2016/05/16

¿Fin de un ciclo?

Promediando la segunda década del Siglo XXI, es posible avizorar que la tendencia que se vino desarrollando los últimos 15 años en la región suramericana, comienza  a declinar. Hubiera sido mucho más satisfactorio intentar explicar esa coyuntura específica, un quinquenio antes, cuando aún cierta esperanza existía en que ciertas inercias que se produjeron durante algunos ciclos anteriores del siglo pasado y con similares características, pudieran revertirse. Contextos de crisis y recomposición del mundo Occidental marcaron las oportunidades y los derroteros de las naciones de la región. La cuestión a abordar es si existen hoy algunos rasgos de excepcionalidad con respecto a fases anteriores, mucho más teniendo en cuenta que es en comparación de todos los procesos anteriores el de mayor duración en el tiempo, y tal vez el que mayor expectativas generó entre los analistas más escépticos.
Latinoamérica, en general y Suramérica en particular presentan datos de importancia en relación a cierta estructura económico social predominante, y que en términos generales podemos denominar como capitalismo dependiente. En un análisis que debiera ser lo más exhaustivo posible, pero que aquí será el mínimo indispensable habría que precisar que hay puntos nodales que caracterizan a la región.
Exportador de materias primas, cuestión agraria irresuelta, escaso desarrollo industrial y pobre generador de conocimientos científicos y técnicos. Es uno de los lugares claves del planeta para la exportación de commodities hacia el resto del mundo, así fue condenado por la división internacional del trabajo. Suramérica es el mayor reservorio natural del planeta, con la más variada biodiversidad.
La burguesía latinoamericana, nunca se caracterizó por tener una posición progresiva o desarrollista. Formada principalmente como entidad comercial, es la intermediaria entre los grandes productores de commodities y los compradores y vendedores internacionales.
Para tener certezas sobre lo que sucede a nivel de la sociedad suramericana, debiera estudiarse minuciosamente el desarrollo de sus formaciones económico- sociales desde la conquista hasta la actualidad. La conformación de los diferentes rasgos estructurales objetivos, debiera estar realizada  con la precisión y las certidumbres que ofrecen “las ciencias exactas o físicas”.
Realizar el estudio mencionado, no es nuestra tarea, al menos por hoy, ya que excede considerablemente las posibilidades concretas de poder hacerlo. Tampoco se intentará hacer un trabajo de tinte académico, nada más lejano a nuestros intereses. Si bien somos partidarios de establecer la mayor rigurosidad teórico- conceptual e intentar que esto pueda estar sujeto a comprobaciones de tipo científico, lo que bien vale señalar es que se trata en primer lugar de un trabajo que debe –al menos es su primera intención- servir de marco de reflexión y comprensión de las prácticas que llevan adelante los diferentes movimientos sociales y organizaciones políticas que se pronuncian por las transformaciones sociales: buena parte de lo que se escribirá es el resultado de esas experiencias; tanto del activismo social, sindical, y campesino; como también de las gestiones denominadas progresistas y de las militancias políticas de base. Las hipótesis que se esbozarán en este trabajo, no son ni neutrales ni inocentes, obedecen a cierto posicionamiento tanto político como teórico. Una posición comprometida, y que por otro lado se inscribe (o intenta hacerlo) dentro de los parámetros conceptuales del materialismo histórico, entendido por quien escribe como una herramienta con alto grado de cientificidad acerca de los procesos de transformación social que se producen en una formación dada. Hablar de intentos se justifica en la posibilidad concreta de producir desviaciones propias a dicho campo teórico- práctico, como podrían ser el dogmatismo, el economismo, etc.
En la actual situación del capitalismo global, lo que tal vez haya desaparecido como alternativa para los trabajadores y los sectores populares, es la posibilidad de ruptura total del andamiaje estructural del sistema, para que dé comienzo desde ahí la construcción de una nueva sociedad. Sin dudas, ello es un logro bastante considerable de la estrategia defensiva de las fracciones sociales que para sobrevivir necesitan de la reproducción de la plusvalía. Decimos fracciones en lugar de burguesía, porque es probable que catalogándola como un todo homogéneo nos privemos de entender las principales cualidades de ella. Que se haya roto el paradigma de las rupturas, no implica que no se pueda hacer nada por el bienestar de las mayorías. Lo que hay que saber es que lo que sí será posible, necesariamente estará enmarcado en esas coordenadas. Esto tiene singular importancia en la actual realidad latinoamericana.
