Promediando la segunda
década del Siglo XXI, es posible avizorar que la tendencia que se vino desarrollando
los últimos 15 años en la región suramericana, comienza a declinar. Hubiera sido mucho más satisfactorio
intentar explicar esa coyuntura específica, un quinquenio antes, cuando aún
cierta esperanza existía en que ciertas inercias que se produjeron durante
algunos ciclos anteriores del siglo pasado y con similares características,
pudieran revertirse. Contextos de crisis y recomposición del mundo Occidental
marcaron las oportunidades y los derroteros de las naciones de la región. La
cuestión a abordar es si existen hoy algunos rasgos de excepcionalidad con
respecto a fases anteriores, mucho más teniendo en cuenta que es en comparación
de todos los procesos anteriores el de mayor duración en el tiempo, y tal vez
el que mayor expectativas generó entre los analistas más escépticos.
Latinoamérica, en general
y Suramérica en particular presentan datos de importancia en relación a cierta
estructura económico social predominante, y que en términos generales podemos
denominar como capitalismo dependiente. En un análisis que debiera ser lo más
exhaustivo posible, pero que aquí será el mínimo indispensable habría que precisar
que hay puntos nodales que caracterizan a la región.
Exportador de materias
primas, cuestión agraria irresuelta, escaso desarrollo industrial y pobre
generador de conocimientos científicos y técnicos. Es uno de los lugares claves
del planeta para la exportación de commodities hacia el resto del mundo, así
fue condenado por la división internacional del trabajo. Suramérica es el mayor
reservorio natural del planeta, con la más variada biodiversidad.
La burguesía
latinoamericana, nunca se caracterizó por tener una posición progresiva o
desarrollista. Formada principalmente como entidad comercial, es la
intermediaria entre los grandes productores de commodities y los compradores y
vendedores internacionales.
Para tener certezas sobre
lo que sucede a nivel de la sociedad suramericana, debiera estudiarse
minuciosamente el desarrollo de sus formaciones económico- sociales desde la
conquista hasta la actualidad. La conformación de los diferentes rasgos
estructurales objetivos, debiera estar realizada con la precisión y las certidumbres que
ofrecen “las ciencias exactas o físicas”.
Realizar el estudio
mencionado, no es nuestra tarea, al menos por hoy, ya que excede
considerablemente las posibilidades concretas de poder hacerlo. Tampoco se
intentará hacer un trabajo de tinte académico, nada más lejano a nuestros
intereses. Si bien somos partidarios de establecer la mayor rigurosidad
teórico- conceptual e intentar que esto pueda estar sujeto a comprobaciones de
tipo científico, lo que bien vale señalar es que se trata en primer lugar de un
trabajo que debe –al menos es su primera intención- servir de marco de
reflexión y comprensión de las prácticas que llevan adelante los diferentes
movimientos sociales y organizaciones políticas que se pronuncian por las transformaciones
sociales: buena parte de lo que se escribirá es el resultado de esas
experiencias; tanto del activismo social, sindical, y campesino; como también
de las gestiones denominadas progresistas y de las militancias políticas de
base. Las hipótesis que se esbozarán en este trabajo, no son ni
neutrales ni inocentes, obedecen a cierto posicionamiento tanto político como
teórico. Una posición comprometida, y que por otro lado se inscribe (o intenta
hacerlo) dentro de los parámetros conceptuales del materialismo histórico,
entendido por quien escribe como una herramienta con alto grado de
cientificidad acerca de los procesos de transformación social que se producen
en una formación dada. Hablar de intentos se justifica en la posibilidad
concreta de producir desviaciones propias a dicho campo teórico- práctico, como
podrían ser el dogmatismo, el economismo, etc.
En la actual situación
del capitalismo global, lo que tal vez haya desaparecido como alternativa para
los trabajadores y los sectores populares, es la posibilidad de ruptura total
del andamiaje estructural del sistema, para que dé comienzo desde ahí la
construcción de una nueva sociedad. Sin dudas, ello es un logro bastante
considerable de la estrategia defensiva de las fracciones sociales que para sobrevivir
necesitan de la reproducción de la plusvalía. Decimos fracciones en lugar de
burguesía, porque es probable que catalogándola como un todo homogéneo nos
privemos de entender las principales cualidades de ella. Que se haya roto el
paradigma de las rupturas, no implica que no se pueda hacer nada por el
bienestar de las mayorías. Lo que hay que saber es que lo que sí será posible,
necesariamente estará enmarcado en esas coordenadas. Esto tiene singular
importancia en la actual realidad latinoamericana.
