Colombia. La medida autoproclamada
Nacional, Agraria y Popular que se plantea desde el 19 de agosto; la renuncia
que presentaron 16 ministros de gabinete; las idas y vueltas del diálogo con
las FARC y el futuro del presidente Santos.
Desde el 19 de
agosto se viene desarrollando en Colombia el Paro Nacional, Agrario y Popular
en el marco de una creciente conflictividad social, que llevó incluso a que el
presidente Juan Manuel Santos militarice los diferentes sitios en los cuales se
vienen desarrollando las luchas populares, y que el pasado lunes hizo que los
16 ministros del gabinete gubernamental pusieran a disposición del mandatario
la continuidad de sus respectivas funciones. Esta masiva renuncia protocolaria
es la primera vez que ocurre en los tres años de la gestión Santos, poniendo
sobre el tapete una seria crisis que ya es muy difícil de disimular.
Si bien desde el inicio de su mandato en 2010, el presidente colombiano se diferenció en algunos aspectos esenciales de su antecesor enla Casa de Nariño, Álvaro Uribe
Vélez, esas mismas diferencias sean tal vez las causantes de la eclosión de los
diferentes sectores productivos que en sus demandas intentan otra racionalidad
en cuanto al lugar al que fueran confinados por políticas de corte netamente
excluyente. El intento por terminar con el conflicto armado más viejo del
continente, a través de las conversaciones que viene llevando el gobierno con
la guerrilla de las FARC en La
Habana , y establecer una política mucho más fluida con respecto
a los demás países de la región, es un avance sustantivo pero tal vez eso sólo
no alcance, ya que hoy Colombia sigue profundizando obsoletas recetas
neoliberales, y eso mismo resulta la causante de la emergencia del conflicto
social. En una entrevista que le realizara el portal palabrasalmargen.com, el
reconocido antropólogo colombiano Arturo Escobar enfatizaba que son justamente
las denominadas locomotoras minero-energéticas (como modelo extractivista,
agroenergético y agroexportador) las principales causantes de la profundización
neoliberal en Colombia, que sumadas a la firma de varios Tratados de Libre
Comercio (TLC), fueron generando un sedimento de inconformismo social. Escobar
señalaba a las protestas de los cafeteros, de los pequeños y medianos productores
mineros y la de los campesinos del Catatumbo, como la antesala de los
conflictos que hoy se presentifican en su país. También precisaba que este
nivel de reclamo social era muy difícil de llevar adelante durante la gestión
de Uribe, debido al alto grado de criminalización y represión de la protesta.
El Paro Nacional Agrario y Popular iniciado el 19 de agosto hizo confluir no solamente a diferentes sectores campesinos, sino también a diversos actores urbanos que además de solidarizarse con los convocantes, aprovecharon la oportunidad para desplegar sus propias reivindicaciones sectoriales.
Desde los sectores agrarios se elevaron tres pliegos diferentes. Uno fue el de las denominadas “dignidades” cafetera, arrocera, papera y cacaotera, que se pronunciaron por lo que llamaron “Movilización nacional cafetera y agropecuaria”, mientras que el CNA (Coordinador Nacional Agrario) yla Mesa Nacional
Agropecuaria de Interlocución y Acuerdos (MIA Nacional) acordaron en
denominarlo Paro Nacional Agrario y Popular. Según precisa el analista Fernando
Dorado en el portal Rebelión “cada pliego representa el trabajo organizativo y
la influencia de diferentes sectores políticos en diversas regiones del país
entre productores agropecuarios, campesinos y colonos que son, a su vez,
indígenas, afrodescendientes, mestizos y ‘blancos’, que tienen diversos
desarrollos regionales, históricos e intereses disímiles”. Según Dorado esta
división resulta una debilidad a la hora de negociar, y a su vez expresa a
diferentes clases sociales agrarias. Mientras que las llamadas “dignidades” son
representativas de los grandes y medianos campesinos, tanto el CNA como la MIA expresan a los pequeños
productores. Para los primeros, que se plantean la “defensa de la producción
nacional”, el tema de la tierra no es tenido en cuenta, aunque sea éste el
problema principal por el cual se elevaran los otros dos pliegos. Si bien estas
precisiones de Dorado, que fueran hechas en los albores de la protesta como
complejidades de la misma, hoy es posible afirmar tras varios días de protesta
que la unidad de acción resultó altamente favorable. Pero no menos cierto es
que al gobierno de Santos estas debilidades le dieron el argumento por el cual
inició mesas de negociación con sectores agrarios al margen de las
coordinaciones nacionales. Los sectores urbanos que se sumaron orgánicamente al
paro nacional fueron los trabajadores del transporte y de la salud, con el
apoyo de las diferentes centrales sindicales, y de los diferentes partidos de
izquierda, personalidades de la ciencia y la cultura, además de un conglomerado
importante de movimientos sociales de las ciudades.
