Tal vez el mayor logro de la práctica del psicoanálisis sea
que el considerado paciente, aprende a escucharse, a detectar lo que
corrientemente dice sin darse cuenta de ello. En dicha práctica es posible dar
cuenta de lo enrollado del discurso, de sus intermitencias y cortos circuitos,
e incluso de su falta de coherencia. No es para el caso que en las lagunas y
baches del lenguaje del inconsciente no exista lógica, lo que emerge es otra
lógica, otra coherencia que pide ser escuchada. Freud planteó al análisis
propio como uno de los pilares de la formación del psicoanalista. El que
aprende a escucharse, luego podrá escuchar a otros.
Aunque Freud hablara de autoanálisis, el problema principal
es que esto implica hacerlo como si se fuera Otro. Escucharse como Otro, no
como uno mismo. La reducción del par analista- paciente a uno, lleva implícito
el escuchar no sólo cuando se habla, sino en primer lugar cuando se piensa. Dar
cuenta de lo que se piensa, de lo que ronronea en la cabeza es mucho más
complicado que escuchar lo que se dice con la boca. Hegel señalaba que se piensa
solamente con palabras. Una afirmación que pone orden pero que resalta el gran
embrollo de los pensantes. No pocos son los que creen que se piensa con
imágenes. Pero los que sí parecen ser pocos, son los que pueden dar cuenta de
lo que piensan. No de sus ideas más importantes, no se trata de eso, sino de lo
que permanentemente fluye por las neuronas.
Sin dudas para escuchar lo que se piensa, se debe hacerlo
como Otro. Todo esto viene a cuento para señalar que cuando uno alcanza a
escucharse pensando, con todas las intermitencias que ello conlleva es cuando
resulta mucho más simple comprender la significación que Antonio Gramsci le da
al “sentido común” como “una concepción (incluso en cada cerebro individual)
disgregada, incoherente, inconsecuente…”. Señala Gramsci en la introducción a
las Notas críticas sobre un intento de “Ensayo
popular de sociología” que “El sentido común es un agregado caótico de
concepciones diversas y en él se puede encontrar todo lo que se quiera “, señalando
más adelante que “no significa que el sentido común no contenga verdades.
Significa que el sentido común es un concepto equívoco, contradictorio, multiforme,
y que referirse al sentido común como prueba de la verdad es absurdo”.
Resulta interesante cuando Gramsci refiriéndose a Marx
señala que según éste, las creencias son abordadas por “su solidez formal y,
por consiguiente, sobre su imperatividad cuando producen normas de conducta”. No
hay apología del sentido común, todo lo contrario, y resulta de sumo interés,
relacionar esta visión y concepción sobre el sentido común, con lo expresado
por el mismo autor en su texto “Espontaneidad y dirección consciente”. Ahí es
posible comprender al sentido común como la base principal de lo que Lenin llamaba
“lo espontáneo”. No como el “white paper” de los empiristas, sino
como un sedimento nunca vacío en el cual se da la existencia multiforme de
elementos que no logran conformar un pensamiento coherente. Gramsci afirma que
ése es el lugar en el cual “los elementos de ‘dirección consciente’, son
realmente incontrolables”.
Si bien la política (marxista) y la clínica (freudiana) son
prácticas diferentes, abordan distintos objetos, se debiera tal vez utilizar lo
paraconsistente de la lógica del inconsciente (como modelo), para el abordaje de
ese sedimento denominado espontaneidad y desde ahí trabajarla.
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