Hoy asistimos a múltiples
tensiones, que en última instancia están determinadas por la contradicción
capital- trabajo, pero que por cierta lógica divergente siempre se tensan en
planos disociados. Los principales enfrentamientos a nivel planetario se producen
entre fracciones que necesitan de la apropiación privada de la producción
social. Es así como el tránsito desde la unipolaridad a la multipolaridad no
representa más que la agudización de las diferentes contradicciones
intercapitalistas. Cambios en las relaciones de fuerzas, formación de nuevos
bloques tácticos, búsqueda de ocupación de zonas estratégicas, incremento de la
competencia, búsqueda de nuevos liderazgos, irrupción de nuevos actores
globales, etc. Esto se produce en simultáneo, con el desarrollo de economías
negras o sumergidas (narcotráfico, trata, paraísos fiscales, etc.) que en lo
aparente tienen existencia separada, pero que se complementan o son parte de un
mismo todo, en el cual la acumulación capitalista se vuelve compleja. En ese
escenario global cobran vigencia las guerras en lugares estratégicos (Oriente
próximo, el Cáucaso), la demonización de ciertas naciones, y el desarrollo de
guerras santas como las que se hacen contra el terrorismo y el narcotráfico.
Con lo antedicho se verá
que lo que se intenta sostener como posibilidad de transformación social en lo
acontecido desde inicios del siglo, no es la revolución como fuera planteada a
partir de octubre del 17, sino algo diferente, que tal vez nunca haya sido
conceptualizado de forma que permita desligar viejas controversias de la
izquierda, entre posiciones revolucionarias o reformistas. Por lo demás la
década del 90 implicó un serio retroceso en cuanto a poder vislumbrar de forma
concreta un cambio revolucionario tal como se conocía anteriormente. Mucho se
hizo hincapié en que la gran derrota fue antes que nada ideológica, que se
dieron por tierra con todos los relatos emancipatorios, y que había triunfado
el pensamiento único. No caben dudas de que eso sucedió, que se generó un nuevo
sentido común que privilegiaba el individualismo y que se impusieran frases
paradigmáticas como “Sálvese quien pueda” y “Hace la tuya”. Para establecer una
línea de demarcación vamos a señalar que no hay derrota ideológica si no se
produce de forma simultánea una derrota política y social, que carcoma
objetivamente las bases concretas de la posibilidad del cambio social. Eso tal
vez sea lo menos estudiado del ciclo del ajuste. Sí se hizo bastante hincapié
en la cuestión referida al rol del Estado, a la Deuda Externa, a los procesos
privatizadores y a la desregulación de los mercados; pero cuando hacemos
referencia a la base objetiva carcomida, pensamos principalmente en las
condiciones objetivas necesarias para una ruptura revolucionaria. Mucho se ha
hablado, principalmente en esos tiempos de resistencia a los ajustes, de la
caída de la clase obrera como sujeto de las transformaciones. Y vale señalar
que ello en primer lugar fue un debate entre los sectores activistas de
entonces. Muchos comenzaron a pregonar la sustitución por los movimientos
sociales, otros teorizaron un sujeto Pueblo, y bien vale decir que con las
crisis de fin de siglo y comienzo de éste, por ejemplo en Ecuador, Bolivia y
Argentina, ese debate continuó. El ajuste produjo grandes índices de desempleo,
y la caída del rol del Estado generó nuevas teorías que daban por tierra con la
lucha de clases. Entonces se podía escuchar hablar de excluidos.
También existieron grupos
marxistas que a comienzos del siglo, llegaron a sostener que un posible cambio
en el modo de acumulación capitalista podía reestructurar objetivamente a la
clase obrera. Son largos debates, a los que nos referiremos a lo largo de este
trabajo, pero principalmente en relación a las experiencias que fueron
desarrollándose. Lo que se intenta señalar es que ante la irrupción de los
gobiernos denominados progresistas en la región, no era que contábamos con un
gran entusiasmo, sino más bien los veíamos con gran escepticismo, e incluso
nunca se desechaba una tibia sospecha de ser opciones para apagar el fuego. Lo
que sí fue generando un gran entusiasmo, aunque no inmediato, fue la
posibilidad concreta de que estos gobiernos y la integración continental
pudieran lograr lo que hasta ese momento era una deuda pendiente de dos siglos.
