2016/09/07

Los flancos débiles de un gobierno progresista

Osvaldo Drozd reflexiona en este artículo acerca de los elementos recurrentes que erosionan los proyectos políticos “progresistas”. El abordaje de la problemática de la inseguridad fue el factor que, explotado también por los medios concentrados, esmeriló el consenso popular que tuvo el kirchnerismo durante sus gobiernos.

Por Osvaldo Drozd*

Afirmar que un proyecto político que gobernó por 12 años, no fue derrotado solamente en elecciones y que sufrió múltiples asedios para abandonar la gestión, merece un abordaje integral en el que caben diferentes elementos recurrentes. Lo que se intentará señalar en este artículo es más bien el esbozo de una idea fuerza sobre un proceso en marcha, y la descripción mínima de uno de los elementos que fueron carcomiendo y esmerilando un consenso bastante elevado. La problemática de la seguridad fue uno de los ítems más cuestionados a lo largo de los gobiernos kirchneristas, que a su vez fue sumamente instrumentalizada para generar apatía y división en el seno mismo de los sectores populares.

Todo proceso político se asienta o adquiere contenido en otros procesos que se producen a nivel de la estructura social y económica de una determinada formación específica. Cuando el kirchnerismo llegó al gobierno en 2003, procuró, por un lado, canalizar ciertas fuerzas sociales que eran el producto de la crisis del neoliberalismo, y por el otro, dar continuidad a un proyecto económico de confección reciente en el que se intentaría a partir de la acción del Estado, lograr redistribuir los excedentes de una forma tal en la que los movimientos sociales emergentes fueran contenidos, produciendo así una merma de la conflictividad social heredada.

Con el kirchnerismo volvió a sonar un significante que en los ’90 había sido estigmatizado por el menemismo: el “modelo”. La lucha “contra el modelo” estaba aún presente en la memoria de los movimientos que resistieron al proceso de reestructuración del capital llevado adelante por Carlos Menem y luego por Fernando De la Rúa, y que eclosionaría en diciembre de 2001.

¿Qué es un modelo económico? Según Luis Alberto Arce Catacora, ministro de Economía y Finanzas Públicas de Bolivia, “un modelo económico es el que define cómo se generan y se distribuyen los excedentes económicos”. Implica una forma de organizar la producción y la distribución al interior de un determinado modo de producción, teniendo en cuenta que puede haber otras formas, por lo que el planteamiento de un nuevo modelo no necesariamente signifique un salirse del modo de producción capitalista. Significa por tanto una nueva distribución del excedente que se materializa cobrando forma en un nuevo tejido social.

En la Argentina, el denominado “modelo de inclusión social con matriz de acumulación diversificada” planteado por los gobiernos kirchneristas, venía a darle un rol preponderante al Estado para redistribuir más equitativamente la renta pero fundamentalmente para producir un cambio de la matriz productiva propia de una economía primarizada y desregulada por el anterior modelo neoliberal. Un proceso político inclusivo solamente podía tener éxito, si ese modelo económico se hubiera enraizado en la sociedad profundizándose de forma permanente, convirtiendo eso en un hecho objetivo irreversible. Lo importante a saber es que en la salida de un modelo para el inicio de otro, se produce un agudizamiento de tensiones emanadas de intereses bien concretos que no se resignan a perder privilegios que consideran casi como “naturales”. La resolución de estas tensiones siempre es política y sujeta a las relaciones de fuerza existentes en determinada coyuntura específica. Lo que supone la construcción de una fuerza social acorde a los enfrentamientos reales que se producen en la sociedad y que permita conducir un proceso de profundización. También hay que destacar que en una sociedad determinada siempre hay vestigios institucionales de un período anterior que son necesarios remover para encauzar los cambios.

En abril de 2011, cuando todavía no había finalizado su primer mandato, la por entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner planteó en un acto público la necesidad de “institucionalizar el modelo”. Dijo entonces: "Porque así es como lo han hecho los grandes países de todo el mundo, que han institucionalizado una matriz económica y productiva de inclusión social". Estas afirmaciones las volvería a repetir un mes después en ocasión del masivo acto en Huracán, en el que entre otras cosas refirmaría que "Nuestro gran desafío es institucionalizar el modelo vigente".

