Si las décadas de los 60 y los 70 quedaron
grabadas en la historia como tiempos de profundos cambios en todos los
terrenos, en los 80 la música, que había revolucionado esos años, empezó
tocar otro ritmo.
Transcurría el año 1984. Owner of a
Lonely Heart de la banda británica Yes era uno de los temas más
escuchados. Por entonces un éxito discográfico. En cualquier televisor
encendido podía verse el videoclip o también oírlo en alguna estación radial de
las novedosas FM (Radios de Frecuencia Modulada). No está de más recordar que
desde el 1º de Mayo de 1980 existía oficialmente en la Argentina la TV en
color. Era un tiempo en el cual -a partir del regreso de la democracia- se
declamaba que todo lo valioso de la década precedente debía retornar: la música
de rock o las ideas de izquierda. Pero todo lo que volvía ya no era igual. Algo
había cambiado.
Yes fue conformado en 1968 en Londres.
Desde sus inicios la agrupación comenzó a desarrollar un sonido característico
de rock con fusiones de jazz. Es de destacar que con la llegada en 1972 del
tecladista Rick Wakeman la banda lograría un sonido muy particular que
alinearía al grupo junto a otros grandes exponentes del rock progresivo y
sinfónico de entonces: Pink Floyd; Genesis; King Crimson; Emerson, Lake &
Palmer. Wakeman había sido un pianista de música clásica que pasó a utilizar
una multitud de teclados electrónicos de última generación. Con Yes
incorporarían a las grabaciones a una orquesta sinfónica y un coro. Eran los
tiempos de búsquedas sofisticadas y la creación de obras conceptuales. En 1972
lanzarían el álbum Close to the Edgeinspirado en el Siddhartha de
Herman Hesse. Un año después tendría lugar Tales from Topographic
Oceans, obra también conceptual escrita por Jon Anderson y Steve Howe. El
clásico sonido progresivo de Yes llegaría hasta 1979. A partir de ahí la banda
quedaría casi desarticulada y algunos de sus miembros propusieron tomarse un
descanso. Wakeman y Anderson por ese entonces se inclinarían hacia la música
étnica y New Age.
En 1982 los sobrevivientes de Yes alinearon
al guitarrista sudafricano Trevor Rabin y allí comenzaba la nueva versión de la
banda. Rabin lejos de provenir de la tradición progresiva era un virtuoso
guitarrista que cultivaba el hard rock, el pop y el techno rock con lo que Yes
adquiriría un sonido mucho más comercial y con llegada a un público masivo.
En octubre de 1983 la nueva formación grabaría el álbum que llevaría como
nombre 90125 en alusión al número de catálogo de elepés en el registro del
sello Atlantic Records. El tema Owner of a Lonely Heartllegó a
ubicarse por varias semanas en el número uno de los rankings de popularidad.
Por su parte el tema instrumental Cinema le permitiría al
grupo recibir en 1984 el Premio Grammy que sería el único alcanzado por Yes a
lo largo de toda su historia. En febrero de 1985 la banda se presentaría en la
Argentina en un colmado estadio de Vélez Sarsfield.
El pasaje de un estilo sofisticado y de búsquedas a
otro de tipo más bien comercial no fue una exclusividad de Yes. Hubo otros
grupos como Genesis, Supertramp o Fleetwood Mac sólo por nombrar algunos que
hicieron el mismo camino. Si bien es factible realizar una crítica al cambio de
estilo hay que señalar que la calidad instrumental de esas bandas resultaba
superlativa. Mientras en Europa se imponía un tipo de música pop rock en donde
emergían bandas como The Police, U2, Depeche Mode, Queen; en los Estados
Unidos reinaba la música disco heredera del soul y el rhythm & blues. Michael
Jackson era su principal exponente. La conversión al mainstream y la música pop
debe entenderse como resultado de un vertiginoso cambio de época no siempre
perceptible.
Las décadas del 60 y 70 son valoradas como tiempos de
cambio, de revuelta y contracultura. Sobre ello se ha escrito mucho y se sigue
escribiendo. Es una necesidad hacerlo. Los 90 son considerados como la etapa en
la cual se impondría el neoliberalismo y el pensamiento único heredero del
proclamado fin de la historia. Por su parte los años 80 pareciera que no
tuvieran grandes hitos para resaltar. Fue una década casi sin épica, una vuelta
al sentido común más rutinario. Sin embargo los 80 representan un tiempo
refundacional del capitalismo global. Nada de lo que hoy ocurre podría entenderse
sin saber mínimamente qué representó dicho período. Si en los 90 el
neoliberalismo se hace perceptible es porque sus cimientos fueron realizados un
tiempo atrás. Lo social, lo económico y lo cultural se transformarían
sustancialmente. Los cambios en las disciplinas artísticas responden a ese
proceso, se enmarcan en él. Se produce el fin de la sociedad de masas. Se
comienza a constituir lo social como el entramado complejo de círculos íntimos
con lo que devienen las mayorías silenciosas.
Si bien el fenómeno mainstream es posible a partir de
una difusión extremadamente masiva en la que sus instrumentos comunicacionales
se revolucionarizan permanentemente cabe destacar que no apuntan a
conformar colectivos sociales sino a desmantelarlos construyendo una cultura
del hedonismo individualista en la que priman los círculos reducidos, los
espacios de privacidad y el resguardo de la multitud.
El fenómeno de la discoteca
Si bien los locales a los que los jóvenes acudían para
bailar música grabada tuvieron sus inicios promediando la década del 70, los
mismos fueron lugares predominantes en los 80. En la Argentina los denominados
boliches bailables desplazarían a los bailes populares a partir de 1976. Vuelta
la democracia no habría cambios al respecto. Los lugares cerrados no sólo
seguirían sino que se tornarían mucho más sofisticados.
En 1977 se crearía en Manhattan (EEUU) la célebre
discoteca Studio 54. Allí se daban cita personajes famosos como Andy Warhol,
Mick Jagger, Salvador Dalí, Liza Minelli, Cher, Woody Allen y Frank Sinatra. El
rasgo particular de Studio 54 era que el ingreso al lugar no estaba asegurado.
La gran afluencia de jóvenes podía verse en las puertas del lugar intentando
ser aceptados para ingresar. Se imponía el derecho de admisión. Si bien las
discotecas eran masivas, el fenómeno de las luces y la intensidad del sonido
propiciaban una cierta imagen de aislamiento. El resto podía ser visto como un
decorado necesario. Por esta razón se señalaba por entonces que si un grupo de
amigos quería festejar como en su casa debía hacerlo en la disco. La
arquitectura de las grandes discotecas ofrecía diferentes pistas de baile y
lugares reservados que sujetos a las sofisticadas iluminaciones propiciaban la
ilusión de estar en un lugar no público. La música que emergía en los 80 debía
adaptarse a estos nuevos lugares en los que lo social sería desplazado por una
perspectiva íntima y privada. Es interesante rastrear estas características en
el cine de la época. Esto se potenciaría en los 90 y hasta hoy mantiene
vigencia.
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