2012/04/18

La pelea cultural por YPF


La decisión gubernamental de expropiar las acciones de YPF a la española Repsol, en otro momento hubiera sido un hecho indiscutible y totalmente diáfano, casi como ejercer el derecho a la alimentación, o a contraer matrimonio, pero cuando uno lee toda la hojarasca que anda dando vueltas por los medios no solamente nacionales, sino también de extramuro, se da cuenta que este acontecimiento no sólo debiera ser explicado desde una posición política, sino que a su vez para ser bien entendible, es necesaria una fuerte pelea cultural e ideológica. Si es verdad que una gran mayoría del pueblo argentino apoya la determinación, es preciso señalar que no pocos están en contra, como a su vez existe una franja muy importante de indiferentes. Desde los tiempos de Doña Rosa, los medios ejercieron una fuerte desacumulación subjetiva en relación a los derechos tanto populares como nacionales. Era el puntapié original para entrar en una década (la del ’90), donde lo que se privilegiaba era la salida individual, y el desinterés por la cosa pública, casi concibiendo al interés general, como otro interés particular aparte del mío.
Autoritarismo nacionalista, rotulan algunos, y ponen al hecho mismo como el capricho de algún dictadorzuelo tercermundista, que amparado en una masa ignorante, comprada, o atemorizada responde con festejos similares a los de alguna hinchada de fútbol. Intereses netamente personales, cobijados en una búsqueda irracional de un poder cada vez mayor, dicen otros. Falta de respeto a las inversiones capitalistas internacionales en nuestro país, que lo que vienen a hacer es a darnos una gran mano para que crezcamos económicamente. De todas formas, hay que entender que ganar dinero a cualquier precio aún hoy no es considerado un pecado, ni una mala palabra, sino que muchas veces es hasta visto como una gran virtud, a la cual todos debiéramos emular. La lista podría extenderse mucho más, pero lo importante a señalar es que la lógica desde la cual se intenta reprobar la acción del gobierno, tiene sedimentos arraigados en el sentido común.
El petróleo, la electricidad, el gas, el agua, la tierra, y todo el negocio involucrado en sus producciones, desde la visión imperial, son bienes privados que no se pueden tocar, que hacerlo es delito. La apropiación privada del bien público aún goza de buena prensa, esa misma que justifica las guerras, tanto militares como económicas, aunque el límite entre ambas sea poco preciso.

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