(Para LaTecl@ Eñe)
El intenso debate que
se viene dando en La Tecl@ Eñe en referencia a la propuesta de
Frente Ciudadano, si bien surge a partir de los dichos de la ex presidenta
Cristina Fernández de Kirchner, tiene como causa principal la actual orfandad
para los sectores populares de una fuerza política que pueda enfrentar al
macrismo y sus políticas antipopulares, no sólo en la resistencia, sino que a
su vez sea una alternativa posible para las contiendas electorales venideras.
Este es un problema que viene de larga data en la Argentina, y que si bien para
muchos con la consolidación del kirchnerismo en el gobierno había sido
resuelto, hoy se demuestra lo contrario. Lejos de intentar dar respuestas que
cierren el debate, hoy es tiempo de problematizarlo. Lo que sigue son algunas
pistas para ello.
En abril de 2006, en
una nota que llevaba el título Acerca del nuevo partido político de Kirchner, el ya fallecido sociólogo Julio Godio aseguraba que para el ex
presidente “la institucionalidad se fortalecería con la creación de dos
coaliciones políticas”, una de centroizquierda y otra de centroderecha. Según
Godio, el por entonces mandatario argentino tenía “una idea sumamente precisa
acerca del futuro de los partidos políticos argentinos” ya que si se tenía en
cuenta que “el viejo Partido Justicialista (PJ) ha dejado hace muchos años de
funcionar como una sola organización partidaria (a lo sumo ahora es una
inestable ‘confederación’ de tendencias)” y “que la Unión Cívica Radical (UCR)
se ha dividido y está en proceso de descomposición”, era necesario crear a
futuro “un escenario con dos grandes coaliciones político-partidarias. Una
coalición sería de centro-izquierda, liderada por el kirchnerismo” mientras que
“la otra coalición agruparía a los partidos de centro-derecha. Existirían
partidos ‘bisagra’ menores entre ambas coaliciones”.
Según Godio, el
razonamiento de Kirchner se apoyaba en una comprensión bastante precisa de lo
que había acontecido en diciembre de 2001. El país en esa fecha había tocado
fondo. “Se derrumbó, con la crisis, el modelo conservador neoliberal aplicado
por el menemismo. La caída de ese modelo arrastró consigo a dos instituciones
que habían sido incapaces de frenar al menemismo, o por lo menos moderarlo;
esto es, los poderes Legislativo y Judicial”, escribía Godio en 2006, agregando
que “… Esto llevó al descrédito de los grandes partidos que habían compartido
la gestión pública entre 1983 y 2001: la UCR y el PJ. Pero de esa crisis de
representación partidaria tampoco pudieron aprovecharse fuerzas políticas
menores, como el ARI y el Partido Socialista (PS); menos aún los pequeños
partidos marxistas (PC, PCR, PO y otros)”. Según este mismo autor, ya en
artículos posteriores, explicaba que lo que acontecía en la Argentina desde
2003 en adelante era un proceso de “revolución desde arriba” que en algún
momento debía extenderse en la base de la sociedad, conllevando la necesidad implícita
de construir una fuerza social y política que tuerza las relaciones de fuerza a
favor de los sectores populares. En 2006 esta preocupación aún no existía, al
menos explícitamente; sólo la necesidad de una fuerza que por entonces no se
diferenciaba demasiado de las posiciones socialdemócratas. El conflicto con las
patronales del campo, y la creciente integración
continental, son algunos de los principales ítems que hicieron que el
kirchnerismo se fuera radicalizando. Si la fuerza gobernante en tiempos de la
125 tuvo una deserción importante de sectores del peronismo más tradicional, se
puede afirmar que fue a partir de ese momento que acumuló una masa nada
desdeñable de sectores ubicados a la izquierda, y que con el debate por la Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual de por medio, llegó a
2011 con una fuerza inusitada. Incluso se hablaba de una reforma de la
Constitución que le dé forma institucional a los cambios que se venían
produciendo, poniendo al país a tono con los gobiernos bolivarianos.
Desde el conflicto con
el “campo” (2008), pasando por las legislativas de 2009, los festejos
del Bicentenario y el fallecimiento de Néstor Kirchner en 2010, hasta las
presidenciales de 2011 se puede observar -en todo ese lapso- una de las
coyunturas más dinámicas de la política argentina de las últimas décadas. Tal
vez muchas de las inquietudes que hoy intentamos dilucidar estén presentes en
ese tiempo. Pero, para problematizar esas inquietudes –piensa quien escribe- es
necesario yuxtaponer al período señalado, el que va de diciembre de 2001 hasta
marzo de 2003, con la Masacre del Puente Pueyrredón (junio de 2002) como
bisagra.
En ambos se expresaron
muy nítidamente todas las tensiones sociales de la sociedad argentina.
Son momentos en los que es posible torcer la inercia estructural, y en
donde los sectores más retardatarios de la sociedad intentan recomponer una
situación anterior. Son momentos en los que emerge lo nuevo. Fue la coyuntura
2008-11 la que radicalizó al kirchnerismo dejando atrás posiciones como la
expresada por Godio en 2006. También los sectores más tenues del kirchnerismo
intentaron reacomodarse e impedir una profundización.
Fue el tiempo en el
que se comenzó a hablar de poskirchnerismo, a saber, alcanzaba con lo hecho y
ahora había que poner freno sin perder muchos de los logros alcanzados. Como si
la grieta de 2001 se hubiera cerrado. La oposición que en 2009 había triunfado
en las elecciones de medio término se envalentonaba con los aires rebeldes de
los campestres, haciendo surgir el denominado Grupo A, que decayó y se
fragmentó a partir de la iniciativa siempre presente del kirchnerismo, que
lejos de consolidarse como una fuerza avanzaba como un barco en el que navegan
diversos estandartes.
