La llegada del macrismo al gobierno central
produjo en un principio cierto extrañamiento. Durante los primeros meses no
pocos intentaron dar cuenta de un fenómeno que supuestamente no podía
entenderse demasiado. Cómo era esto de que los verdugos se hicieran populares
entre sus propias víctimas. La nueva derecha ¿es democrática o no? Sobre esto
se escribió demasiado.
Hoy existe una sobreabundancia de
elaboraciones sobre la política que, lejos de servir como herramientas para la
acción, son meras interpretaciones de una realidad en la que el alejamiento de
la sociedad civil de la política se agiganta de manera creciente. Pueden
servir para los debates universitarios pero sólo dando vueltas en ese circuito
se transforman en posturas inofensivas que producen una regresión a lo
que críticamente enunciara Marx en su famosa Tesis XI sobre
Feuerbach a saber: “Los filósofos no han hecho otra cosa que interpretar de
diferentes formas el mundo. Se trata de transformarlo”.
Obviamente esas elaboraciones nunca podrían tener como
destinataria a la gran mayoría de la ciudadanía, nunca podría ser así.
Históricamente todo lo concerniente a la acción política tuvo como principales
interlocutores a los militantes y activistas con pretensiones de formarse como
cuadros. Preocupa que hoy no se dé de esa manera contribuyendo al desánimo y
desmovilización masivos, aunque de todas maneras se produzcan grandes marchas
por reivindicaciones sectoriales y corporativas.
El viejo axioma del pasaje de lo social a lo político
se hace cada vez menos probable y sólo quedan las variantes conocidas que
concentran todo su esfuerzo en convencer al ciudadano de que debe saber elegir
a sus representantes no dejándose engañar por lo que dicen los grandes medios.
Nunca antes se produjo como en la actualidad el aislamiento de los movilizados
aunque lo hagan de manera multitudinaria.
El 24 de Marzo de 1996 en ocasión de los 20 años del
golpe del ’76, la marcha de cerca de cien mil personas a la Plaza de Mayo fue
interpretada claramente como una filosa estaca para el por entonces presidente
Carlos Menem. Hoy movilizando muchos más es muy difícil realizar el pasaje a lo
político e influenciar a la masa desmovilizada que por la TV escucha hablar del
atascamiento del tránsito mostrando las imágenes de dirigentes obesos o
sospechados de corrupción.
Del compromiso al consumismo
En su libro Psicopolítica (2014)
el filósofo surcoreano Byung- Chul Han expresó con bastante acierto el hecho de
que el neoliberalismo ha convertido al ciudadano en consumidor. “El votante en
tanto consumidor, no tiene un interés real por la política”, señala Byung,
agregando que “No está dispuesto ni capacitado para la acción política común.
Solo reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose igual
que el consumidor ante las mercancías o servicios que le desagradan”.
El consumidor generalmente contrata determinados
servicios para desentenderse del problema que supuestamente le genera tener que
resolver él mismo y por ende delega responsabilidades. En una sociedad cada vez
más heterogénea y diversa no está mal que eso suceda. Pero, en política implica
para el hombre medio un alejamiento creciente no sólo de la actividad
gubernamental sino y en especial una incomprensión radical de los procesos
colectivos.
Con el neoliberalismo las diferentes opciones
políticas fueron abandonando la esfera pública para ser cada vez más parte de
la esfera privada. De esta manera las diferentes organizaciones que pretendan
competir en lo electoral deberán poseer estructuras bien aceitadas para
promover candidatos y por ende suficiente dinero para eso. Esto limita
considerablemente la posibilidad de surgimiento de partidos de extracción
popular.
El surgimiento de Cambiemos y principalmente del Pro,
muestran a las claras esta política de estructura marketinera similar a las
empresas de ventas de productos intangibles. Los timbreos de los funcionarios
no se distancian tanto del accionar de las cuadrillas de vendedores de marcas
como Autocrédito. Vinieron para hacerse cargo de lo público para que el
consumidor- votante se olvide de todo y viva su vida privada sin otra
preocupación que no sea su quehacer personal. Cada dos años estas máquinas
electorales se ponen en juego y si bien el Pro es quien tiene el
posicionamiento más evidente al respecto, de ello no escapa nadie. La sociedad
política hoy está completamente escindida de la sociedad civil. Es una escisión
constitutiva de las actuales democracias.
La
democracia de los espectadores
Al respecto señala Byung- Chul Han que
la supuesta transparencia que se le exige a los candidatos no es una
reivindicación política. “No se exige transparencia frente a los procesos
políticos de decisión”, dice, ya que ello no interesa al consumidor. El
imperativo de la transparencia sirve para desnudar a los políticos y
transformarlos en objetos de escándalo. “La reivindicación de la transparencia
presupone la existencia de un espectador que se escandaliza”. En ello el autor
es bastante claro: “No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa sino
la de un espectador pasivo”. Hoy es difícil no encontrar esos diálogos cruzados
entre el ciudadano- consumidor y el ciudadano politizado. Es un diálogo de
sordos. Otra manera de interpretar lo que dieron en llamar la “grieta”.
De todas maneras, cualquier alternativa política que
pretenda representar a los trabajadores y a los sectores populares no tiene hoy
otra forma de llegar al gobierno si no es a partir de la concurrencia
electoral. Lo que no puede hacer -en caso de gobernar- es mantener dicha
escisión de forma prolongada o permanente. Es necesario realizar una profunda
transferencia de poder de los sectores más concentrados hacia los de abajo
transformando sustancialmente las relaciones de fuerza e impedir el retorno de
las más recalcitrantes derechas que vienen a producir brutales saqueos mientras
la sociedad mira soñolienta hacia otro lado.
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