Las luchas de los obreros de Fiat Concord
en la Córdoba de principios de los 70 constituyen, junto a algunas otras,
modelos que la burocracia sindical prefiere olvidar, precisamente porque
podrían marcar un camino en el presente.
No tendría nada de asombroso que un país
retome los objetos de su pasado, los vuelva a describir minuciosamente para
luego saber qué se puede hacer con ellos en el presente. En Crítica y
Verdad, el semiólogo francés Roland Barthes esbozaba esta idea afirmando
luego que “esos son, esos deberían ser los procedimientos regulares de
valoración”. En la Argentina de hoy pareciera que la historia hubiera
colapsado. Sólo existe un virtual futuro anclado en un débil presente y un
pasado que se debiera olvidar o solamente recordarlo como la madre de todos los
males. De esta manera se rompe la historización y por ende se pierden todos los
objetos o hechos que fueron parte de nuestro pasado reciente. Lejos de validar
dicha operación es necesario volver a esos elementos negados, porque aunque eso
no se haga ellos viven intensamente en el presente. Intentar limpiarlos no es
más que una triquiñuela que hoy se impone en el sentido común imperante.
Así como nadie puede borrar los hechos de su pasado
mucho menos se lo puede hacer con la vida de un pueblo o una nación. Las luchas
populares y sus organizaciones, o el genocidio perpetrado contra ellas, no se
pueden esconder en un sótano porque aunque se lo intente, aunque se simule su
desaparición, siguen insistiendo en el acontecer de la sociedad. Siguen
escribiendo el presente.
De todas maneras inclusive en el ideario de los grupos
que hoy dicen representar a los trabajadores o a los sectores populares pareciera
que hay objetos del pasado que también quisieran ocultar o dejar de lado, ya
sea porque no son parte de su propia tradición o porque en la infernal
concurrencia de las izquierdas pretenden también vivir casi exclusivamente del
presente.
Las experiencias de los obreros clasistas en los
comienzos de los setenta en Córdoba, igual que el accionar de las vanguardias
revolucionarias de entonces, es necesario señalar que no han dejado herencias
orgánicas ni a nivel de los partidos políticos actuales, ni tampoco una
tradición teórica que reivindique al marxismo de una forma diferente a cómo hoy
se lo conoce en las organizaciones existentes o en el ámbito académico. Si bien
el kirchnerismo intentó plasmar algún legado de la izquierda peronista de los
70, esto sólo fue un aspecto decorativo. No se trata de emular cierto pasado
para repetirlo sino para extraer conclusiones válidas que sirvan en la
actualidad. Se trata en primer lugar de la autocrítica, del reconocimiento de
los errores para su debida corrección; más que el rescate de cierta épica con
la cual quedan conformes los diversos narcisismos de las pequeñas diferencias.
Las automotrices cordobesas
Si bien la matriz económica de tipo industrial nunca
fue el aspecto predominante de la formación social argentina, hay que señalar
que en coyunturas precisas tuvo un desarrollo particular. Tal fue la puesta en
marcha del gran complejo automotriz en el conglomerado urbano de la ciudad de
Córdoba. Además de la extensa planta que Ika- Renault tenía en Santa Isabel, y
de las fabricaciones IME, se instalaría en Ferreyra en 1954 el complejo de las
fábricas Fiat Concord y Materfer. Esta empresa italiana llegaba a nuestro país
envalentonada tras haber lidiado a su favor un extenso conflicto gremial en
Turín con la central itálica CGIL. En estas plantas la patronal prohibiría la
actividad sindical hasta que en 1958 el gobierno de Arturo Frondizi permitió la
conformación de sindicatos por empresa. De esta manera se formarían los
pequeños Sitrac (Sindicato de trabajadores Concord), Sitram (Sindicato de trabajadores
Materfer) y Sitragmd (Sindicato de trabajadores de Grandes Motores Diesel).
Esta modalidad de asociación, al encontrarse escindida del movimiento sindical
argentino, tendría un escaso margen de negociación colectiva.
Según el muy buen artículo publicado por César
Altamira en la Revista Los ’70 Nº 8 de 1997 bajo el nombre “La
vanguardia obrera”, desde un comienzo la empresa articuló una política hostil
hacia los trabajadores implementando “un férreo ajuste de la disciplina
fabril”, ya que habiendo Fiat trasplantado al país la política laboral
que desarrollaba en Italia además de descentralizar la producción “mudando las
operaciones de montaje a El Palomar (Provincia de Buenos Aires) y de producción
de camiones y tractores a Sauce Viejo (Santa Fe)”, la empresa además “mantuvo
un sistema de producción cuyo ritmo se encontraba salvajemente atado a la
velocidad de la máquina” en donde “se buscaba la máxima productividad laboral,
independientemente de las presiones físicas y psíquicas que se imponían. Este método
productivo suponía que las responsabilidades del operario en la línea no
estaban referidas sólo a una máquina sino que se extendían, durante los tiempos
muertos, a las máquinas vecinas intensificando así el trabajo”.
