“Escepticismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”
Antonio Gramsci
El homo sapiens es un ser social, a saber, está inserto en un conglomerado histórico al cual transforma de modo ininterrumpido, transformando la naturaleza y sus derivados a partir del trabajo, del desarrollo de múltiples herramientas e inclusive portando una estructura compleja como es el lenguaje habiendo propiciado diferentes y complicadas relaciones entre si. Si bien alteró considerablemente su relación con la naturaleza subvirtiendo el orden de casi todo el esquema natural consigo mismo, para desarrollar un nuevo orden, no deja de ser simultáneamente un ser natural en tanto organismo biológico. Así mismo el hábitat del hombre no deja de ser sostenido en última instancia por las leyes de la naturaleza. La cultura ya no es naturaleza en sentido estricto, pero debemos convenir que no tiene otro desarrollo más que a partir de ella. A pesar de constituir un orden autonomizado, esta autonomía no deja de ser relativa, siendo el orden natural la determinación en última instancia. Es por esta razón que podríamos caracterizar al orden cultural como naturaleza alterada por las capacidades humanas de transformación de lo dado y es por esto mismo que el mismo hombre es el resultado de esta subversión permanente. En este proceso introduce al tiempo como temporalidad diferenciada de los ritmos biológicos y es por esta razón que la estabilización del organismo a la situación histórica resulta siempre de modo paradójico. Este hecho hace que en el viviente devenga una tensión permanente entre los tiempos de la naturaleza con respecto a los tiempos de la historia. Si bien podemos convenir que este es un proceso único que se desarrolla en una sola totalidad no podemos descuidar los elementos inerciales de cada una de sus particularidades.
Es posible que el origen de la humanidad haya tenido como causa un antagonismo creciente entre un tipo de mono con respecto a su hábitat natural. Hay especies que ante situaciones como estas, terminan sucumbiendo de forma súbita. En el caso humano se ha producido el incremento de nuevas capacidades ya contenidas virtualmente en su estructura biológica que le permitieron sobrevivir a esa crisis viéndose resignado a perder el equilibrio anterior para amoldarse a un nuevo esquema. A mi entender un aspecto de suma importancia del devenir cultura es el hecho de la transformación de los instintos o en todo caso de su desaparición como tales. Si consideramos a estos como el impulso vital para satisfacer las necesidades del organismo viviente y de los cuales depende su subsistencia debiéramos decir que para los animales hay una concordancia inexorable entre el instinto y el objeto de su satisfacción, siendo este un objeto preciso e invariable. Es por esto que un animal carnívoro no puede satisfacer el hambre con hortalizas ni un herbívoro con pescado. En cuanto a la sexualidad todo animal macho satisface su instinto sexual con cualquier hembra de su especie en un tipo de acto casi invariable, siendo la perversión un hecho improbable. El proceso de transformación de naturaleza a cultura produjo un cambio sustantivo en el proceso de satisfacción instintiva y es por esto que podemos ver en los distintos estadios de ese desarrollo, los modos de producción, un tipo de organización de la satisfacción instintiva sostenida en un tipo de organización social y política de la economía. Lo que se puede observar o deducir de los distintos modos es un tipo de relación particular de los sujetos con los objetos de satisfacción. Es por esto que considero válido incluir dentro de la teoría materialista de la sociedad, un concepto como pulsión (trieb) distinto a instinto (instikt), introducido por Freud en la teoría psicoanalítica. La pulsión viene a ser el devenir humano del instinto. Si en su animalidad o naturalidad el individuo tiene como datos fijos al objeto de la alimentación o de la sexualidad y su satisfacción implica alcanzar ese objeto predeterminado, tendríamos que decir que para la humanidad este hecho está considerablemente alterado y transformado, casi como habiéndose perdido el objeto originario. La pulsión se muestra como un impulso más bien indeterminado, aunque generalmente domesticado a las reglas sociales que construyen en el sentido común una imagen del objeto. Pero como toda domesticación en tanto parte de la dominación resulta siempre fallida en tanto ofrece resistencias ya que siempre hay fragmentos del impulso que no encuentran su satisfacción en la imposición cultural y esto por la sencilla razón de que el objeto originario en tanto transformado solo puede darse como satisfacción mítica. El objeto perdido en concreto es tan ilusorio como el paraíso terrenal, inexorablemente perdido. La cultura ofrece objetos sustitutivos presentándolos como naturales. En este sentido la satisfacción de la pulsión siempre es errónea, siempre hace alusión a una satisfacción perdida y es por esto que a su vez es insatisfacción misma. La búsqueda reiterada y fallida de esa satisfacción implica algo distinto que el placer y es en este sentido en el cual Freud pudo percatarse de la existencia de tendencias autodestructivas. A mi entender el condimento esencial de toda dominación implica la sujeción de las mayorías a este tipo de satisfacción del displacer, muchas veces exacerbado por las ideologías religiosas que hacen del sufrimiento una herramienta para ganarse la vida eterna.
