“Puesto que
no hay lecturas inocentes,
empecemos
por confesar de qué lecturas somos culpables"
Louis
Althusser
Esto intenta
plantear algunas dicotomías en relación a la conceptualización del Estado, y a
la fuerza político social necesaria para profundizar las transformaciones que
actualmente viven tanto nuestro país como el continente suramericano.
Existe una falaz
dicotomía en relación a la interpretación marxista sobre el peronismo, y de
igual modo una falsa visión peronista acerca de cómo ver el fenómeno de la
lucha de clases. Este malentendido es producto de analizar una sociedad capitalista
dependiente en donde los movimientos nacional-populares y los movimientos
clasistas obreros tienden a ser visto como contradictorios, y hasta muchas
veces enfrentados. Si bien éste es un viejo debate, que data ya de varias
décadas, el que escribe considera que debiera actualizarse, ya que la situación
actual así lo amerita. No es ocioso recordar, que este tipo de elaboraciones
fueron fundantes de lo que se llamó la izquierda peronista. Ya en los primeros
años de la década del ’60 John William Cooke, y posteriormente otros dirigentes
e intelectuales peronistas, realizaban sus análisis de la realidad argentina a
través del conocimiento del materialismo histórico. Gustavo Rearte, Rodolfo
Walsh, Envar El Kadri, Carlos Olmedo, o la pléyade
de los Cuadernos Pasado y Presente, son algunos de los nombres a destacar.
Desde la
concepción materialista de la historia, el Estado es un aparato, un dispositivo
de dominio que permite a una clase social oprimir a otra, cristalizando
determinadas relaciones de fuerza. Ya que una clase, transformándose en fuerza
social a través de un proceso histórico, es capaz de constituirse como Estado,
en una secuencia de enfrentamientos y alianzas con otras clases. De tal forma
el estado moderno fue en Europa, la cristalización de una ascendente burguesía
en detrimento de la vieja sociedad feudal, mientras que el estado proletario de
la Rusia del
’17 resultaba del poder de los consejos obreros (soviets) que hasta el momento
de la ruptura revolucionaria constituían la base de una dualidad de poder. En
ambos casos la identificación del Estado con una determinada clase social es
inevitable, y también vale precisar que esas clases estaban “dispuestas” para
ejercer el poder.
El problema de
muchos marxistas, intentando descifrar la realidad latinoamericana fue el
exceso de dogmatismo y también de mecanicismo, tratando de realizar
traslaciones automáticas, que de hecho los hicieron caer en desviaciones
insalvables, como por ejemplo no entender la naturaleza liberadora de los
movimientos nacionales populares, y mucho menos saber que la existencia de los
mismos era el resultado de la deserción de la III Internacional en relación
al profetizado ascenso de las revueltas del Tercer Mundo, realizado por Lenin
en sus últimos días.
Volviendo al
tema del Estado, valdría señalar que éste, en sentido general, es un aparato,
expresa una relación de fuerzas y también un equilibrio de éstas. Es peligroso
decir como se les puede escuchar a algunos trotskistas, que el Estado peronista
resulta una conciliación de clases. La conciliación sólo es posible de acuerdo
a una dialéctica idealista, ya que lo que en la historia puede suceder es el
equilibrio de fuerzas, el empate hegemónico, el bonapartismo, pero nunca la
fusión. Lenin decía que el estado es el resultado de lo irreconciliable de la
lucha de clases, y es en ese punto preciso donde tal vez haya que encontrar el
aporte de los movimientos nacionales y populares a la teoría marxista de las
contradicciones. El Estado nacional del primer peronismo no era precisamente un
estado ni burgués ni proletario, sino el resultado de un equilibrio inestable
de fuerzas que era necesario abordar correctamente para profundizar aquel
modelo de desarrollo nacional autónomo. Si esto no fue posible, ya que los
sectores retrógrados de la sociedad retomaron el poder en el ’55 hay que
precisar entonces que la conformación del Estado- Nación era prematura, ya que
las fuerzas represivas (las fuerzas armadas y de seguridad), partes ineludibles
de la maquinaria estatal respondieron a favor de la restauración conservadora y
proimperialista. Si bien por aquel entonces existieron las tropas leales a
Perón, los tiempos posteriores al golpe demostraron el alineamiento general a
la reacción y el descuartizamiento de los sectores peronistas pertenecientes al
ejército.
Desde los
albores de la nacionalidad argentina, alguien preclaro como Mariano Moreno ya
entendía que el Estado era el tipo de organización necesaria para llevar
adelante un desarrollo económico sustentable, ante la ausencia de una burguesía
revolucionaria capaz de realizar esa tarea.
En un artículo
muy interesante del sociólogo platense Julio Godio, denominado Reflexiones iniciales
sobre el Partido de Kirchner, este decía: “Perón se planteó a partir de 1944
construir un "partido de Estado", acorde con sus convicciones
políticas más profundas. Perón era un militar muy culto. Se había formado
intelectualmente dentro de la concepción de la guerra del gran filósofo militar
von Clausewitz, que consideraba al arte de la guerra como "la continuación
de la política por otros medios". La guerra era inevitable cuando la
sociedad veía peligrar al Estado-nación, por agresión externa.
En
Clausewitz, la sociedad es la retaguardia organizada del ejército. En las
condiciones de crisis del Estado-nación (que provocan, por ejemplo en nuestro
país la Revolución
de 1943) lo principal era edificar una relación sólida entre el Estado y la
sociedad. Este es el punto de partida para entender a Perón. Pero esta
reconciliación de la política con la sociedad sólo podía producirse si las
instituciones más dinámicas de la sociedad se identificaban con el objetivo del
Ejército. Estas instituciones eran para Perón los sindicatos, fuertes por
representar a la fuerza laboral organizada en una fase de rápida
industrialización y constitución de la sociedad de masas. El país estaba en
plena búsqueda de un liderazgo nacionalista fuerte. Perón fue lo
suficientemente audaz como para entender que el clausewiano "partido del
poder" o "movimiento" que necesitaba incorporar a los
sindicatos. En Perón, el verticalismo es necesario para establecer una
hegemonía sociopolítica y fortalecer al Estado-Nación”
Visto de esta
forma el proyecto peronista era establecer un Estado bisagra, un dispositivo de
poder que permitiera avanzar al conjunto de la sociedad en un desarrollo económico
autónomo, desplazando a los viejos estamentos de la Argentina
agroexportadora, en un modelo agroindustrial sustentable en el tiempo,
manteniendo el equilibrio de todas las clase sociales implicadas con dicho
desarrollo. El establecimiento de esa nueva institucionalidad, expresada
legalmente en la
Constitución del ’49 no pudo cerrar el círculo, pero dejó
sentadas las bases empíricas de una nueva Argentina, que fundamentalmente se
expresó desde la resistencia, conformando un movimiento de masas con vocación
liberadora.
Desde el año
2003 nuevamente se presentan las condiciones para que lo que fueran luchas
sociales por establecer un país justo y libre, alcancen para darse el trabajo
de constituir la fuerza social definitiva para la emancipación social y
nacional.
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