Romper la dependencia y el atraso relativo, no significaban la revolución
socialista obviamente, pero en un contexto de crisis internacional, y ante
demandas históricas de las sociedades suramericanas, no eran para nada
objetivos para ser desdeñados y tildarlos como trampas del sistema para
engatusar a los pueblos. En un contexto general de debilitamiento estructural
de la clase obrera, el surgimiento de líderes y movimientos populares que
reflotaban viejas banderas antiimperialistas representaba un dato sobresaliente.
También invitaba a revisar experiencias anteriores, intentando saber en qué
habían fallado, y qué se podía hacer para no caer en derrotas similares. Todas
las experiencias no eran iguales, pero que se dé un consenso generalizado en
avanzar hacia la unidad regional, violentando la voluntad imperial, expresada
por rancios derechistas locales, era el paso más importante, más allá de las
particularidades nacionales.
Otra razón por la que los
nuevos gobiernos progresistas tardaron en ser comprendidos cabalmente fue que
las alternativas de izquierda o centroizquierda que habían llegado a ser
gobierno, hasta entonces no habían hecho más que reproducir las viejas
prácticas de los partidos tradicionales, y el enrolamiento con posiciones
socialdemócratas, cuando no alineadas directamente a la internacional
socialista, les quitaban algún tipo de entusiasmo a todos aquellos que o eran
partidarios de una izquierda clásica, o que los que se volcaron a desarrollar
construcciones sociales de base, al margen de estructuras partidarias. Los 90
mostraron que las variables socialdemócratas no eran muy diferentes de las
derechas más rancias en cuanto a llevar adelante a rajatabla el ideario
neoliberal. En ese contexto la irrupción de una figura como Hugo Chávez fue por
algún tiempo bastante incomprendida tanto
por la izquierda más dura, como inclusive por variantes progresistas que
por ese entonces aún eran oposición.
El nuevo escenario
comenzaba a perfilarse promediando la primera década del siglo, cuando en la Cumbre
de Mar del Plata se le dijo No al Alca.
La llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia, y un año después de
Rafael Correa le daban nuevos aires al continente, y eso inclinaba un poco más
a la izquierda a gobiernos más de centro. La conformación de la Unasur implicó
un paso decisivo en el nuevo mapa regional y global.
Lo que sí hay que tener
en claro, con respecto a la llegada de los diferentes gobiernos progresistas,
es que en mucho de los casos no fueron entendidos por la ortodoxia marxista.
Casi todas las variantes del trotskismo no dejaron nunca de catalogar a estos
gobiernos, como coartadas del sistema para impedir el avance de las luchas
obreras y populares. Si bien se impuso la denominación Socialismo del Siglo XXI
e incluso Socialismo del Buen Vivir, habría que precisar que estos gobiernos lo
que intentaron (o intentan), es desarrollar -más que una sociedad proletaria-
un capitalismo que rompa con la dependencia, el atraso relativo y las grandes
desigualdades.
Desarrollar ciencia y
tecnología, realizar obras de infraestructura y principalmente liquidar una
estructura agraria enajenante, para dar paso a un desarrollo industrial
sostenido, más que parecerse a una revolución socialista es realizar una deuda
pendiente que las naciones americanas tienen hace dos siglos. Esto no invalida
que en algunos países se desarrolle considerablemente el movimiento de masas,
en cuanto a participación y poder de decisiones, que puedan producir en el
mediano plazo un pasaje hacia sociedades mucho más horizontales, y en donde
fuera posible desarrollar nuevas relaciones de producción. Un planteo de esta
índole no encuadra en ninguna ortodoxia, sin dudas; pero formularlo implica no
descuidar ningún flanco teórico, ya que no es posible avanzar demasiado con
líneas de acción enmarcadas en conceptualizaciones precarias. No comprender qué
es lo que está en juego, impide la perspectiva y genera condiciones para la
restauración conservadora. Eso es lo que se está viendo en estos momentos en
algunas naciones de la región, en donde las fuerzas progresistas comienzan a
flaquear en cuanto a la consideración popular. Lo que hay que entender es que
cuando se pone en marcha un proceso de cambio, ya no se puede retroceder, hay
que llevarlo hasta las últimas consecuencias. La experiencia histórica
demuestra que cuando ello no se hace de esa forma, los retrocesos son muy
dolorosos para los sectores populares.
De todas formas es
importante señalar que en el transcurrir de las coyunturas propias a las
formaciones económico- sociales, no es posible suponer como se hizo desde
cierto dogmatismo conceptual, una linealidad histórica que conduciría
inevitablemente a una sociedad mejor. La observación de los trayectos
recorridos no admiten ese optimismo, más bien resaltan la necesidad de ser lo
más rigurosos posibles con el análisis, y no caer en visiones de la realidad
que no son más que proyecciones de ideas cargadas de religiosidad.
