoritario  en donde entre ser oposición y estar fuera de la ley, forman parte de un par que se encuentra separado por una frontera sinuosa y permeable. Esto se percibe en la represión permanente a la movilización popular como a la persecución sistemática de figuras opositoras. La complicidad judicial y mediática conforman junto al ejecutivo un sólido bloque de poder que no será tan fácil desmontar ganando una elección. Hoy los sectores populares se encuentran en una orfandad extrema. Revertir esta situación es tarea de los militantes pero también de los intelectuales comprometidos, ya que el blitzkrieg neoliberal ha trastocado certezas que se tenían hasta hace muy poco. Un intelectual orgánico y colectivo resulta imprescindible.

Berisso, 26 de diciembre de 2017

*Periodista


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