Hoy asistimos a múltiples tensiones, que en última instancia están determinadas por la contradicción capital- trabajo, pero que por cierta lógica divergente siempre se tensan en planos disociados. Los principales enfrentamientos a nivel planetario se producen entre fracciones que necesitan de la apropiación privada de la producción social. Es así como el tránsito desde la unipolaridad a la multipolaridad no representa más que la agudización de las diferentes contradicciones intercapitalistas. Cambios en las relaciones de fuerzas, formación de nuevos bloques tácticos, búsqueda de ocupación de zonas estratégicas, incremento de la competencia, búsqueda de nuevos liderazgos, irrupción de nuevos actores globales, etc. Esto se produce en simultáneo, con el desarrollo de economías negras o sumergidas (narcotráfico, trata, paraísos fiscales, etc.) que en lo aparente tienen existencia separada, pero que se complementan o son parte de un mismo todo, en el cual la acumulación capitalista se vuelve compleja. En ese escenario global cobran vigencia las guerras en lugares estratégicos (Oriente próximo, el Cáucaso), la demonización de ciertas naciones, y el desarrollo de guerras santas como las que se hacen contra el terrorismo y el narcotráfico.
Con lo antedicho se verá que lo que se intenta sostener como posibilidad de transformación social en lo acontecido desde inicios del siglo, no es la revolución como fuera planteada a partir de octubre del 17, sino algo diferente, que tal vez nunca haya sido conceptualizado de forma que permita desligar viejas controversias de la izquierda, entre posiciones revolucionarias o reformistas. Por lo demás la década del 90 implicó un serio retroceso en cuanto a poder vislumbrar de forma concreta un cambio revolucionario tal como se conocía anteriormente. Mucho se hizo hincapié en que la gran derrota fue antes que nada ideológica, que se dieron por tierra con todos los relatos emancipatorios, y que había triunfado el pensamiento único. No caben dudas de que eso sucedió, que se generó un nuevo sentido común que privilegiaba el individualismo y que se impusieran frases paradigmáticas como “Sálvese quien pueda” y “Hace la tuya”. Para establecer una línea de demarcación vamos a señalar que no hay derrota ideológica si no se produce de forma simultánea una derrota política y social, que carcoma objetivamente las bases concretas de la posibilidad del cambio social. Eso tal vez sea lo menos estudiado del ciclo del ajuste. Sí se hizo bastante hincapié en la cuestión referida al rol del Estado, a la Deuda Externa, a los procesos privatizadores y a la desregulación de los mercados; pero cuando hacemos referencia a la base objetiva carcomida, pensamos principalmente en las condiciones objetivas necesarias para una ruptura revolucionaria. Mucho se ha hablado, principalmente en esos tiempos de resistencia a los ajustes, de la caída de la clase obrera como sujeto de las transformaciones. Y vale señalar que ello en primer lugar fue un debate entre los sectores activistas de entonces. Muchos comenzaron a pregonar la sustitución por los movimientos sociales, otros teorizaron un sujeto Pueblo, y bien vale decir que con las crisis de fin de siglo y comienzo de éste, por ejemplo en Ecuador, Bolivia y Argentina, ese debate continuó. El ajuste produjo grandes índices de desempleo, y la caída del rol del Estado generó nuevas teorías que daban por tierra con la lucha de clases. Entonces se podía escuchar hablar de excluidos.
También existieron grupos marxistas que a comienzos del siglo, llegaron a sostener que un posible cambio en el modo de acumulación capitalista podía reestructurar objetivamente a la clase obrera. Son largos debates, a los que nos referiremos a lo largo de este trabajo, pero principalmente en relación a las experiencias que fueron desarrollándose. Lo que se intenta señalar es que ante la irrupción de los gobiernos denominados progresistas en la región, no era que contábamos con un gran entusiasmo, sino más bien los veíamos con gran escepticismo, e incluso nunca se desechaba una tibia sospecha de ser opciones para apagar el fuego. Lo que sí fue generando un gran entusiasmo, aunque no inmediato, fue la posibilidad concreta de que estos gobiernos y la integración continental pudieran lograr lo que hasta ese momento era una deuda pendiente de dos siglos. Romper la dependencia y el atraso relativo, no significaban la revolución socialista obviamente, pero en un contexto de crisis internacional, y ante demandas históricas de las sociedades suramericanas, no eran para nada objetivos para ser desdeñados y tildarlos como trampas del sistema para engatusar a los pueblos. En un contexto general de debilitamiento estructural de la clase obrera, el surgimiento de líderes y movimientos populares que reflotaban viejas banderas antiimperialistas representaba un dato sobresaliente. También invitaba a revisar experiencias anteriores, intentando saber en qué habían fallado, y qué se podía hacer para no caer en derrotas similares. Todas las experiencias no eran iguales, pero que se dé un consenso generalizado en avanzar hacia la unidad regional, violentando la voluntad imperial, expresada por rancios derechistas locales, era el paso más importante, más allá de las particularidades nacionales.
