Hay cosas que
suceden en la cotidianeidad, que se repiten en ella, pero que no es posible
encontrarles un marco conceptual en dónde inscribirlas. Sin una observación
crítica sería imposible percatarlas. No se trata de las (de) formaciones que
Freud maravillosamente catalogara estructuralmente en la Psicopatología de la vida cotidiana. Se trata de verosímiles, no de
actos fallidos. Algunas veces generan el deseo de saber, pero siendo abortado
éste, por considerarse la causa de los interrogantes como un hecho común: esos
verosímiles se cierran en su propia
existencia.
“Ya llega agosto.
Un nuevo año pasó sin que nos demos cuenta” “Pensar que todavía estamos
planeando las Fiestas de fin de año” Es un lugar más que común el de decir que
el tiempo corre a mucho mayor velocidad. Generalmente la gente de mayor edad
supone que esa velocidad tiene que ver con los años que se tienen, ya que hace
varios años atrás no percibían lo mismo. Al volverse viejo, el tiempo pasa más rápido. El problema
se complica cuando gente joven expresa lo mismo. No que se le pasaron 20, 30 o
40 años de golpe porque aún ni siquiera llegan a esa edad, pero sí expresan que
el año transcurrió a gran velocidad. La primera hipótesis que uno se plantearía
es que no es que para los que tienen más edad el tiempo pasa ligero, sino que
hace 20 o 30 años el tiempo mismo era más lento. Obviamente que el tiempo
cronológico no puede ser ni más lento ni más rápido en sí mismo, las
variaciones son producidas en la subjetividad. Podría decir “por” la subjetividad,
pero considero más correcto decir “en” ella.
En la actualidad estamos
asistiendo cada vez más a la brutal existencia del tiempo muerto. La espera
inactiva, el “hacer tiempo”, la ansiedad; son elementos (no los únicos) que paradójicamente
nada tienen que ver con esos momentos de placer que la mayoría pide que sean eternos. El tiempo pasa rápido no en el momento en el que se lo vive, va
rápido cuando se hace el mínimo balance de lo acontecido. En la cotidianeidad
el tiempo muerto es eterno. En el balance de lo sucedido, no cuenta. Ni
siquiera es factible de servir para la memorización. Es un eclipse temporal. La
repetición incesante del tiempo muerto genera otra realidad, complementaria en la
subjetividad, de todo aquello que el sujeto social considera como
importante. La detención en el semáforo, el embotellamiento del tránsito, la
espera del transporte público, o el viaje en el mismo, son algunos de esos elementos
que en la vida cotidiana se demultiplican. El que sube a un subte o un tren
pude constatar inmediatamente largas filas de pasajeros metidos en la pequeña
pantalla de su teléfono celular. Completamente ajenos al lugar en el que están.
1 comentario:
Esperar la J en Berisso te faltó.
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