2020/08/24

Dictadura, complicidad civil y democracia- Lo que persiste y hay que cambiar

La democracia que se inició en 1983 conservó de la dictadura, tanto al Poder Judicial como a la corporación mediática. La complicidad civil siempre contó con un abanico de cuadros políticos insertos en los partidos mayoritarios. Si hoy se quiere modificar esa realidad, manejada por los grupos económicos concentrados, no se pueden obviar los obstáculos que ya se vivieron en los gobiernos de 2003 a 2015 y que aún están presentes.
Imagen Hugo Banegas



Según dijera Carl Von Clausewitz “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Cuando se agotan los recursos para dirimir ciertas diferencias se pasa a utilizar medios violentos. Si bien la última dictadura cívico- militar (1976- 1983) no fue una guerra, como algunos intentaron señalar, sí se produjo por medios violentos la desaparición de miles de militantes populares y la extinción de gran parte de las organizaciones que habían bregado por el cambio social.
Siguiendo la línea de Clausewitz, Michel Foucault se animó a señalar que “La política es la continuación de la guerra por otros medios”. Si nuevamente en lugar de hablar de una guerra, y refiriéndonos a la utilización indiscriminada de la violencia del aparato de Estado; la Democracia que emergió en 1983 es la continuación de un equilibrio de fuerzas sumamente asimétrico y desparejo.
No se trata de una crítica del funcionamiento democrático sino del pacto social del cual emergió, habiéndoles otorgando impunidad a los mismos sectores que habían sido corresponsables de la dictadura. En una nota anterior, Política y grupos económicos- Una cosa es el gobierno y otra el poder, también publicada en Socompa, quien escribe señalaba que “Desde 1983 a hoy tenemos dos etapas. Una que concluye en 2001 y otra que emergió principalmente desde 2003 hasta la actualidad. Dos etapas que ocupan casi dos décadas cada una y en las que se pueden establecer algunas diferencias”.  Vayamos por partes.
Allá por el año 2009, en una nota publicada por Página/12,  decía el ya fallecido sociólogo Juan Carlos Marín que “Cuando se produce la catástrofe de los militares en Malvinas, lo que la sociedad hace es otorgarles a ellos una tregua… bueno, tampoco hay que caer en el reduccionismo de decir que había una dictadura militar cuando en realidad era cívico-militar. Entonces, toda la complejidad civil que está presente en la dictadura organiza un acuerdo y establece la tregua” agregando que “Lo que sucede hoy en día, y es obvio, es que la tregua ha comenzado a romperse”.
Marín insiste con la idea de que a partir de 2003 cuando asumió Néstor Kirchner  y puso en marcha su política de DDHH fue cuando también puso entre la espada y la pared a la complicidad civil que estuvo presente durante la dictadura. Durante la democracia que tuvo lugar entre 1983 y el 2001, se mantuvo una tregua entre militares y sociedad, pero, a partir de 2003 comenzó a romperse sin un final asegurado.
Estamos acostumbrados a suponer que los acontecimientos políticos más que ser el resultado de determinaciones colectivas son el fruto de la acción de ciertos individuos. En esa entrevista Marín señalaba que “llevó casi 15 o 20 años explicar a la gente que hacía investigaciones acerca de los 30 mil desaparecidos que el problema no se reducía a una banda de militares criminales” sino “que era una determinación del carácter capitalista de orden social que se devora 30 mil personas”.
Cuando promediando los 80, se pusieron en marcha los juicios, parte de la complicidad civil estaba inserta en los Tribunales. Señalaba Marín: “Nunca abandonaron los Tribunales, ni el control sobre el Poder Judicial. Es más: el Poder Judicial son ellos. Empiezan los juicios y nadie se da cuenta de la trampa: la gente va a ver el juicio pero no va a oír nada. Nunca se trasmitieron las voces del juicio. Las actas las mandaban a Suecia, como un contraseguro para que dentro de cien años se conozca el texto. Ante todo esto, la gente miraba para otro lado. Al no ser transmitida la palabra de los juicios, habría que haber salido a gritar eso. Pero nos faltaban 30 mil tipos”.
La dictadura fue en primer lugar el marco más indicado para la acumulación y concentración de riquezas en pocas manos. El establecimiento del poder económico que aún mantiene su predominio al interior de la sociedad argentina. No resulta ocioso recordar que un año antes del regreso de la democracia, estos grupos económicos se beneficiaron con la estatización -en 1982- de sus propias deudas privadas.
La democracia que se inició en 1983 conservó de la dictadura, tanto al Poder Judicial como a la corporación mediática. La complicidad civil siempre contó con un abanico de cuadros políticos insertos en los partidos mayoritarios. Esto les permitió continuar con el proceso de acumulación económica que haciéndose muy intensa durante la década del 90 no pudo impedir el colapso de 2001 y el consabido: “Qué se vayan todos”.
Con la asunción de Néstor Kirchner en 2003 se abría la posibilidad de transformar la democracia existente, apoyándose tanto en la nueva política de DDHH como en la crisis de representatividad y legitimidad heredada de 2001. Allá por los 70 el dirigente comunista uruguayo Rodney Arismendi había formulado su teoría sobre la Democracia de avanzada. Basada en la contrahegemonía gramsciana planteaba que en momentos de crisis era posible avanzar sobre determinados aparatos de Estado para transformar la sociedad sin caer en la dicotomía “reforma o revolución”.
También resultaba atrayente la reforma constitucional llevada adelante por Hugo Chávez en Venezuela y las posteriores reformas que encabezaron tanto Evo Morales como Rafael Correa, en Bolivia y Ecuador respectivamente. El proyecto kirchnerista avanzaba sin demasiados sobresaltos, hasta la aparición del conflicto con las patronales del campo en 2008.
El tiempo de la 125 fue de recomposición y reagrupamiento. El Frente para la Victoria perdió una cantidad importante de dirigentes pero a su vez fue un tiempo de acumulación por izquierda. En 2010 un grupo de intendentes díscolos entre los que se contaba a Sergio Massa de Tigre y Pablo Bruera de La Plata, sin abandonar el Frente, se pronunciaban por el poskirchnerismo. Todo lo que se había hecho estaba bien pero ya no había que cambiar más nada. La crisis de 2001 ya estaba resuelta sostenían.
Fue el mismo Sergio Massa en 2013 quien junto a su Frente Renovador se adjudicaron el triunfo sobre cualquier posibilidad de reforma de la Constitución. “No habrá Cristina eterna” señalaron por ese entonces. El kirchnerismo nunca salió a decir que reformar la Constitución implicaba muchas otras cosas que una posible reelección indefinida. Quienes tienen el poder económico en la Argentina dejaron de temer el perder sus privilegios, aunque nunca paran de decir que  si seguimos así “Vamos a ser Venezuela”.
El proceso que se abría en 2003 no terminó de prosperar. Habría que sacar muchas conclusiones sobre ello. Nos deja por su parte, el aliciente de haber sido testigos de un momento en el que la posibilidad de cambio era factible. No se descarta que vuelva a producirse. Lo que no se puede es obviar los obstáculos que ya se vivieron y que aún están presentes. Obviamente esos obstáculos no son personas sino estructuras sumamente complejas.

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