El desarrollo de
la teoría hoy no es algo que sea muy bien visto o que tenga demasiada buena
prensa. Por una cuestión casi instintiva -desde el sentido común imperante al
igual que desde las mismas usinas conceptuales del Establishment-, se
recomienda no ahondar demasiado en nada que lleve algún rastro de abstracción
ya que lo importante es el efecto, el resultado. Algo que, en medio de una
cantidad de vulgaridades poco atractivas, se impondrá como sobresaliente, como
exitoso; aunque esté condenado al desgaste, y que cualitativamente no se
diferencia demasiado de lo que en su irrupción pudo distanciarse. Había
resultado una diferencia de matiz, de contraste, pero no de propiedades
básicas. Desde una visión conservadora o reaccionaria, la teoría resulta
innecesaria o tal vez en esa afirmación se dé por sentado que no hace falta
ninguna conceptualización nueva a la ya existente, encubierta ella como
realidad fáctica.
Tampoco resulta
demasiado convincente, el desarrollo teórico, a la luz de razonamientos propios
a un sentido común transformador o libertario que privilegia antes que nada la
experiencia y los resultados prácticos. En las últimas décadas, la mayoría de los
discursos disruptivos como pueden ser el marxismo o el psicoanálisis, fueron
cooptados en su casi totalidad por el Discurso de la Universidad; construyendo
una visión hegemónica acerca de que no tienen otra condición de posibilidad más
que en el seno del academicismo. Esto conlleva casi explícitamente la
profundización de la división del trabajo, ahondando la grieta entre la labor intelectual
y la manual. De esta forma la verdad de la teoría ya no es práctica, o en todo
caso ella está referida al conocimiento indirecto, o sea, a la práctica de los
otros. Que discursos transformadores hayan sido cooptados por el discurso
académico, son el resultado de las grandes derrotas culturales sufridas a fines
del pasado siglo. El academicismo como aparato ideológico de Estado viene así a
absorber y acondicionar a saberes que tuvieron su irrupción por fuera de sí,
aunque necesariamente ellos deban ser inscriptos en el desarrollo del Discurso
de la Ciencia. La perspectiva de esos
discursos disruptivos terminó siendo sumamente crítica de lo que hoy los volvió
a encerrar en los límites intrínsecos del pensamiento dogmático. Por esta
cuestión señalada, la principal tarea teórica debiera ser romper con esos
límites y desarrollarse en el territorio adecuado. Esto último sólo es posible
en un proceso gradual de desconexión institucional con los principales enclaves
del academicismo, para poder iniciar desde otros lugares un desarrollo autónomo
que apunte a una nueva
institucionalidad.
Los trabajadores, los movimientos sociales, los artistas,
los poetas deben tener sus propios intelectuales, que piensen y definan con
autonomía del sentido común académico, y que lo pongan también en tela de
juicio. Desarrollar el discurso teórico desde esos territorios producirá un
cambio sustancial en las relaciones de fuerza que enfrentan la supremacía de la
verdad. Esto pareciera utópico si nunca hubiera existido.
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