Narciso dejó clavada su mirada en el estanque. La fascinación que le producía la imagen que el espejo de agua le devolvía, lo anclaba en un espacio y un tiempo peculiares. Dos ojos en el abismo superficial del agua, que mirándolo, no le permitían nunca saber que los otros dos que recibían esa estampa, y se cruzaban en un doble y oblicuo segmento imaginario, eran los mismos. Lo Mismo, siendo a su vez “otro”. Los “mismos” suponiendo la existencia del Otro.
En un sueño quien relata, le explicaba a algunos interlocutores, el hecho de que lo que conocemos como Amor, es una manifestación exclusiva del narcisismo. El observador del estanque había quedado preso de su propia imagen especular, y cualquier otro, al cual pudiera llegar a amar iba a tener la marca exclusiva de la devolución que una superficie reflectora le diera de sí mismo, sin saber de ello.
Habiendo despertado o al menos permanecer en ese estado intermedio, entre el sueño y la vigilia, propio a horas lejanas al atardecer pero tal vez no tanto al amanecer, quien ahora escribe se preguntaba qué hubiera sucedido si en el rostro de Narciso, que devenía del estanque de agua, hubiera aparecido junto al semblante del espejo líquido, el de una bella mujer al lado de quien lo miraba, acercando sus cabellos a su cara. Narciso para no dejar de serlo, nunca hubiera podido dar vuelta su cabeza para mirar a su lado, ya que de esa forma hubiera roto el espejo, el espejismo e incluso el momento mágico en el que estaba imbuido. Narciso y la mujer que estaba a su lado, para amarse sólo podían seguir viéndose en el resplandor del agua del estanque. Nunca dándose vuelta…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario