2013/10/27

Una reunión sin nada de cumbre

Panamá. Con la presencia suramericana sólo de los presidentes de Paraguay, Horacio Cartes, y de Colombia, Juan Manuel Santos, la XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado pasó sin pena ni gloria por la capital de Panamá.
La XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, realizada en Panamá entre el 18 y el 19 de octubre, pasó a la historia de los encuentros formales entre los mandatarios respectivos como un verdadero fiasco que pone en tela de juicio la continuidad de un organismo como es la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). Tal es así que de los 22 presidentes, asistieron menos de la mitad, y la nota saliente es que de los países que integran la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), sólo estuvieron presentes en la cumbre los presidentes Juan Manuel Santos y Horacio Cartes, de Colombia y Paraguay, respectivamente. Tampoco la cumbre fue noticia de los principales medios latinoamericanos. En la Argentina, para dar un ejemplo, el matutino La Nación, refiriéndose en una nota al reposo médico indicado a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sólo agregó en un pequeño apartado que su reemplazante para viajar a Panamá no iba a ser ni el vicepresidente Amado Boudou ni la vicepresidenta del Senado Beatriz Rojkés de Alperovich, sino el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, señalando que éste pidió “redefinir el espacio iberoamericano con reformas que permitan avanzar hacia una nueva arquitectura financiera internacional”. Las ausencias de los diferentes mandatarios llevan a variadas especulaciones, sobre todo en referencia a la importancia que le están dando hoy a esta cumbre los países de la región, teniendo en cuenta el surgimiento de nuevas herramientas de integración. Si bien no fue noticia en el continente, medios españoles sí pusieron sobre el tapete el fracaso de la cumbre, sin detenerse demasiado en las resoluciones que se alcanzaron en ella. El diario El País tituló “El fiasco de Panamá agudiza la crisis de la comunidad iberoamericana”, señalando que la misma “sale malherida de la cumbre de Panamá”, agregando luego que “el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, deberá echar toda la carne en el asador para reanimar el año que viene en Veracruz a una organización que agoniza entre la indiferencia de muchos de sus socios”, ya que éstos, “en lo único en que se han puesto fácilmente de acuerdo es en que las cumbres de jefes de Estado y Gobierno se reúnan cada dos años a partir de 2014, en vez de anualmente como hasta ahora. Es decir, verse menos”.
Si bien la XXI Cumbre realizada en 2011 en Asunción, Paraguay, estuvo marcada también por un considerable faltazo de presidentes, aún nadie pronosticaba un declive tan sustancial como el que quedó evidenciado ahora, tras el encuentro realizado en Panamá. El que sí se preocupó tras la cumbre de Asunción fue el rey Juan Carlos, lo que hizo que tomase las riendas de la cumbre que se realizó el año pasado en Cádiz, España. En 2012, el monarca español no sólo centró su tarea en crear una agenda de debate que sea de interés para las diferentes partes, sino que hasta viajó a Brasil, para asegurarse la presencia de la presidenta Dilma Rousseff, quien en ese momento se estaba recuperando de una operación quirúrgica. La cumbre de Cádiz acunó el concepto de “Relación renovada”, y en torno de él giró una agenda que se centró principalmente en cuestiones económicas, y la posibilidad de internacionalizar al sector pyme de todos los países del bloque, teniendo en cuenta en primer lugar la crisis que afecta a países como España y Portugal. Pero el lleno total, que gracias al esfuerzo personal del rey se consiguió en Cádiz, se ve que no pudo impedir que el organismo mantuviera la crisis que ya se podía avizorar en 2011. Es más, en Panamá, ni siquiera Don Juan Carlos pudo estar debido a encontrarse convaleciente tras una operación en la cadera, y en su lugar participó el príncipe. Si bien la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, como su par de Uruguay José Mujica, no pudieron asistir debido a problemas de salud, resultaron significativas las ausencias de Dilma Rousseff (Brasil), Sebastián Piñera (Chile) y Ollanta Humala Tasso (Perú), mientras que se descontaba que el conjunto de mandatarios de los países integrantes de la Alianza Bolivariana por los Pueblos de América (ALBA) no estarían presentes en la cita. El mandatario boliviano Evo Morales canceló su participación casi sobre la hora, y no son pocos los que creen que la actitud tanto de Portugal como de España en relación con el lamentable episodio del avión presidencial del dignatario del altiplano fue decisiva para que los presidentes de las naciones integrantes del ALBA hayan tomado la determinación de no asistir a la cumbre.