Tras las presidenciales del mismo año en que CFK se impusiera por el 54 % de los votos, todo parecía indicar que una nueva institucionalidad era lo más indicado, siguiendo de alguna manera el camino de los países bolivarianos que habían reformado la Constitución para darle cabida en ella a los nuevos datos de la realidad. Una cierta tradición peronista proveniente de la Constitución del ’49 -que luego fuera abolida- también le daba cierto fundamento a un nuevo proceso constituyente. Esto no se produjo y el porqué debiera ser materia de investigación o de esclarecimiento por parte de los que sí saben el porqué.

Lo que sí debiera tenerse en cuenta, es una vieja enseñanza revolucionaria que viene desde Georges-Jacques Danton y que también fuera recogida por Lenin, en cuanto a qué previsiones se deben tener en los procesos de transformación. Una vez iniciados no se debe abandonarlos ya que los retrocesos siempre serán dolorosos. Pero no retroceder siempre está ligado a la fuerza con la que se cuenta y no exclusivamente a la buena voluntad. Como se trata de hechos bastante recientes, están los que sí saben qué fue lo que sucedió. El resto tenemos que armarlo.

La maldita inseguridad


El problema de la seguridad pública no es un tema de fácil abordaje. Es un monstruo confeccionado por distintos pedazos que articulados producen una secuencia terrorífica de complicada resolución. La lectura ideológica que se pueda hacer de los hechos de inseguridad puede conducir a posiciones extremadamente contradictorias ya que al ser abordadas de manera parcial o aislada, conllevan al planteamiento de soluciones más acordes al pensamiento mágico que a la confección de políticas públicas rigurosas. Los grandes medios no dejan de enrarecer y manipular los hechos, mientras que ciertos grupos políticos lo utilizan con la más descarada demagogia, siendo que es  un tema que incumbe a casi todos los sectores sociales, principalmente los populares. De tal forma, el crecimiento del crimen organizado en Latinoamérica les fue endilgado principalmente a los gobiernos progresistas casi como si estos les dieran permisos especiales a la expansión de dicho flagelo o fueran parte integrante del mismo.

Si bien la base principal del problema es producto de procesos de marginación y exclusión social llevados adelante por el neoliberalismo, la prosecución y profundización del mismo atañe a otros puntos críticos de mayor cercanía temporal como es, por ejemplo, la expansión de las economías sumergidas (narcotráfico, trata, contrabando, etc.), que encuentran asidero en la existencia ya estructural de fuerzas de seguridad sumamente corrompidas. Los denominados “aparatos represivos de Estado”, lejos de ser una solución son parte del problema. Las prisiones, la Justicia y las policías tal como está estructurado, poco favor le hacen a la resolución de un problema que en gran medida sirve para desestabilizar y generar divisiones sociales. En términos maoístas, la Inseguridad no es más que una profundización de “las contradicciones en el seno del Pueblo”. No tener en cuenta esto lleva indefectiblemente a que una fuerza política que supuestamente brega por los intereses populares, vaya perdiendo consenso en algunos de estos sectores.

Un problema de interpretación hizo que la cuestión Inseguridad quedara englobada como una cuestión nacional, mientras que su lectura correcta debiera recaer en los principales territorios en los que el flagelo tuvo mayor desarrollo. La provincia de Buenos Aires es tal vez la más relevante y la que más discusiones políticas produjo, no solamente entre distintas fuerzas sino en el seno mismo del Frente para la Victoria. Los triunfos de Francisco de Narváez en 2009, de Sergio Massa en 2013 y de María Eugenia Vidal en 2015, no son ajenos al estado de ánimo popular generado por ese problema. Un consenso político apoyado en la posibilidad creciente de consumo tiene como contrapartida la expansión de un flagelo que amenaza con arrebatar lo conseguido. Los medios siempre apuntalaron el problema no para resolverlo sino para profundizar la grieta social entre la denominada “clase media” y los sectores más postergados.

