En la actual
situación del capitalismo global, lo que tal vez haya desaparecido como
alternativa es la ruptura total del andamiaje estructural del sistema, para dar
comienzo a una nueva sociedad. Sin dudas, ello es un logro bastante
considerable de la estrategia defensiva de las fracciones sociales que para
sobrevivir necesitan de la reproducción de la plusvalía. Decimos fracciones en
lugar de burguesía, porque es probable que catalogándola de esa forma nos
privemos de entender las principales cualidades de ella. Que se haya roto el paradigma
de las rupturas, no implica que no se pueda hacer nada por el bienestar de las
mayorías. Lo que hay que saber es que lo que sí será posible, necesariamente estará
enmarcado en esas coordenadas. Esto tiene singular importancia en la actual
realidad latinoamericana.
Hoy asistimos a
múltiples tensiones, que en última instancia están determinadas por la
contradicción capital- trabajo, pero que por cierta lógica divergente siempre
se tensan en planos disociados. Los principales enfrentamientos a nivel
planetario se producen entre fracciones que necesitan de la apropiación privada
de la producción social. Es así como el tránsito desde la unipolaridad a la
multipolaridad no representa más que la agudización de las diferentes
contradicciones intercapitalistas. Cambios en las relaciones de fuerzas,
formación de nuevos bloques tácticos, búsqueda de ocupación de zonas
estratégicas, incremento de la competencia, búsqueda de nuevos liderazgos,
irrupción de nuevos actores globales, etc. Esto se produce en simultáneo, con el
desarrollo de economías negras (narcotráfico, trata, paraísos fiscales, etc.)
que en lo aparente tienen existencia separada, pero que se complementan o son
parte de un mismo todo. En ese escenario global cobran vigencia las guerras en
lugares estratégicos (Oriente próximo, el Cáucaso), la demonización de ciertas
naciones, y el desarrollo de guerras santas como las que se hacen contra el
terrorismo y el narcotráfico.
La exacerbación
de las tensiones entre fracciones capitalistas es la matriz formal y fáctica de
la guerra. Eso es lo que Lenin pudo constatar ante la irrupción de la primera
gran guerra europea hace poco más de un siglo, y que fue lo que le permitió -a
contramano de toda la marea socialdemócrata de entonces- ver la posibilidad
concreta de la ruptura revolucionaria.
Si desde los
albores del nuevo siglo en nuestro continente se fueron dando algunos cambios,
que torcieron cierta inercia estructural de larga data, fue principalmente por
la existencia de un nuevo escenario global, y por la clara visión de algunos
líderes, como el desaparecido Hugo Chávez. La insurgencia neozapatista de enero
del ’94 ya había inaugurado una revolución molecular en el seno de los
diferentes movimientos sociales de la región. Es probable que haya que producir
una nueva vuelta de tuerca.
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