Otra razón por la que los nuevos gobiernos progresistas tardaron en ser comprendidos cabalmente fue que las alternativas de izquierda o centroizquierda que habían llegado a ser gobierno, hasta entonces no habían hecho más que reproducir las viejas prácticas de los partidos tradicionales, y el enrolamiento con posiciones socialdemócratas, cuando no alineadas directamente a la internacional socialista, les quitaban algún tipo de entusiasmo a todos aquellos que o eran partidarios de una izquierda clásica, o que los que se volcaron a desarrollar construcciones sociales de base, al margen de estructuras partidarias. Los 90 mostraron que las variables socialdemócratas no eran muy diferentes de las derechas más rancias en cuanto a llevar adelante a rajatabla el ideario neoliberal. En ese contexto la irrupción de una figura como Hugo Chávez fue por algún tiempo bastante incomprendida tanto  por la izquierda más dura, como inclusive por variantes progresistas que por ese entonces aún eran oposición. 
El nuevo escenario comenzaba a perfilarse promediando la primera década del siglo, cuando en la Cumbre de Mar del Plata se le dijo No al Alca.  La llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia, y un año después de Rafael Correa le daban nuevos aires al continente, y eso inclinaba un poco más a la izquierda a gobiernos más de centro. La conformación de la Unasur implicó un paso decisivo en el nuevo mapa regional y global.
Lo que sí hay que tener en claro, con respecto a la llegada de los diferentes gobiernos progresistas, es que en mucho de los casos no fueron entendidos por la ortodoxia marxista. Casi todas las variantes del trotskismo no dejaron nunca de catalogar a estos gobiernos, como coartadas del sistema para impedir el avance de las luchas obreras y populares. Si bien se impuso la denominación Socialismo del Siglo XXI e incluso Socialismo del Buen Vivir, habría que precisar que estos gobiernos lo que intentaron (o intentan), es desarrollar -más que una sociedad proletaria- un capitalismo que rompa con la dependencia, el atraso relativo y las grandes desigualdades.
Desarrollar ciencia y tecnología, realizar obras de infraestructura y principalmente liquidar una estructura agraria enajenante, para dar paso a un desarrollo industrial sostenido, más que parecerse a una revolución socialista es realizar una deuda pendiente que las naciones americanas tienen hace dos siglos. Esto no invalida que en algunos países se desarrolle considerablemente el movimiento de masas, en cuanto a participación y poder de decisiones, que puedan producir en el mediano plazo un pasaje hacia sociedades mucho más horizontales, y en donde fuera posible desarrollar nuevas relaciones de producción. Un planteo de esta índole no encuadra en ninguna ortodoxia, sin dudas; pero formularlo implica no descuidar ningún flanco teórico, ya que no es posible avanzar demasiado con líneas de acción enmarcadas en conceptualizaciones precarias. No comprender qué es lo que está en juego, impide la perspectiva y genera condiciones para la restauración conservadora. Eso es lo que se está viendo en estos momentos en algunas naciones de la región, en donde las fuerzas progresistas comienzan a flaquear en cuanto a la consideración popular. Lo que hay que entender es que cuando se pone en marcha un proceso de cambio, ya no se puede retroceder, hay que llevarlo hasta las últimas consecuencias. La experiencia histórica demuestra que cuando ello no se hace de esa forma, los retrocesos son muy dolorosos para los sectores populares.  
De todas formas es importante señalar que en el transcurrir de las coyunturas propias a las formaciones económico- sociales, no es posible suponer como se hizo desde cierto dogmatismo conceptual, una linealidad histórica que conduciría inevitablemente a una sociedad mejor. La observación de los trayectos recorridos no admiten ese optimismo, más bien resaltan la necesidad de ser lo más rigurosos posibles con el análisis, y no caer en visiones de la realidad que no son más que proyecciones de ideas cargadas de religiosidad.
