Por inducción teórica tengo que suponer que el animal tiene a diferencia del humano, un solo sentido. No es que no tenga olfato, o no vea o no escuche sonidos, sino que la fragmentación de los sentidos debe ser creo una cuestión estrictamente nuestra.
Los sentidos, esos cinco e inclusive si hubiera un sexto o tal vez un séptimo, aluden a la ausencia de un objeto determinado para la pulsión (la Trieb de Freud), a diferencia del instinto animal que engloba en una totalidad a la criatura biológica con su medio.
El homo sapiens es una carrera obstinada del animal humano por huir de su encuadre en la naturaleza. Debe ser tan intolerable la existencia del hombre que ella misma consiste en una fuga ininterrumpida de su propia condición original.
Todo esto viene a cuento como preámbulo de algo que me viene dando vuelta en la cabeza hace un tiempo y que está referido a que si bien nosotros humanos hemos perdido hace muchísimo tiempo o tal vez desde el inicio de nuestra condición, la referencia a que debiera ser lo que nos satisfaga, siempre se da que cualquier gran placer que no esté referido ni a la sexualidad, ni a la estética o al saber, siempre estará ligado inexorablemente a lo vegetal.
Las infusiones, las salsas, los perfumes, las bebidas alcohólicas, las especies aromáticas, el tabaco, las raíces energizantes, los condimentos, las hierbas estimulantes y las alucinógenas, los estupefacientes naturales, todos ellas provienen del reino clorofílico, y esto creo yo que nos debe invitar a una reflexión profunda si es que todavía podemos llegar a hacerlo.
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