Las ausencias de los presidentes de Chile y Perú sí llamaron la atención a los medios españoles, teniendo en cuenta que, siendo ellos parte de la Alianza del Pacífico, no acompañaron al presidente Santos, de Colombia, y a Enrique Peña Nieto, de México, quienes con su presencia tuvieron cierto protagonismo. En el caso de Santos, no es menor el dato de que el mandatario haya llevado como tema a la cumbre el pedido de apoyo del organismo a las negociaciones de paz que viene sosteniendo su gobierno con la guerrilla de las FARC, en La Habana, tema que en Colombia es considerado casi como el pasaporte del presidente hacia su reelección, en 2014. La presencia del jefe de Estado paraguayo Horacio Cartes resulta mucho más que verosímil, ya que habiendo asumido en su cargo el pasado 15 de agosto, se empeñó en restablecer relaciones diplomáticas con todo lo que esté a su alcance. Tal es así que en poco más de dos meses de gestión Cartes ya visitó Argentina, Chile, Brasil, Estados Unidos y, además, en Panamá no se privó de participar de una reunión de sus colegas, los empresarios. “No son viajes de placer. En menos de dos meses estamos regularizando relaciones con países del bloque porque situaciones ajenas nos mantuvieron aislados”, le dijo al diario paraguayo La Nación el ministro de Relaciones Exteriores, Eladio Loizaga, indicando que “el mundo debe saber que existe ahora seguridad jurídica en el Paraguay para sus inversiones”, y que “en un mundo altamente competitivo no se puede permanecer aislado”. Por su parte, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, asumió en Panamá la presidencia pro témpore de la Organización de Estados Iberoamericanos, y en 2014 será el anfitrión de la Cumbre que se realizará en su país. Vale señalar que luego de ese encuentro que tendrá lugar en la ciudad de Veracruz, las anuales cumbres pasarán a realizarse cada dos años. Esta decisión de extender los intervalos surge justamente de considerar que hay algo que no marcha como resultaría óptimo para que la agenda prosiga como hasta ahora.
Entre las diferentes especulaciones acerca del porqué del fracaso de la cumbre de Panamá, muchos analistas sostienen que se debe a las diferencias políticas e ideológicas de los diferentes mandatarios, pero también a la superposición y sobrecarga de agendas multilaterales. Bien vale, entonces, hacer un poco de historia al respecto, y poner un interrogante sobre la mesa de discusión, acerca de si es necesaria la prosecución orgánica de una comunidad como la iberoamericana, en un tiempo en el cual el tablero geopolítico internacional cambió sustancialmente, desde el momento en que este tipo de encuentros comenzaron a hacerse a principio de los ’90.
Mucha agua pasó debajo del puente. Si bien la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) fue creada en 1949, con los objetivos de potenciar la educación, la ciencia y la cultura entre las naciones parte, recién en 1991 fue cuando se celebraría la primera cumbre de jefes de Estado de dicha comunidad, para adquirir a partir de ahí el status de encuentro anual, y la celebración de acuerdos que excedían largamente los objetivos iniciales. La primera sede fue la ciudad mexicana de Guadalajara, cuando el presidente de ese país era Carlos Salinas de Gortari, y a partir de ese año se repetiría anualmente hasta la actualidad. El contexto sociopolítico y económico de ese tiempo estaba marcado por dos aspectos sustanciales: era casi el comienzo de la fase unipolar, tras el final de la guerra fría y el derrumbe de los socialismos reales; y por otro lado, pero de manera simultánea, la imposición de las más crudas recetas neoliberales, que en la región latinoamericana implicarían el desguace de los Estados nacionales, el proceso de privatizaciones de las principales empresas públicas, y el paradigma del ajuste, como variable que retrotraía a varias décadas atrás, las conquistas logradas por los trabajadores y los diferentes sectores populares.
El pasaje de un mundo bipolar a otro de carácter unipolar implicaba necesariamente la fragmentación continental de las regiones menos desarrolladas. Era, por entonces, casi una utopía pensar procesos de integración regional como los que en el continente se vienen desarrollando desde la primera década de este siglo. Vale recordar que por esos tiempos, el por entonces presidente argentino Carlos Menem, hablaba de la entrada del país al Mundo Uno. Una ilusión que se fue derrumbando, para mostrar la cara más impúdica del neoliberalismo, pero que no era exclusividad de este país, sino que era el sello distintivo de la ideología de sumisión imperante en las diferentes naciones de la región. Los mencionados Salinas de Gortari y Menem, Fernando Collor de Mello y Alberto Fujimori fueron algunos de los nombres propios de ese mapa regional sumido en las recetas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que sumergirían a las naciones en mayor atraso y dependencia. En ese contexto regional es cuando comienza a tener relevancia una Cumbre Iberoamericana, patrocinada principalmente por los gobiernos socialdemócratas de España y Portugal, que comenzaron a ver con beneplácito la expansión del empresariado de la península ibérica hacia la región para hacerse cargo muchas veces de las empresas de servicios que habían sido públicas, y ahora debían ser privadas.
