David Harvey y su libro |
La falta de una lectura ajustada de la
realidad lleva a una práctica ciega, oscura, librada al despliegue de un
extremado voluntarismo que más que ser el producto de una necesidad histórica y
social es el resultado de avatares individuales.
Alguna vez el célebre etnólogo Claude Lévi-
Strauss dijo que las actuales sociedades se corresponden con máquinas
termodinámicas que van mutando permanentemente. Las denominaba sociedades
calientes. En ellas los hábitos culturales y las certezas sufren una metamorfosis
que si son vistos no mucho tiempo después resultan anodinos. Esta velocidad se
ha incrementado en las últimas décadas y pareciera ir en aumento. Con ello
todos los valores de utilidad –no solamente comerciales- quedan subsumidos en
las modas. De esta forma un bien cultural o social que puede considerarse de
importancia es dejado de lado por atribuirle condición de “viejo” y por ende
catalogarlo como agotado. Esta supuesta caducidad no siempre coincide con las
necesidades, ya que en la mayoría de los casos es decretada a través de
operaciones ideológicas que intentan sepultar todo aquello que no pegue con las
ideas dominantes de un determinado tiempo histórico. Ideas que también mutan
muy rápido.
Resulta bastante curiosa la imposición de nuevas modas
intelectuales que van degradando y desprestigiando en muchas casos
construcciones teóricas rigurosas por considerarlas hechas para otros tiempos.
De esta manera aparecen nuevos pensadores que si rescatan a algún teórico del
pasado manifiestan haberlo aggiornado. Así es posible que se produzca el
retorno de alguien para enfrentarlo o superponerlo a otros de su tiempo.
Antonio Gramsci en los ’80 fue utilizado para contraponerlo a la tradición
marxista, fundamentalmente leninista, resaltando de él aspectos tanto
autonomistas como socialdemócratas. A estas maniobras de manipulación de la
teoría en otros tiempos se las denominaba “revisionismo”, un término que
también fue eliminado del vocabulario militante por considerarlo caduco.
Realizar una profunda crítica al igual que un
inventario de todas las revisiones llevaría un enorme trabajo que solamente
podría ser realizado por un colectivo de intelectuales comprometidos. Esto le
proporcionaría al activismo una batería de herramientas conceptuales que potenciarían
su labor militante. A veces determinados silencios podrían ser
considerados como resultado de cierta miopía, aunque la mayoría de las veces
sean intencionales, producto de cambios en los modos de abordar y percibir la
realidad. Cambios que sin duda van degradando incluso al pensamiento crítico.
Saber dónde estamos parados
Todos aquellos que militaron en los ’70 deben extrañar
la caracterización de la etapa en la que desarrollaban su labor. Realizar un
análisis de situación no era sólo el patrimonio de las izquierdas marxistas,
también lo hacían las diferentes organizaciones del peronismo revolucionario.
Si la actividad política no representa un pasatiempo, un lugar para expiar
culpas ni tampoco una oportunidad para acceder al poder para saciar apetitos
individuales lo primero que se debiera conocer es la realidad que se pretende
transformar. Carecer de ese conocimiento lleva a una práctica ciega, oscura,
librada al despliegue de un extremado voluntarismo que más que ser el producto
de una necesidad histórica y social es el resultado de avatares individuales.
Por esta razón habita en el sentido común
la idea de que enrolarse en el cambio social es sólo para los jóvenes que, una
vez envejecidos, deben retirarse a hacer otras cosas. “De joven se es revolucionario
y de viejo conservador”, dice un dicho popular. Si bien algo de todo eso sucede
en la sociedad, no se puede concebir un proceso de transformaciones
exclusivamente como la exteriorización de subjetividades. Las mismas son
necesarias e inevitables pero se apoyan en procesos materiales y objetivos
mucho más complejos que, resulta necesario conocer. Hoy se impone la posverdad con
lo cual un gobierno como el de Macri afirma un montón de cosas que uno percibe
que son falsedades pero no hay quien a través de datos reales
pueda rebatirlos y poder informar correctamente a la población, ya que no
alcanza con decir que los medios mienten.
Del análisis de situación que propicia una
caracterización correcta de la realidad surge la línea de acción, la línea
política, el quehacer militante. El actual y muy recomendable marxista
británico David Harvey sostiene en la introducción a su libro Diecisiete
contradicciones y el fin del capitalismo (2014) que; “Las
interpretaciones erróneas conducen casi siempre a políticas erróneas cuyo
resultado será profundizar más que aliviar las crisis de acumulación y la
miseria social que se derivan de ellas”. En referencia al movimiento
anticapitalista ahora en formación, Harvey señala que resulta “crucial no sólo
entender mejor el funcionamiento de su antagonista (el capital) para oponerse
al mismo, sino también para articular una clara argumentación sobre por qué
tiene sentido en nuestra época un movimiento de este tipo y por qué es tan
necesario tal movimiento en los difíciles años que nos esperan para que el
conjunto de la humanidad pueda vivir una vida decente”.
Conocer la realidad además permite saber
quiénes son nuestros amigos y medir la envergadura de a quién nos oponemos. No
se trata de un caminante ciego que por casualidad encontró su lazarillo, se
trata de caminantes que en la experiencia de caminar van conociendo y haciendo
el camino.
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