Faltan apenas 2
meses para las elecciones presidenciales. Tras lo acontecido en las Paso
realizadas el pasado 9 de agosto, se fueron prefijando algunas líneas de proyección
política. Tampoco es que haya habido grandes sorpresas, sucedió más menos, lo
esperado y previsible. Tal vez el único test que concentrara la atención haya
sido el porcentaje que sacara el primero, y la diferencia con el segundo. Ahí
se juega que haya o no ballotage el 22 de noviembre. Qué pudiera suceder en ese
eventual escenario, eso sí no es posible asegurarlo con certezas. Tal cual está
planteado a partir de las Primarias, un escenario de segunda vuelta es lo más
probable que acontezca.
Si esto sucediera,
hay que señalar que en la Argentina desde 2003 no había balotaje. El mismo,
implica que en la sociedad no se encuentra instalada una figura presidencial
fuerte, y que los votantes tienen licencia para fluctuar por diferentes
opciones. Según lo que se señala desde las principales usinas del Establishment,
esto sería lo saludable. Ninguna hegemonía y que haya alternancia, porque si no
se cae en ese populismo al que los llamados demócratas, tradicionales y
republicanos miran de reojo. Tiene razón Beatriz Sarlo cuando señalaba en una
de sus notas de Perfil que “En América Latina,
las nuevas alternativas fueron encabezadas por liderazgos carismáticos como el
de Evo Morales y Rafael Correa. Nadie quiere hoy ese tipo de liderazgo en
Argentina, pero entonces ¿qué?”.
Quien esto escribe si bien coincide con Sarlo en lo dicho, se permite darle
alguna vuelta de tuerca, y ver qué otra cosa es posible, y en mayor cercanía de
los líderes bolivarianos intentar responder ese “¿qué?”.
En 2011 la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner logró poco más del 50% en las Paso y el 54% en
las presidenciales, dejando muy atrás a sus contendientes. Vale señalar que ese
año el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri declinó presentarse como
candidato presidencial, cuando ya casi tenía preparada esa apuesta. El realismo
político fue su mejor concejero, además de lo que le ofrece el ecuatoriano
Durán Barba. Si bien este año Macri sí juega, su gurú también le indicó que no
había problema en no ganar y dejar todo para 2019. Vayamos por partes.
En la Argentina -salvo
raras excepciones- las mayorías votan a personas, a candidatos y no a
proyectos. En las boletas además del color figuran el nombre del partido o
alianza y la de los candidatos. El que se proyecta para ocupar los cargos de
mayor relevancia, además de necesitar gran cantidad de recursos, lo hace mostrándose
en su relación espontánea con el sentido común dominante. Los tres candidatos
presidenciales más rankeados comparten una estética, una relación con los
medios y con el micromundo de los celebrities
bastante similar. No sería erróneo para un antropólogo cultural clasificarlos
dentro de una misma etnia. Es así que todos ellos pueden asistir a la ceremonia
del brujo de la tribu, el cuervo Tinelli o a la mesa de la Dama del Sombrero de
las pampas húmedas, la señora Legrand. Ese patrón cultural no varía de acuerdo
a la fuerza política a la cual se representa, aunque sí condiciona.
La virtual
reforma constitucional que hubiera podido darle una nueva posibilidad electoral
a CFK no fue realizada. Obviamente que lo principal de esa reforma no hubiera
sido la eventual reelección. Crear una nueva institucionalidad se propone como una
nueva relación del ciudadano con el Otro. Al menos eso es lo que se hizo en
Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero analizar esas transformaciones excede lo que
se propone este texto. A lo que se intenta llegar es que si eso hubiera
sucedido, el escenario electoral actual sería muy diferente. Esto también tiene
que ver con la existencia de un liderazgo muy fuerte con una base social y
política no tan acorde a ello. Al menos en lo que respecta a lo que Gramsci
llamaba teorema de las proporciones
definidas. A saber, las proporciones entre cuadros de dirección, medios y
base; y también aplicable a diferencias
electorales considerables entre lo central y lo local. Tal vez estas
variables Durán Barba las esté viendo y por esa misma razón, se proponga un
estilo más purista e incluso ideológico (aunque a eso lo reniegue). Una nueva
derecha no debe caer en los vicios de la vieja, y antes que enunciar sus
propuestas reaccionarias, debe mostrar esa especie de liquidez característica
de los postulados posmodernos, que se acercan al apoliticismo. La derecha al
igual que las empresas no necesita base, sino clientes. Consenso pasivo. Una fuerza
transformadora necesita una base activa, porque sino sucumbe como tal. Puede
mantener un discurso pero disociado de la práctica.
Algunos
editorialistas de la prensa hegemónica, ante el escenario de segunda vuelta,
intentan explicarlo por las contradicciones entre CFK y el gobernador Scioli,
pero a esa diferencia la contrastan con lo que es la base del peronismo en lo
local, los intendentes del Conurbano. Dicen que los barones le reprochan a
Scioli el no despegar de los ultra K, para que estos últimos no les resten votos.
Cuando la operación podría ser al revés, ya que muchos peronistas se pasaron
con Massa, y el dato sobresaliente es que la presidenta si hoy fuera candidata
podría ganar cómodamente. Al menos eso dicen los sondeos. Un perfil
completamente deskirchnerizado de Scioli ¿sería diferente del de Massa? Quién
le aporta más votos a Scioli, sería la pregunta, pero también una respuesta que
afecta lo ya mencionado anteriormente: el teorema de las proporciones
definidas.
Existe un
supuesto en la política argentina, y principalmente en el peronismo, que
considera desde las bases partidarias, que el principal motor para juntar votos
es lo que les pueda traccionar un muy buen candidato presidencial. Al revés, un
intendente no debiera confiarse ni quejarse del presidente, debiera juntar sus propios votos a
partir de su relación cercana al votante. Es más debiera proporcionar un caudal
importante para las elecciones generales. Eso es lo que tanto Evo Morales como Rafael
Correa les pidieron a sus representantes locales, acumular votos, y no esperar
la marea mágica. Nunca quien escribe deja de señalar la impronta del intendente
de Ensenada Mario Secco, que en cada una de las últimas elecciones ronda el 60%
de los votos.
2 comentarios:
Muy buen artículo Osval.Leerte,me hace sentir que se puede debatir con respeto y que hay gente inteligente y bien intencionada,sabes que ideológicamente estamos lejos,pero te quiero mucho amigo y me pone feliz y esperanzado tu lucidez,que dicho sea de paso siempre tuviste. Un abrazo!
Gracias por leer Iron. Te mando un abrazo
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