En un ciclo de conferencias que el historiador británico Eric Hobsbawn celebrara en 2004, sobre el impacto de la globalización, el autor señalaba que en 1989, con el derrumbe de la bipolaridad, nadie podía advertir las implicancias de inestabilidad internacional que vendrían a posteriori, y que en los albores del siglo XXI bien valía subrayar que el intento unipolar nunca pudo ser efectivo ni consolidarse, a pesar de sumir a grandes porciones del planeta en una “notable balcanización” en la cual se debiera leer la fragmentación de los continentes más postergados. El proceso de integración latinoamericano sin dudas no es ajeno a la irrupción de diferentes actores globales, principalmente euroasiáticos, como Rusia, China e India, que comenzaron a proponer un nuevo tablero geopolítico multipolar, que descomprimiera la hegemonía estadounidense y de sus socios de la Comunidad Europea. La presencia de Brasil, no solamente como una de las principales economías emergentes (la sexta en el planeta) sino como integrante de los denominados Brics, inyectó en la región un renovado espíritu de integración continental que, si bien tuvo como inicio al Mercosur, se fue potenciando con organismos más amplios y contenedores como lo son la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y ahora la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Con toda esta reconfiguración hoy vale señalar que de los viejos socios comerciales de los Estados suramericanos va quedando muy poco. Para dar algunos ejemplos: el principal socio comercial del gigante suramericano hoy es China.
El surgimiento de otros agrupamientos como el ALBA también miran hacia otros lugares del planeta para potenciar sus economías, e incluso en la recientemente conformada Alianza del Pacífico, más proclive a aceptar el ideario neoliberal ven con recelo establecer mecanismos de cooperación comercial o económica con países europeos hoy sumidos en profundas crisis. El viraje hacia la Unasur, que realizara el presidente colombiano Juan Manuel Santos diferenciándose de su antecesor Álvaro Uribe, es una muestra clara de eso.
La existencia de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, iniciada en 1991, mal que pese tuvo la cualidad de ser profundamente funcional a la incidencia norteamericana en la región. En 1996 iba a asumir el gobierno de España uno de los principales socios de los EE.UU., el derechista José María Aznar, quien no solamente acompañaría las recetas neoliberales, sino también las aventuras bélicas de la potencia del Norte.
El recordado “por qué no te callas” vociferado por el rey Juan Carlos hacia el por entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías, dicho en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile en 2007, vale señalar que aludía en primer lugar a la caracterización de “fascista” que el mandatario bolivariano hizo con respecto a Aznar, y al que el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero le pedía que tratara con respeto.
La crisis de la comunidad iberoamericana habría que precisar que antes que nada responde a una nueva realidad socioeconómica global, que se expresa en intereses diferenciados cuando no contrapuestos, y que hoy las naciones latinoamericanas tienen un plafond muy diferente a cuando se iniciaran las cumbres, allá por 1991. Según Tiberio Graziani, director de la revista Eurasia, de estudios geopolíticos, que se publica en Italia, hoy asistimos a una nueva configuración multipolar, en la cual el Mundo Occidental (Estados Unidos, Comunidad Europea y Japón) se encuentra en crisis a partir del surgimiento de nuevos actores emergentes como son las potencias euroasiáticas nucleadas en los BRICS, y Suramérica. Si existe alguna oportunidad de que los países europeos sumidos en crisis puedan salir de ella, según Graziani, es rompiendo con el alineamiento a Estados Unidos y buscando la gran integración continental dentro de lo que él denomina Eurasia, que por otra parte sería el ámbito natural en el cual las diferentes naciones europeas puedan estar contenidas.
También hoy existen en España grupos como la denominada Izquierda Hispánica, que reivindican el actual proceso integrador latinoamericano, y que desearían que los países de la península se alejaran de la Zona Euro para integrarse a una gran nación iberoamericana. Posiblemente, sea una buena idea, aunque nadie hoy en nuestra región aceptaría la tutela de un rey y, mucho menos, de sus imperativos patriarcales.


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