2016/06/19

Debate Frente Ciudadano- El retorno a la base

(Para LaTecl@ Eñe)

El intenso debate que se viene dando en La Tecl@ Eñe en referencia a la propuesta de Frente Ciudadano, si bien surge a partir de los dichos de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tiene como causa principal la actual orfandad para los sectores populares de una fuerza política que pueda enfrentar al macrismo y sus políticas antipopulares, no sólo en la resistencia, sino que a su vez sea una alternativa posible para las contiendas electorales venideras. Este es un problema que viene de larga data en la Argentina, y que si bien para muchos con la consolidación del kirchnerismo en el gobierno había sido resuelto, hoy se demuestra lo contrario. Lejos de intentar dar respuestas que cierren el debate, hoy es tiempo de problematizarlo. Lo que sigue son algunas pistas para ello.

En abril de 2006, en una nota que llevaba el título Acerca del nuevo partido político de Kirchner, el ya fallecido sociólogo Julio Godio aseguraba que para el ex presidente “la institucionalidad se fortalecería con la creación de dos coaliciones políticas”, una de centroizquierda y otra de centroderecha. Según Godio, el por entonces mandatario argentino tenía “una idea sumamente precisa acerca del futuro de los partidos políticos argentinos” ya que si se tenía en cuenta que “el viejo Partido Justicialista (PJ) ha dejado hace muchos años de funcionar como una sola organización partidaria (a lo sumo ahora es una inestable ‘confederación’ de tendencias)” y “que la Unión Cívica Radical (UCR) se ha dividido y está en proceso de descomposición”, era necesario crear a futuro “un escenario con dos grandes coaliciones político-partidarias. Una coalición sería de centro-izquierda, liderada por el kirchnerismo” mientras que “la otra coalición agruparía a los partidos de centro-derecha. Existirían partidos ‘bisagra’ menores entre ambas coaliciones”.

Según Godio, el razonamiento de Kirchner se apoyaba en una comprensión bastante precisa de lo que había acontecido en diciembre de 2001. El país en esa fecha había tocado fondo. “Se derrumbó, con la crisis, el modelo conservador neoliberal aplicado por el menemismo. La caída de ese modelo arrastró consigo a dos instituciones que habían sido incapaces de frenar al menemismo, o por lo menos moderarlo; esto es, los poderes Legislativo y Judicial”, escribía Godio en 2006, agregando que “… Esto llevó al descrédito de los grandes partidos que habían compartido la gestión pública entre 1983 y 2001: la UCR y el PJ. Pero de esa crisis de representación partidaria tampoco pudieron aprovecharse fuerzas políticas menores, como el ARI y el Partido Socialista (PS); menos aún los pequeños partidos marxistas (PC, PCR, PO y otros)”. Según este mismo autor, ya en artículos posteriores, explicaba que lo que acontecía en la Argentina desde 2003 en adelante era un proceso de “revolución desde arriba” que en algún momento debía extenderse en la base de la sociedad, conllevando la necesidad implícita de construir una fuerza social y política que tuerza las relaciones de fuerza a favor de los sectores populares. En 2006 esta preocupación aún no existía, al menos explícitamente; sólo la necesidad de una fuerza que por entonces no se diferenciaba demasiado de las posiciones socialdemócratas. El conflicto con las patronales del campo, y la creciente integración continental, son algunos de los principales ítems que hicieron que el kirchnerismo se fuera radicalizando. Si la fuerza gobernante en tiempos de la 125 tuvo una deserción importante de sectores del peronismo más tradicional, se puede afirmar que fue a partir de ese momento que acumuló una masa nada desdeñable de sectores ubicados a la izquierda, y que con el debate por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual de por medio, llegó a 2011 con una fuerza inusitada. Incluso se hablaba de una reforma de la Constitución que le dé forma institucional a los cambios que se venían produciendo, poniendo al país a tono con los gobiernos bolivarianos.

Desde el conflicto con el “campo” (2008), pasando por las legislativas de 2009, los festejos del Bicentenario y el fallecimiento de Néstor Kirchner en 2010, hasta las presidenciales de 2011 se puede observar -en todo ese lapso- una de las coyunturas más dinámicas de la política argentina de las últimas décadas. Tal vez muchas de las inquietudes que hoy intentamos dilucidar estén presentes en ese tiempo. Pero, para problematizar esas inquietudes –piensa quien escribe- es necesario yuxtaponer al período señalado, el que va de diciembre de 2001 hasta marzo de 2003, con la Masacre del Puente Pueyrredón (junio de 2002) como bisagra.

En ambos se expresaron muy nítidamente todas las tensiones sociales de la sociedad argentina.  Son momentos en los que es posible torcer la inercia estructural, y en donde los sectores más retardatarios de la sociedad intentan recomponer una situación anterior. Son momentos en los que emerge lo nuevo. Fue la coyuntura 2008-11 la que radicalizó al kirchnerismo dejando atrás posiciones como la expresada por Godio en 2006. También los sectores más tenues del kirchnerismo intentaron reacomodarse e impedir una profundización.

Fue el tiempo en el que se comenzó a hablar de poskirchnerismo, a saber, alcanzaba con lo hecho y ahora había que poner freno sin perder muchos de los logros alcanzados. Como si la grieta de 2001 se hubiera cerrado. La oposición que en 2009 había triunfado en las elecciones de medio término se envalentonaba con los aires rebeldes de los campestres, haciendo surgir el denominado Grupo A, que decayó y se fragmentó a partir de la iniciativa siempre presente del kirchnerismo, que lejos de consolidarse como una fuerza avanzaba como un barco en el que navegan diversos estandartes.