No está mal que una
fuerza sea heterogénea, es tal vez una necesidad propia de la sociedad
argentina, pero lo que no puede descuidarse es algo que en referencia al
movimiento peronista alertaba Gustavo Rearte en 1970. En Violencia y tarea principal, un artículo de imprescindible lectura para entender algo de lo
sucedido en los ’70, el legendario dirigente del peronismo revolucionario,
sostenía que “La tarea principal es dar respuestas adecuadas a esta maniobra
(la de la dictadura), y para ello el esfuerzo fundamental debe orientarse en la
búsqueda de una política que una al peronismo revolucionario mediante métodos
organizativos que permitan estrechar sólidos vínculos con la base, aislando de
ella a la dictadura y a los traidores del movimiento, condicionando, con el
fortalecimiento de la organización revolucionaria y su crecimiento interno,
nuevas y más claras perspectivas. Para alcanzar este objetivo es suficiente y
necesario lograr la hegemonía concreta, y ello no depende del número sino de la
orientación política y de la actividad revolucionaria efectiva”.
Si bien la coyuntura
de los setenta es diferente a la de 2008-11, hay elementos recurrentes que es
necesario contemplar: la necesidad de la hegemonía, el aislar a los sectores
más retrógrados y el estrechar sólidos vínculos con la base. Esta tarea lleva
anudada la necesidad de una fuerza enraizada en las masas, y por qué no
decirlo, la exigencia y el prerrequisito de la presencia del intelectual
orgánico del que hablara Antonio Gramsci.
Hay que decirlo, la
izquierda argentina tiene cierta miopía en relación al abordaje del peronismo,
pero también desde este último siempre hubo un grado importante de macartismo,
incluso en sectores del peronismo de izquierda. En los ’70 esto se debatía, en
la coyuntura reciente el debate estaba presente en la práctica sin poder
presentificarse. Quien escribe está convencido de que toda una veta del
marxismo revolucionario, a partir de los 80, quedó sepultada por tendencias
socialdemócratas de izquierda, que condenaron enfáticamente a toda la tradición
revolucionaria de los ’60 y ’70. En esa bolsa cayeron Mao, Mandel, Althusser y
toda la tradición que reivindicaba la vía revolucionaria, incluida la izquierda
del peronismo. Todo lo que no pegaba
con el liberalismo de izquierda fue catalogado de estalinismo. Este desarme
teórico es una de las causas de la invisibilidad de ciertos debates. Esta
presunción sobre la intervención activa del liberalismo sobre el materialismo
histórico y dialéctico, para distorsionarlo, es una tarea de deconstrucción que
debiera hacerse.
Volviendo a la
coyuntura señalada 2008-11, la presencia fragmentaria de la oposición no
permitía advertir el surgimiento de una fuerza centroderechista que por
andarivel propio pudiera vencer al por entonces gobernante Frente para la
Victoria. Todo indicaba que si hubiera un viraje hacia la derecha, eso iba a
surgir de las mismas entrañas del oficialismo. Los últimos 4 años del
kirchnerismo estuvieron signados por la caída del precio de los commodities que
llevaron a que el modelo redistributivo tuviera un fuerte impacto, y que a
pesar de la recuperación parcial de YPF, la iniciativa de los años precedentes
ya no fuera igual. El intento de
construir Unidos y Organizados como una fuerza que vaya más allá de los límites
del pejotismo, llevó el mismo destino que la ya descartada reforma de la
Constitución. En ese escenario político emigraría Sergio Massa y Daniel Scioli
pasaría a ocupar un lugar relevante. En las legislativas de
2013 se impondría el recién conformado Frente Renovador, mientras que Scioli se
pondría la campaña al hombro con la candidatura de Martín Insaurralde.
Cuando en 2013, el
presidente de Ecuador Rafael Correa propuso el cambio de la matriz productiva
de su país, condenó enfáticamente el lugar asignado al continente en “la
injusta división internacional del trabajo”. Latinoamérica en el concierto
internacional debe siempre ser un gran reservorio de materias primas. Llevar
adelante un proceso de industrialización es contranatura, es desafiar a la ley
del desarrollo desigual y combinado del capitalismo mundial.
El “regreso al Mundo”
del que tanto hablaron los opositores al kirchnerismo, y del que hace alarde
hoy el macrismo, no es más que aceptar “la injusta división internacional del
trabajo” sin chistar. Es convalidar sin tapujos la estructura del capitalismo
dependiente, manteniendo todos los rasgos principales del atraso relativo. Eso
es lo que viene llevando adelante el macrismo en el gobierno.
Hoy una alternativa
política al retorno del neoliberalismo, conlleva pensar cómo en una coyuntura
económica ya no signada por el boom de los commodities, puede ser posible
proponer medidas progresivas a favor de los que menos tienen. Hoy una “revolución
desde arriba” ya resulta inviable. Los privilegios de una militancia forjada en
ese paradigma también se acabaron. Quien escribe no es tan optimista en
relación a la conformación de una alternativa política en lo inmediato, aunque
es muy probable que asistamos a tiempos de marcada conflictividad e insurgencia
social. Son tiempos de rearme teórico, pero fundamentalmente de “estrechar
sólidos vínculos con la base”.
Berisso, 13 de junio
de 2016
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