Immanuel Wallerstein en una entrevista que le hiciera en 2009 el periódico español Diagonal, afirma que para leer correctamente la coyuntura histórica es necesario ver en ella los elementos de continuidad y de ruptura, lo normal y lo excepcional. Según el intelectual norteamericano, en ese año lo normal era el colapso del modelo especulativo, coincidente con una Fase B de los ciclos de Kondratiev, que son los que describen las dinámicas de largo plazo de la acumulación capitalista, mientras que lo excepcional es la transición que desde los ’80 se viene produciendo entre el sistema- mundo capitalista hacia otro tipo de formación histórico- social. La crisis coyuntural se enlazaba así a una crisis estructural, que en los próximos 30 años desembocaría en una salida del actual sistema- mundo. La recesión desatada con la crisis inmobiliaria, a diferencia de crisis anteriores hace colapsar el sistema- mundo vigente, señalaba por ese entonces Wallerstein. Lo que no sería posible definir con ninguna certeza es qué clase de sociedad es la que se vendrá en un lapso de tres décadas. Según IW ella será el resultado de la confrontación entre dos modelos diferentes, con un final abierto, político, que a trazos muy gruesos identifica como el resultado del enfrentamiento entre “el espíritu de Davos” y “el espíritu de Porto Alegre”.
IW resalta la necesidad de aprovechar esa transición para construir tanto un nuevo  modelo productivo como civilizatorio, ya que se corre el riesgo global de llegar a un mundo ecológicamente destruido e insostenible en el cual se encuentre en peligro la supervivencia humana.
En referencia a esas afirmaciones es bueno señalar que el interrogante surge en cuanto a cómo será el cambio de sistema- mundo, y si en las coordenadas actuales del capitalismo es posible ver algunos gérmenes de la nueva formación histórico- social. Marx señalaba que cuando aún era predominante el modo de producción feudal, ya habían surgido los cimientos de la sociedad capitalista. La burguesía hizo un recorrido previo a la conquista del poder y la imposición de una nueva formación social. El capital se fue desarrollando paulatinamente en la vieja sociedad.
En la teoría y la práctica del salto revolucionario, desarrollado en primer lugar por Lenin, ya no se trataba de la prosecución de una tendencia que se había desarrollado en la vieja sociedad, sino de un cambio en la propiedad de los medios de producción para desde ahí iniciar un tránsito ininterrumpido hacia la sociedad sin clases. Sí se trataba en todo caso del desarrollo de un sujeto social (el proletariado) que se había desarrollado en la vieja sociedad, aunque en las diversas experiencias revolucionarias lo que se pudo constatar era que se habían constituido diferentes bloques político- sociales, conformados por alianzas de clases populares, en las cuales el proletariado tuvo la hegemonía, pero que nunca fue, la única clase en juego.
Hoy pensar una alternativa teniendo como referencia la dicotomía planteada por Wallerstein, implica caracterizar los elementos tanto revolucionarios como reaccionarios de ruptura con el actual sistema mundo, que sin dudas ya existen y son esas clases sociales y fracciones de clase que tensan las diferentes contradicciones de la actual sociedad; y a partir de ello prever que posibilidad tienen de convertirse en actores protagónicos de las luchas que se vienen.
Si bien podría considerarse a la primera década de este siglo como una coyuntura de avance social en Latinoamérica, hay que precisar que la misma de da en un contexto de retroceso general a nivel planetario, en donde se imponen movimientos de resistencia global. Una hipótesis que no sería descabellada, es la de sostener que el avance mismo que se dio en el continente no sea más que un modo de resistencia avanzada, inclusive en países en los cuales esa resistencia alcanzó incluso a gobernar. En un escenario cada vez más globalizado, sin la construcción de sólidas coaliciones multilaterales, es imposible transformar mínimamente algo del contexto nacional. Por esta razón resulta importante el avance de organismos como Unasur, Celac, Alba, Mercosur, etc.
