Hoy existe un lugar que se fugó de la realidad. Un lugar indiscernible, un espacio y un tiempo que si bien se muestran como verosímil, como plausible; guardan en su seno lo indemostrable y la imposibilidad de rastrear de forma verdadera determinados hechos de la realidad.
Ese pozo gravitatorio
obviamente no es natural, tampoco queda tanto de la naturaleza. Ese hueco es
parte de una construcción que está para ser vista de esa forma, por todos
aquellos que sobre ese lugar sólo recibirán información. No está hecho para los
que lo viven o lo presencian sin ninguna mediación. Eso que se ha vuelto
indiscernible e indemostrable es todo aquello que nos llega a través de la
mediación, pero entendiendo que la mediación ya no es algo que se interpone
entre nosotros y el mundo. La mediación es el mundo y nosotros somos sujetos de
eso.
Lo indemostrable resulta
así la presencia exuberante y absoluta de la ideología, la que obviamente se
presenta como realidad. Ninguna ideología se dice a sí misma ideológica, sería
un despropósito, y no porque las ideologías sean el producto de genios malvados
que las construyen para engañar a la gente, sino porque ellas son parte
estructural del todo social, y sus leyes de producción y reproducción en gran
parte se realizan al margen de la conciencia que se tenga de ello. El
descubrimiento de un elemento constitutivo de la sociedad como lo es la
ideología sólo fue posible a través de la irrupción del discurso científico.
Esos lugares ubicados en
una rara topología en la cual prima lo indemostrable como verdad, son
necesariamente sitios de disputa por la significación. Lejos de apuntar a la episteme estamos en presencia de la
necesidad de la doxa, como elemento
de diferenciación.
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