Algunos aspectos relevantes debieran ser señalados para subrayar mejor el problema e incluso quedar planteado, ya que no está resuelto y debiera ser un estandarte válido para el retorno de los sectores progresistas a un posible nuevo gobierno.

Los últimos días de 2009 el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) junto a un arco político plural entre los que se destacaban sectores del Frente para la Victoria, de la UCR, de Nuevo Encuentro, Proyecto Sur, Libres del Sur, más organizaciones de DDHH entre muchos más; proponían el denominado Acuerdo por la Seguridad Democrática. Una plataforma que entre otras cosas sostenía que “En nuestro país, la acción del Estado frente al incremento de la violencia y el delito se ha limitado mayormente a respuestas facilistas y autoritarias que consolidaron la ineficacia policial, judicial y penitenciaria”, agregando que “En los últimos años, algunos procesos de reforma de las instituciones de seguridad tuvieron resultados favorables, pero fueron interrumpidos para volver a políticas de probado fracaso”, y que “Las políticas de mano dura no han reducido el delito, han aumentado la violencia y, en algunos casos, hasta han amenazado la gobernabilidad democrática”.

Un año después –a finales de 2010- tras la toma del Indoamericano, la presidenta Cristina Fernández creó el Ministerio de Seguridad y nombró al frente a Nilda Garré que venía de la cartera de Defensa. El programa del nuevo ministerio iría a ser el del Acuerdo de fines de 2009 en el que algunas firmas importantes faltarían. La del gobernador Daniel Scioli y la del jefe de gobierno porteño Mauricio Macri por ejemplo. Vale señalar que la única firma por el Peronismo Federal fue la del ex gobernador Felipe Solá, quien había llevado adelante una importante reforma a través de León Arslanian y que fuera desmantelada por Scioli con las gestiones de Carlos Stornelli y Ricardo Casal posteriormente. 

La presencia de una policía apta para la represión del conflicto social pero no para enfrentar al delito organizado es la que mantuvo Scioli en 8 años de gobierno.

El 10 de febrero de 2011 un avión militar estadounidense intento ingresar un cargamento no declarado a la Argentina. El gobierno ordenó incautar ese material generándose así un breve conflicto diplomático. "Entre el material incautado encontramos armas y drogas, varias dosis de morfina, material para interceptar comunicaciones, GPS muy sofisticados, elementos tecnológicos con códigos secretos, un baúl completo con drogas medicinales vencidas", afirmó el por entonces jefe de Gabinete Aníbal Fernández. "Lo que no puede pasar es que uno entre alegremente a la Argentina con este material no declarado. ¿Qué tiene que ver este material con el curso que estaban por dar?", se preguntó el funcionario a sabiendas de que ese material era para cursos para las policías locales. El hecho no dejaba de mostrar lo que debía ser una norma y que en ese momento quedó expuesta a la luz. La intromisión de los EEUU en la formación y cooptación para intereses ajenos de las fuerzas de seguridad locales. Suponer que esas fuerzas puedan ser bases de un proyecto progresista es una mera ilusión. Un verdadero contrasentido.

La inclusión social necesita indefectiblemente de un modelo de seguridad ciudadana muy diferente al que aún sigue rigiendo en la provincia. No es casualidad que el actual ministro de Seguridad provincial Cristian Ritondo, elogiara la gestión de su predecesor Alejandro Granados, y que voces como la de la diputada Florencia Arietto le endilguen a la gestión Pro hacer “sciolismo” en materia de seguridad.

El Acuerdo por la Seguridad Democrática también decía que: “Todo gobierno tiene la responsabilidad de ejercer la conducción civil y estratégica de las policías, que supone el pleno control de la institución. La prevención y sanción del delito, de modo eficiente y legal, requiere un sistema policial estrictamente subordinado a las directivas de seguridad pública formuladas por las autoridades gubernamentales. La historia reciente demuestra que la delegación de esta responsabilidad permitió la conformación de ‘estados mayores policiales’, autónomos, que han organizado vastas redes de corrupción, llegando a amenazar incluso la gobernabilidad democrática”.

Berisso, 1° de septiembre de 2016

*Periodista

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