Un candidato a
presidente o a gobernador puede prometer hacer cosas, que nunca hará. Eso es
conocido por todos. Por esa misma razón hay quienes plantean que si un gobierno
no lleva adelante lo que dijo que iba a hacer –sus bases programáticas-, debiera
ser destituido, tildando eso como una traición a quienes lo votaron, como un
engaño. Los ejemplos abundan, pero hoy influye otro aspecto que pone en dudas o
relativiza lo que efectivamente una gestión realiza. Ya no sólo se trata de lo
que un candidato dice qué hará, sino en primer lugar lo que un gobernante elegido
hace. Un vendedor de ropa puede decirnos que nos está vendiendo un saco azul,
mientras que uno ve que el color del saco no corresponde a la descripción.
Inmediatamente le podemos decir que “no es así”, y pedirle que nos dé el color
adecuado. El problema es cuando el vendedor nos está vendiendo un saco azul,
sin que tengamos la posibilidad de constatar el color. Esto implica que hay
muchas mediaciones de por medio, y poca posibilidad de reclamo. En cierta
forma, pasa como cuando un usuario tiene que comunicarse con su proveedor de
telefonía o internet. “El cliente nunca tiene razón” y es una epopeya poder
contrastarlo.
Hoy se recrudece
la ofensiva, ya que muchos de los que gestionan también son candidatos a otros
puestos, o a ser reelegidos. Hay elementos de la vida cotidiana que permiten
evaluar a una gestión gubernamental, sin que dejen demasiadas dudas. Se sabe
cuando la cosa está mal, porque hay hambre o falta de trabajo, pero hay otros elementos
que son incontrastables, y que muchas veces son perceptibles por fuera mismo de
lo que a la política incumbe, como si se trataran de desastres naturales o
transpolíticos. La violencia en el fútbol, las inundaciones o el cambio del
clima, por ejemplo. Pero lo que abunda es la promoción de lo intangible, de la
oferta del simulacro. “Estamos trabajando en eso”, “Avanzamos aunque todavía
falta” son lugares comunes, que es muy difícil retrucar. Volviendo al vendedor
del saco azul, hoy existe un bache en cuanto a la posibilidad de evaluar, de
constatar lo que una gestión hace. Se constituyó una cultura de votar por quien
“Me cae bien”. Si no fuera así los candidatos no asistirían a programas como el
de Tinelli. En 2009 muchos votaron a De Narváez más por su clon que por el
mismo. A ellos qué plan tenía, poco les importaba. Eso sí bailaba bien el reggaetón
y decía “Alica alicate”.
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