Mientras en el interior colombiano recrudecían las protestas campesinas principalmente a través de bloqueos de rutas y caminos, se iría despertando en las ciudades una solidaridad espontánea (más allá de los apoyos orgánicos ya señalados) que eclosionaría con una oleada de cacerolazos. De hecho, ya se estaban sintiendo efectos de desabastecimiento de alimentos en las ciudades, como efecto de los bloqueos, y desde el día 26 de agosto se prodigaron diferentes movilizaciones ciudadanas que tuvieron como acto central la marcha realizada el día 29 enla Plaza
de Bolívar en Bogotá. Allí se podía ver a miles de habitantes urbanos y
estudiantes universitarios, que además de hacer sonar cacerolas, portaban
carteles con insignias que decían “Apoyo al paro nacional agrario”,
solidarizándose de esa forma con la lucha de los campesinos. Pero la nota
saliente, además de estas movilizaciones ciudadanas, fue que comenzaron a
producirse hechos de violencia inusitados, ante la irrupción de grupos que
hicieron destrozos y saqueos, que dieron el justificativo para que el gobierno
ordene reprimir ferozmente. Tal es así que en la Plaza de Bolívar se produjo
una verdadera batalla campal, que obligó la desconcentración. Hubo además
destrozos a locales comerciales, saqueos a supermercados y ataques a los
transportes públicos, siendo la excusa perfecta para que el presidente Santos
haga de Bogotá un sitio de ocupación militar, y que el saldo de los hechos haya
dejado cuatro muertos, más 200 heridos y 512 detenidos. Tras estos
acontecimientos el Alcalde Mayor de Bogotá Gustavo Petro dijo sin tapujos que
los que generaron la violencia en la ciudad fueron jóvenes reclutados por “los
paisas”, que es una bacrim (banda criminal emergente y residual) de los grupos
paramilitares. El alcalde sostuvo que en Bogotá estas bandas están reclutando a
jóvenes menores de edad para el narcomenudeo y para cometer actos delictivos.
“Hay un mapa territorial de bandas de microtráfico con fronteras invisibles”,
aseguró Petro, mientras que Marisol Perilla, alcaldesa del barrio bogotano de
Suba, dijo que estas bandas fueron las encargadas de llevar adelante los
desmanes producidos el 29, mientras que el jefe de la Policía de la capital
colombiana Luis Eduardo Martínez aseveró que “lo único que puedo decir por el
momento es que los responsables no tenían nada que ver con los promotores del
paro nacional agrario”, aunque desde la fuerza pública pusieran en duda, que en
Bogotá existan bandas criminales emergentes.
El pasado miércoles 4 de septiembre nuevamente salieron a las calles miles de ciudadanos en apoyo al paro nacional agrario. Desde su cuenta de Twitter la ex senadora Piedad Córdoba dijo el martes: “Mañana cacerolazo nacional en paz, sin filtración de violencia y sin vandalismo”.
Algunos analistas sostienen que la infiltración de las movilizaciones con grupos violentos fue la principal artimaña de los grupos de poder para enfrentar esta oleada de reclamos y a su vez propiciar la represión y legitimar la militarización de las calles.
Mientras enLa Habana ,
el segundo punto de la agenda de negociación entre el gobierno de Santos y la
guerrilla de las FARC (que es el de la participación política), se encuentra
algo trabado, en Colombia es posible asistir al surgimiento de un movimiento
ciudadano que si bien es heterogéneo, no es menos cuestionador de las
estructuras existentes, oponiéndose a las recetas neoliberales y a las
diferentes formas de exclusión social. Algunos analistas de ese país se
preguntan con razón, si se trata de un movimiento de indignados como en la
primavera árabe, o como en Europa o Brasil, pero de lo que no caben dudas es
que se está ante el surgimiento de un inédito movimiento cívico. En el primer
punto de la agenda de La Habana ,
tanto gobierno como guerrilla se pusieron de acuerdo en la cuestión agraria,
considerada como el núcleo duro del atraso, pero vale preguntarse, si ante esta
oleada de luchas campesinas, ese acuerdo no es más que una mínima parte de otro
acuerdo que tendría que implicar necesariamente a los principales actores
sociales del país neogranadino. El problema es que no se trata simplemente de
un acuerdo de cúpulas, cuando la representatividad política misma es la que
comienza a ser cuestionada. Las dos partes que se sientan en La Habana no deberían
descuidar este detalle.
Si bien desde el inicio de su mandato en 2010, el presidente colombiano se diferenció en algunos aspectos esenciales de su antecesor en
El Paro Nacional Agrario y Popular iniciado el 19 de agosto hizo confluir no solamente a diferentes sectores campesinos, sino también a diversos actores urbanos que además de solidarizarse con los convocantes, aprovecharon la oportunidad para desplegar sus propias reivindicaciones sectoriales.
Desde los sectores agrarios se elevaron tres pliegos diferentes. Uno fue el de las denominadas “dignidades” cafetera, arrocera, papera y cacaotera, que se pronunciaron por lo que llamaron “Movilización nacional cafetera y agropecuaria”, mientras que el CNA (Coordinador Nacional Agrario) y
Mientras en el interior colombiano recrudecían las protestas campesinas principalmente a través de bloqueos de rutas y caminos, se iría despertando en las ciudades una solidaridad espontánea (más allá de los apoyos orgánicos ya señalados) que eclosionaría con una oleada de cacerolazos. De hecho, ya se estaban sintiendo efectos de desabastecimiento de alimentos en las ciudades, como efecto de los bloqueos, y desde el día 26 de agosto se prodigaron diferentes movilizaciones ciudadanas que tuvieron como acto central la marcha realizada el día 29 en
El pasado miércoles 4 de septiembre nuevamente salieron a las calles miles de ciudadanos en apoyo al paro nacional agrario. Desde su cuenta de Twitter la ex senadora Piedad Córdoba dijo el martes: “Mañana cacerolazo nacional en paz, sin filtración de violencia y sin vandalismo”.
Algunos analistas sostienen que la infiltración de las movilizaciones con grupos violentos fue la principal artimaña de los grupos de poder para enfrentar esta oleada de reclamos y a su vez propiciar la represión y legitimar la militarización de las calles.
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