Lo interesante que remarcaba también Altamira es que
“paralelamente la empresa establecía los incentivos salariales como base de su
sistema de remuneraciones. Esta modalidad, que otorgaba a todo un departamento
y no a los trabajadores individuales un pago extra sobre la base del
rendimiento, era toda una anomalía salarial en la década de los 60”. Un cierto
modelo de flexibilización laboral acorde a una época determinada en la que el
resto de los trabajadores del país se acogía a modalidades muy distintas. La
mayoría de los empleados de la Fiat eran jóvenes bastante calificados, muchos
de ellos recién salidos de los colegios industriales. La empresa además editaba
una revista para los trabajadores en donde se hablaba de la Familia Fiat
mientras la burocracia sindical tenía su bunker al lado de la gerencia. Pero el
paraíso patronal tendría su fecha de defunción.
Los nuevos aires de la rebeldía
En mayo de 1969 se produjo el Cordobazo, esa
multitudinaria revuelta obrera que modificaría sustancialmente el panorama
político nacional comenzando a agotar el denominado proyecto de la Revolución
Nacional que venía llevando adelante la camarilla militar desde 1966.
Paradójicamente los trabajadores de Fiat no fueron parte de esa primera gran
pueblada mediterránea. La ofensiva hegemónica encabezada por el teniente
general Juan Carlos Onganía fue sedimentando en la sociedad un cúmulo muy
grande de tensiones que fueron estimulando el crecimiento de una nueva
modalidad obrera de respuesta contra el autoritarismo patronal. Esa actitud
iría a confrontar con la mayoría de las conducciones sindicales establecidas en
tanto éstas hacía rato que se habían convertido en socios menores de las clases
dominantes. De esta forma el clasismo aparecía como un profundo cuestionamiento
a las estructuras sindicales vigentes en una etapa de radicalización creciente
de las luchas obreras. La democracia de base y la acción directa se
convertirían en sus principales argumentos.
Los primeros meses de 1970 estallaría la familia
Fiat. El 14 de mayo los trabajadores de Concord tomarían la fábrica por
48 horas exigiendo la renuncia de la burocracia y por el llamado a elecciones.
En junio seguirían el mismo camino los obreros de Materfer.
El ex secretario general de Sitrac Carlos
Masera señalaba en una entrevista que le realizó María Eugenia Etkin también
para Los ’70 que, a partir de la toma y haber cambiado las
conducciones sindicales “hubo muchos cambios. Por ejemplo, ellos tenían una
oficina pegada a la del Jefe del Personal, donde jugaban al truco, algunos de
los delegados prestaban plata, imagínate cómo eran vistos éstos dirigentes…
Cuando nos hicimos cargo nosotros, caminábamos la planta, hablábamos todo el
tiempo con los compañeros. Yo me esforzaba por demostrar que era un trabajador
más, había una lealtad de clase y eso se veía claro. Los compañeros de la
Comisión Provisoria vivían -y aún siguen viviendo- muy humildemente. Hay una
cosa que siempre me llamó la atención: si bien los obreros no tienen tiempo de
hacer análisis intelectuales, tienen intuición para distinguir quiénes lo
traicionan y quiénes no”.
Como se señalara en los Cuadernos
Pasado y Presente de 1973, “El movimiento de masa protagonizado por
los obreros del complejo Fiat encontró sus interlocutores ‘naturales’: la
izquierda revolucionaria, el peronismo de base y las organizaciones armadas”.
Masera en la entrevista señalada afirmaba que al otro día de haber triunfado la
toma se acercaron a la planta de Ferreyra varios intelectuales de izquierda
para asesorar a los trabajadores, creándose así un intercambio importante. La
democracia asamblearia, la problemática del puesto de trabajo y la acción directa
se convirtieron en las principales armas de un nuevo sindicalismo que con su
accionar rebasaba los límites institucionales del sindicato.
Lamentablemente la mayoría de los balances
correspondientes a aquel fenómeno singular nunca fueron problematizados para
servir como ejemplo a las generaciones posteriores en lo referido a la práctica
sindical. O se lo recuerda sólo como una gesta heroica o como el actuar
sectario de obreros “manipulados” por las izquierdas.
Sin lugar a dudas el clasismo de Fiat cometió gruesos
errores que no permitieron que se produjera un avance sustantivo en el conjunto
de la clase obrera pero eso no invalida su defensa irrestricta de los
compañeros de la fábrica, contrastando esa actitud notablemente con el accionar
de las burocracias sindicales. En octubre de 1971 el gobierno dictatorial del
general Lanusse le quitaría la personería gremial a Sitrac Sitram ocupando las plantas
con la Gendarmería y despidiendo a todos los delegados junto a 300 operarios
más.
El Sitrac Sitram es recordado por haber realizado -a
pesar del poco tiempo- uno de los más avanzados programas políticos de los
trabajadores argentinos.
Si bien a lo largo de todos estos años el
sindicalismo se fue convirtiendo en un operador intermedio entre capital y
trabajo bien vale recordar al clasismo y saber que esa veta aunque acallada o
reprimida siempre anida en el seno de la clase trabajadora.
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