El triunfo electoral de Luis Arce en las elecciones del domingo marcó el principio del fin del golpe que impuso una dictadura de 11 meses en Bolivia. No es ocioso preguntarse cómo enfrentará el MAS cuando recupere el gobierno el lastre y los posibles condicionamientos dejados por Áñez y sus secuaces.
Tras casi un año de producido el golpe de Estado, el pueblo de Bolivia se expresó en las urnas ratificando el camino que fuera interrumpido el 10 de noviembre de 2019. El problema que se plantea hoy, es si tras ese corte, podrá resultar posible la continuidad del proceso de cambio que se vivió en el país del altiplano desde la llegada de Evo Morales al gobierno el 22 de enero de 2006 y que fuera abortado hace poco más de once meses.
Desde la asunción en 1999 de Hugo Chávez Frías como mandatario de Venezuela, y con la marea de gobiernos de tinte progresista o de izquierda que fueron irrumpiendo en el continente promediando la mitad de la primera década de este siglo, la derecha continental, expresada principalmente por poderosos magnates locales asociados a la banca internacional, nunca escatimó llevar adelante diferentes maniobras desestabilizadoras para impedir que los diferentes procesos populares puedan avanzar y sentar raíces firmes.
Venezuela 2002, Bolivia 2008, Ecuador 2010 fueron intentos golpistas que no resultaron. A partir del derrocamiento de Mel Zelaya como presidente de Honduras en 2009 se fueron dando diferentes experiencias de interrupciones gubernamentales que siguieron diferentes métodos pero que perseguían siempre los mismos fines. Trastocar ciertos elementos estatales para condicionar ostensiblemente cualquier posible retorno.
En 2012 se produjo la remoción de Fernando Lugo en Paraguay, en 2016 la de Dilma Rousseff en Brasil, agotando efectivamente las políticas que esos mandatarios llevaban adelante e incluso logrando que sus partidos no pudiesen ganar tras nuevas convocatorias electorales. El fallecido economista argentino Jorge Beinstein sostenía que el triunfo de Mauricio Macri en 2015 se producía enmarcado en un golpe blando que estaba en marcha. Si hubiese ganado Daniel Scioli era probable que sucediese algo similar a lo ocurrido en Ecuador con el triunfo de Lenin Moreno como sucesor de Rafael Correa. Llegando al gobierno a través del mismo partido, la política de Moreno fue dar vuelta todos los logros de la llamada “revolución ciudadana”, incluyendo procesar al su vicepresidente e incluso intentándolo con Correa.
Suscribir a nuevos acuerdos internacionales, generar deuda externa, promover nuevos jueces, anular las principales leyes y decretar otras nuevas, son algunas de las medidas que las derechas realizan para obstaculizar el desempeño de un eventual retorno progresista al gobierno. En la Argentina actual eso resulta bastante evidente. Todo esto implica necesariamente un bombardeo mediático ininterrumpido que desinforme o informe siempre promoviendo antipatías en contra de cualquier acción que vaya en contra de los intereses de los sectores más poderosos.
Por desgracia existen sectores progresistas que se desentienden del rol represivo del Estado, del carácter de sus fuerzas militares y de seguridad, de los tribunales y del desmesurado protagonismo de esos aparatos ideológicos que son los grandes medios –aunque no se deje de hablar de ellos- y se confíe en estas democracias que las derechas transgreden permanentemente, sin ningún pudor existencial. Por lo contrario, a sus movimientos sediciosos los inviste como cruzadas democráticas, contando a su vez con organismos como la OEA que siempre hace la vista gorda. Ahí también cabe el desmantelamiento de organizaciones como la Unasur que cumplió una gran labor para resguardar las democracias continentales.
De todas maneras esa visión sesgada de ciertos progresismos no es por cierto la que tiene una organización como el MAS- Ipsp de Bolivia que debe volver a gobernar tras 11 meses de interrupción forzada, debiendo revertir todas las trabas que seguramente dejará esta gestión fraudulenta. Al menos eso se espera.
En su libro Las tensiones creativas de la revolución: la quinta fase del proceso de cambio, escrito en 2011 el ex vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera no ignora en absoluto el carácter del estado, y cuando describe la cuarta fase, la denomina punto de bifurcación o momento jacobino de la revolución. Concretamente García Linera caracteriza a la derrota del intento golpista de 2008 como el momento en que los movimientos sociales le ganaron el cruce de fuerzas a las fuerzas de choque de la Medialuna. En Bolivia además se produjo una reforma de su Constitución y la puesta en marcha de un Estado Plurinacional.
El pueblo boliviano retomará así, una nueva fase de un proceso de cambio que por lo que se ve, no se detiene.
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