Immanuel Wallerstein en
una entrevista que le hiciera en 2009 el periódico español Diagonal, afirma que para leer correctamente la coyuntura histórica
es necesario ver en ella los elementos de continuidad y de ruptura, lo normal y
lo excepcional. Según el intelectual norteamericano, en ese año lo normal era
el colapso del modelo especulativo, coincidente con una Fase B de los ciclos de
Kondratiev, que son los que describen las dinámicas de largo plazo de la
acumulación capitalista, mientras que lo excepcional es la transición que desde
los ’80 se viene produciendo entre el sistema- mundo capitalista hacia otro
tipo de formación histórico- social. La crisis coyuntural se enlazaba así a una
crisis estructural, que en los próximos 30 años desembocaría en una salida del
actual sistema- mundo. La recesión desatada con la crisis inmobiliaria, a
diferencia de crisis anteriores hace colapsar el sistema- mundo vigente,
señalaba por ese entonces Wallerstein. Lo que no sería posible definir con
ninguna certeza es qué clase de sociedad es la que se vendrá en un lapso de
tres décadas. Según IW ella será el resultado de la confrontación entre dos
modelos diferentes, con un final abierto, político, que a trazos muy gruesos
identifica como el resultado del enfrentamiento entre “el espíritu de Davos” y
“el espíritu de Porto Alegre”.
IW resalta la necesidad
de aprovechar esa transición para construir tanto un nuevo modelo productivo como civilizatorio, ya que
se corre el riesgo global de llegar a un mundo ecológicamente destruido e
insostenible en el cual se encuentre en peligro la supervivencia humana.
En referencia a esas
afirmaciones es bueno señalar que el interrogante surge en cuanto a cómo será
el cambio de sistema- mundo, y si en las coordenadas actuales del capitalismo es
posible ver algunos gérmenes de la nueva formación histórico- social. Marx
señalaba que cuando aún era predominante el modo de producción feudal, ya
habían surgido los cimientos de la sociedad capitalista. La burguesía hizo un
recorrido previo a la conquista del poder y la imposición de una nueva
formación social. El capital se fue desarrollando paulatinamente en la vieja
sociedad.
En la teoría y la
práctica del salto revolucionario, desarrollado en primer lugar por Lenin, ya
no se trataba de la prosecución de una tendencia que se había desarrollado en
la vieja sociedad, sino de un cambio en la propiedad de los medios de
producción para desde ahí iniciar un tránsito ininterrumpido hacia la sociedad
sin clases. Sí se trataba en todo caso del desarrollo de un sujeto social (el
proletariado) que se había desarrollado en la vieja sociedad, aunque en las
diversas experiencias revolucionarias lo que se pudo constatar era que se
habían constituido diferentes bloques político- sociales, conformados por
alianzas de clases populares, en las cuales el proletariado tuvo la hegemonía,
pero que nunca fue, la única clase en juego.
Hoy pensar una
alternativa teniendo como referencia la dicotomía planteada por Wallerstein,
implica caracterizar los elementos tanto revolucionarios como reaccionarios de
ruptura con el actual sistema mundo, que sin dudas ya existen y son esas clases
sociales y fracciones de clase que tensan las diferentes contradicciones de la
actual sociedad; y a partir de ello prever que posibilidad tienen de
convertirse en actores protagónicos de las luchas que se vienen.
Si bien podría
considerarse a la primera década de este siglo como una coyuntura de avance
social en Latinoamérica, hay que precisar que la misma de da en un contexto de
retroceso general a nivel planetario, en donde se imponen movimientos de
resistencia global. Una hipótesis que no sería descabellada, es la de sostener
que el avance mismo que se dio en el continente no sea más que un modo de
resistencia avanzada, inclusive en países en los cuales esa resistencia alcanzó
incluso a gobernar. En un escenario cada vez más globalizado, sin la
construcción de sólidas coaliciones multilaterales, es imposible transformar
mínimamente algo del contexto nacional. Por esta razón resulta importante el avance
de organismos como Unasur, Celac, Alba, Mercosur, etc.