No está mal que una fuerza sea heterogénea, es tal vez una necesidad propia de la sociedad argentina, pero lo que no puede descuidarse es algo que en referencia al movimiento peronista alertaba Gustavo Rearte en 1970. En Violencia y tarea principal, un artículo de imprescindible lectura para entender algo de lo sucedido en los ’70, el legendario dirigente del peronismo revolucionario, sostenía que “La tarea principal es dar respuestas adecuadas a esta maniobra (la de la dictadura), y para ello el esfuerzo fundamental debe orientarse en la búsqueda de una política que una al peronismo revolucionario mediante métodos organizativos que permitan estrechar sólidos vínculos con la base, aislando de ella a la dictadura y a los traidores del movimiento, condicionando, con el fortalecimiento de la organización revolucionaria y su crecimiento interno, nuevas y más claras perspectivas. Para alcanzar este objetivo es suficiente y necesario lograr la hegemonía concreta, y ello no depende del número sino de la orientación política y de la actividad revolucionaria efectiva”.

Si bien la coyuntura de los setenta es diferente a la de 2008-11, hay elementos recurrentes que es necesario contemplar: la necesidad de la hegemonía, el aislar a los sectores más retrógrados y el estrechar sólidos vínculos con la base. Esta tarea lleva anudada la necesidad de una fuerza enraizada en las masas, y por qué no decirlo, la exigencia y el prerrequisito de la presencia del intelectual orgánico del que hablara Antonio Gramsci.

Hay que decirlo, la izquierda argentina tiene cierta miopía en relación al abordaje del peronismo, pero también desde este último siempre hubo un grado importante de macartismo, incluso en sectores del peronismo de izquierda. En los ’70 esto se debatía, en la coyuntura reciente el debate estaba presente en la práctica sin poder presentificarse. Quien escribe está convencido de que toda una veta del marxismo revolucionario, a partir de los 80, quedó sepultada por tendencias socialdemócratas de izquierda, que condenaron enfáticamente a toda la tradición revolucionaria de los ’60 y ’70. En esa bolsa cayeron Mao, Mandel, Althusser y toda la tradición que reivindicaba la vía revolucionaria, incluida la izquierda del peronismo. Todo lo que no pegaba con el liberalismo de izquierda fue catalogado de estalinismo. Este desarme teórico es una de las causas de la invisibilidad de ciertos debates. Esta presunción sobre la intervención activa del liberalismo sobre el materialismo histórico y dialéctico, para distorsionarlo, es una tarea de deconstrucción que debiera hacerse.

Volviendo a la coyuntura señalada 2008-11, la presencia fragmentaria de la oposición no permitía advertir el surgimiento de una fuerza centroderechista que por andarivel propio pudiera vencer al por entonces gobernante Frente para la Victoria. Todo indicaba que si hubiera un viraje hacia la derecha, eso iba a surgir de las mismas entrañas del oficialismo. Los últimos 4 años del kirchnerismo estuvieron signados por la caída del precio de los commodities que llevaron a que el modelo redistributivo tuviera un fuerte impacto, y que a pesar de la recuperación parcial de YPF, la iniciativa de los años precedentes ya no fuera igual. El intento de construir Unidos y Organizados como una fuerza que vaya más allá de los límites del pejotismo, llevó el mismo destino que la ya descartada reforma de la Constitución. En ese escenario político emigraría Sergio Massa y Daniel Scioli pasaría a ocupar un lugar relevante. En las legislativas de 2013 se impondría el recién conformado Frente Renovador, mientras que Scioli se pondría la campaña al hombro con la candidatura de Martín Insaurralde.

Cuando en 2013, el presidente de Ecuador Rafael Correa propuso el cambio de la matriz productiva de su país, condenó enfáticamente el lugar asignado al continente en “la injusta división internacional del trabajo”. Latinoamérica en el concierto internacional debe siempre ser un gran reservorio de materias primas. Llevar adelante un proceso de industrialización es contranatura, es desafiar a la ley del desarrollo desigual y combinado del capitalismo mundial.
El “regreso al Mundo” del que tanto hablaron los opositores al kirchnerismo, y del que hace alarde hoy el macrismo, no es más que aceptar “la injusta división internacional del trabajo” sin chistar. Es convalidar sin tapujos la estructura del capitalismo dependiente, manteniendo todos los rasgos principales del atraso relativo. Eso es lo que viene llevando adelante el macrismo en el gobierno.

Hoy una alternativa política al retorno del neoliberalismo, conlleva pensar cómo en una coyuntura económica ya no signada por el boom de los commodities, puede ser posible proponer medidas progresivas a favor de los que menos tienen. Hoy una “revolución desde arriba” ya resulta inviable. Los privilegios de una militancia forjada en ese paradigma también se acabaron. Quien escribe no es tan optimista en relación a la conformación de una alternativa política en lo inmediato, aunque es muy probable que asistamos a tiempos de marcada conflictividad e insurgencia social. Son tiempos de rearme teórico, pero fundamentalmente de “estrechar sólidos vínculos con la base”.

Berisso, 13 de junio de 2016


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