La decisión gubernamental de expropiar las acciones de YPF a
la española Repsol, en otro momento hubiera sido un hecho indiscutible y
totalmente diáfano, casi como ejercer el derecho a la alimentación, o a
contraer matrimonio, pero cuando uno lee toda la hojarasca que anda dando
vueltas por los medios no solamente nacionales, sino también de extramuro, se
da cuenta que este acontecimiento no sólo debiera ser explicado desde una
posición política, sino que a su vez para ser bien entendible, es necesaria una
fuerte pelea cultural e ideológica. Si es verdad que una gran mayoría del
pueblo argentino apoya la determinación, es preciso señalar que no pocos están
en contra, como a su vez existe una franja muy importante de indiferentes. Desde
los tiempos de Doña Rosa, los medios ejercieron una fuerte desacumulación
subjetiva en relación a los derechos tanto populares como nacionales. Era el
puntapié original para entrar en una década (la del ’90), donde lo que se
privilegiaba era la salida individual, y el desinterés por la cosa pública,
casi concibiendo al interés general, como otro interés particular aparte del mío.
Autoritarismo nacionalista, rotulan algunos, y ponen al
hecho mismo como el capricho de algún dictadorzuelo tercermundista, que
amparado en una masa ignorante, comprada, o atemorizada responde con festejos
similares a los de alguna hinchada de fútbol. Intereses netamente personales,
cobijados en una búsqueda irracional de un poder cada vez mayor, dicen otros. Falta
de respeto a las inversiones capitalistas internacionales en nuestro país, que
lo que vienen a hacer es a darnos una gran mano para que crezcamos económicamente.
De todas formas, hay que entender que ganar dinero a cualquier precio aún hoy
no es considerado un pecado, ni una mala palabra, sino que muchas veces es
hasta visto como una gran virtud, a la cual todos debiéramos emular. La lista
podría extenderse mucho más, pero lo importante a señalar es que la lógica
desde la cual se intenta reprobar la acción del gobierno, tiene sedimentos
arraigados en el sentido común.
El petróleo, la electricidad, el gas, el agua, la tierra, y
todo el negocio involucrado en sus producciones, desde la visión imperial, son
bienes privados que no se pueden tocar, que hacerlo es delito. La apropiación
privada del bien público aún goza de buena prensa, esa misma que justifica las
guerras, tanto militares como económicas, aunque el límite entre ambas sea poco
preciso.
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