Experiencias avanzadas
como las de Bolivia y Ecuador, tendrán nuevos desafíos en los años venideros,
debido a un cierto retroceso en las experiencias progresistas en los países más
grandes de la región. Es verdad también que los movimientos sociales y
políticos de esos países, tendrán que rediseñar las formas de resistencia si se
pretende que todo lo acontecido desde los albores del siglo se pierda. Una
tarea enorme es no permitir un retroceso objetivo, que lleve a cero todas las
condiciones logradas en ese tiempo, que permitían líneas de profundización. Por
esta razón resulta necesario rastrear los principales rasgos coyunturales de
avance, y de igual forma esos rasgos estructurales, que no pudieron ser
abordados y quedaran como flancos endebles. Ya que será justamente en ellos
donde las nuevas derechas intentarán concentrar sus esfuerzos para impedir que pueda
haber un cambio sustancial en la estructura dominante establecida desde los
tiempos de la colonia. Porque esa estructuración social nunca fue abolida, tuvo
variaciones y cambios de comandos, en coyunturas especiales. Cuba resulta una
excepción a esa regla, y se espera que tanto Bolivia como Ecuador puedan
mantener el rumbo actual, aunque como se señalara anteriormente tampoco tiene
un buen pronóstico el hecho de intentar profundizar fronteras adentro si se
produjera un aislamiento. Tal vez sea una tarea de los movimientos sociales y
políticos liberadores del continente apoyar fuertemente y rodear de solidaridad
a esas experiencias de gobiernos de avanzada.
Es importante señalar que
la experiencia latinoamericana reciente se produce en un momento de desarme
teórico de la izquierda marxista a nivel planetario, y que por esta misma razón
no es que haya habido teorizaciones previas al respecto, que permitieran que
las experiencias llevaran adelante un programa ya preestablecido. Por esa misma
razón es que cada experimento, se desarrolló en forma singular, partiendo de
sus propias particularidades, aunque existieran sí tanto cuadros como
intelectuales con óptima formación tanto teórica como práctica. Esto posibilitó
la sistematización rigurosa de algunas experiencias, como es el caso de lo
realizado por Álvaro García Linera en Bolivia. Es verdad que existieron
previamente foros internacionales como el Foro Social Mundial o en el caso
regional, el Foro de Sao Paulo en los cuales se fueron desarrollando algunas
líneas conceptuales acerca de las experiencias progresistas, aunque se podría
afirmar que la irrupción de los gobiernos de ese signo, marcaron una cierta
ruptura con ello. Fue importante el aporte del Foro de Sao Paulo, en cuanto a
las luchas de oposición de los partidos de izquierda en los 90, e incluso en
cuanto a algunas experiencias de gestión municipal, llevadas adelante
principalmente en Brasil por el PT y en Uruguay por el Frente Amplio.
De la última década del
siglo pasado lo que si se debiera tener en cuenta, no tanto por las prácticas de
gobierno, sino por cómo reconfiguró el modelo de organización social de base,
fue la experiencia de los neozapatistas en el estado mexicano de Chiapas. Fue un modelo que a partir del ’94 tuvo un
gran impacto en las organizaciones sociales de base e incluso en las
organizaciones políticas de la izquierda. Era el tiempo en que las ideas de
izquierda estaban cuestionadas a nivel global, por lo que la experiencia
zapatista alcanzó un gran relieve, en tanto que además de cuestionar al
pensamiento único neoliberal, servía como borde de cuestionamiento autocrítico
de la izquierda misma. En estos
movimientos surgidos en la base misma de la sociedad, se fue generando la
principal resistencia a la década del ajuste neoliberal, y fueron esas mismas
organizaciones en mucho de los casos, las principales bases de apoyo para la
construcción de nuevas fuerzas políticas alternativas, como también de la
renovación de otras.
El surgimiento en
Latinoamérica de gobiernos denominados progresistas, indudablemente tuvo que
ver con un ciclo económico crítico para las principales economías mundiales. Un
ciclo que pareciera estar llegando a su fin. Sin dudas un período más extenso
que otros como fueran los comprendidos durante las dos guerras mundiales. Pero
si existe hoy alguna diferencia sustantiva, habría que precisar que el capitalismo
occidental no resolvió esa crisis, sino que lo que también entró en crisis, es
el capitalismo emergente (representado principalmente por los BRICS) que
tuviera un singular desarrollo a partir de la crisis del primero. La caída
global del precio de los commodities afecta a todas esas economías que
sostenidas en la exportación de las mismas pusieron el centro en darles otra
utilidad a los excedentes. El actual viraje político que se viene produciendo
en la región, si bien tiene como base el fracaso del modelo redistributivo y la
impotencia por cambiar la matriz productiva, el mismo tiene más que ver con una recomposición de la
autoridad del Imperio, que con una salida efectiva a las cuestiones económicas
planteadas.
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