Esta semana se abrirá en el Senado el debate sobre el
proyecto que permitiría de forma optativa, que los jóvenes de entre 16 y 18
años puedan votar.
La politización juvenil siempre fue el resultado de la
ampliación de derechos, principalmente en el plano de la educación. El proceso
de radicalización de los años sesenta- setenta, tuvo como uno de los actores
principales al movimiento estudiantil, que había sido producido por la ampliación
de los derechos a la educación, principalmente de los hijos de una clase
trabajadora en expansión, a partir del paradigma fordista y de la supremacía
del Estado de bienestar. El estudiante de entonces era el producto de una
sociedad más inclusiva, y el acceso público a la educación, y principalmente a la Universidad , lograban
constituir un sujeto crítico y por ende politizado, con vocación
transformadora, que desde la temprana adolescencia ya se interesaba por la cosa
pública. Con las herramientas que le proporcionaba la educación, y ante una
realidad objetiva contradictoria, este sujeto juvenil tomaba posiciones. La caída
del fordismo en la estructura productiva, se llevó puesto a este estudiante
masivo y crítico, mientras también se desplomaba el estado de bienestar.
La lógica de un Estado presente nunca puede no ser, la que se
imponga desde la ampliación de los derechos de las mayorías juveniles con
respecto a la educación. En este sentido la creación de universidades en el
conurbano bonaerense, las Becas Bicentenario, el programa Conectar Igualdad, el
privilegiar la formación y capacitación del empleo en los jóvenes, y muchas
otras medidas, son también las causantes de la politización. Que a partir de
los 16 años se pueda votar, es un reconocimiento a ello. Es más: es la extensión
de un mismo y único derecho. La contracara es la privatización de la enseñanza
y la persecución de las actividades políticas juveniles.
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