Experiencias avanzadas como las de Bolivia y Ecuador, tendrán nuevos desafíos en los años venideros, debido a un cierto retroceso en las experiencias progresistas en los países más grandes de la región. Es verdad también que los movimientos sociales y políticos de esos países, tendrán que rediseñar las formas de resistencia si se pretende que todo lo acontecido desde los albores del siglo se pierda. Una tarea enorme es no permitir un retroceso objetivo, que lleve a cero todas las condiciones logradas en ese tiempo, que permitían líneas de profundización. Por esta razón resulta necesario rastrear los principales rasgos coyunturales de avance, y de igual forma esos rasgos estructurales, que no pudieron ser abordados y quedaran como flancos endebles. Ya que será justamente en ellos donde las nuevas derechas intentarán concentrar sus esfuerzos para impedir que pueda haber un cambio sustancial en la estructura dominante establecida desde los tiempos de la colonia. Porque esa estructuración social nunca fue abolida, tuvo variaciones y cambios de comandos, en coyunturas especiales. Cuba resulta una excepción a esa regla, y se espera que tanto Bolivia como Ecuador puedan mantener el rumbo actual, aunque como se señalara anteriormente tampoco tiene un buen pronóstico el hecho de intentar profundizar fronteras adentro si se produjera un aislamiento. Tal vez sea una tarea de los movimientos sociales y políticos liberadores del continente apoyar fuertemente y rodear de solidaridad a esas experiencias de gobiernos de avanzada.
Es importante señalar que la experiencia latinoamericana reciente se produce en un momento de desarme teórico de la izquierda marxista a nivel planetario, y que por esta misma razón no es que haya habido teorizaciones previas al respecto, que permitieran que las experiencias llevaran adelante un programa ya preestablecido. Por esa misma razón es que cada experimento, se desarrolló en forma singular, partiendo de sus propias particularidades, aunque existieran sí tanto cuadros como intelectuales con óptima formación tanto teórica como práctica. Esto posibilitó la sistematización rigurosa de algunas experiencias, como es el caso de lo realizado por Álvaro García Linera en Bolivia. Es verdad que existieron previamente foros internacionales como el Foro Social Mundial o en el caso regional, el Foro de Sao Paulo en los cuales se fueron desarrollando algunas líneas conceptuales acerca de las experiencias progresistas, aunque se podría afirmar que la irrupción de los gobiernos de ese signo, marcaron una cierta ruptura con ello. Fue importante el aporte del Foro de Sao Paulo, en cuanto a las luchas de oposición de los partidos de izquierda en los 90, e incluso en cuanto a algunas experiencias de gestión municipal, llevadas adelante principalmente en Brasil por el PT y en Uruguay por el Frente Amplio.
De la última década del siglo pasado lo que si se debiera tener en cuenta, no tanto por las prácticas de gobierno, sino por cómo reconfiguró el modelo de organización social de base, fue la experiencia de los neozapatistas en el estado mexicano de Chiapas.  Fue un modelo que a partir del ’94 tuvo un gran impacto en las organizaciones sociales de base e incluso en las organizaciones políticas de la izquierda. Era el tiempo en que las ideas de izquierda estaban cuestionadas a nivel global, por lo que la experiencia zapatista alcanzó un gran relieve, en tanto que además de cuestionar al pensamiento único neoliberal, servía como borde de cuestionamiento autocrítico de la izquierda misma.  En estos movimientos surgidos en la base misma de la sociedad, se fue generando la principal resistencia a la década del ajuste neoliberal, y fueron esas mismas organizaciones en mucho de los casos, las principales bases de apoyo para la construcción de nuevas fuerzas políticas alternativas, como también de la renovación de otras. 
El surgimiento en Latinoamérica de gobiernos denominados progresistas, indudablemente tuvo que ver con un ciclo económico crítico para las principales economías mundiales. Un ciclo que pareciera estar llegando a su fin. Sin dudas un período más extenso que otros como fueran los comprendidos durante las dos guerras mundiales. Pero si existe hoy alguna diferencia sustantiva, habría que precisar que el capitalismo occidental no resolvió esa crisis, sino que lo que también entró en crisis, es el capitalismo emergente (representado principalmente por los BRICS) que tuviera un singular desarrollo a partir de la crisis del primero. La caída global del precio de los commodities afecta a todas esas economías que sostenidas en la exportación de las mismas pusieron el centro en darles otra utilidad a los excedentes. El actual viraje político que se viene produciendo en la región, si bien tiene como base el fracaso del modelo redistributivo y la impotencia por cambiar la matriz productiva, el mismo  tiene más que ver con una recomposición de la autoridad del Imperio, que con una salida efectiva a las cuestiones económicas planteadas.


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