La existencia del flujo histórico produce dos efectos subjetivos contrapuestos pero unidos a una misma matriz, a saber, la imposibilidad de permanencia del presente. Uno es suponer que el futuro será mejor, que el desarrollo de la historia va a suprimir automáticamente todos los malestares actuales y que a su vez estos son menores que los del pasado. Este efecto dio lugar a la idea de progreso. El otro es suponer lo contrario, a saber que todo empeorará y esto deviene en el escepticismo y el pesimismo. Por otro existe una posición que implica la renegación del cambio, que supone que nada se transforma, que todo siempre es lo mismo. Implica un mecanismo de supresión del factor sorpresa estando presente en casi todas las religiones y principalmente en la metafísica. De todas formas tanto el pesimismo como el optimismo radicales también se alojan en posiciones metafísicas. Si partimos del hecho anteriormente esbozado de que la existencia humana es resultado de un desajuste originario que devino en historia, prescindiríamos entonces de la metafísica pero de hecho no tomaríamos partido por ninguna de las dos posiciones anunciadas anteriormente. Desde un punto de vista pesimista se podría llegar a decir que la irrupción de la cultura es ya la desaparición lenta pero segura de la humanidad que tarde o temprano llegará. La existencia humana sería la terapia intensiva del eslabón perdido. El optimismo ve por lo contrario un desarrollo ilimitado de la potencialidad humana obviando sus contradicciones. En los hechos las dos posiciones reniegan de la transformación como hecho voluntario y consciente, a saber, ven a la transformación casi como un hecho natural que no necesita para ello de ningún sujeto que la lleve adelante. Pensar que todo se transforma al margen de nuestra voluntad es hacer propaganda invertida de: “si no me pienso, soy pensado”. Digo invertida ya que su revés sería: “ni me pienso, ni soy pensado por nadie”. Saber que hay un sujeto de la transformación es dar por sentado que hay quienes la llevan adelante desde el poder pretendiendo que el resto lo acepte como hecho natural. Es decir que todos crean que nadie piensa mientras son pensados por los que tienen la iniciativa, sin ofrecer resistencia a ello. Es verdad que hay efectos que escapan a la voluntad y que si la inteligencia no logra detectarlos es posible que generen un ámbito autónomo difícil de revertir, pero siempre la transformación surge de iniciativas conscientes determinadas por factores que se ubican muchas veces al margen de la conciencia. Es la existencia de esos factores los que producen efectos de autonomía de lo voluntario, en la medida que no son detectados. Hacer un absoluto de esos factores y de esas autonomías es caer en el pesimismo, haciendo alarde del la imposibilidad del conocimiento en tanto vehículo que pueda detectarlos. Por otro lado prescindir u obviar eso factores es caer en el optimismo ilimitado. Es creer que la voluntad humana es producto de si misma y no parte de la condición estructural del humano con su medio. El pensamiento humano siempre prescindió de las particularidades desarrollando alguna de ellas como ámbito autónomo, es decir no interrelacionado con la totalidad.
Es esta existencia paradójica de la condición humana la que hace de la revolución el hecho princeps para revertir ciertas tendencias autodestructivas que produzcan desde ahí un nuevo equilibrio en el los sujetos puedan pensarse a si mismos como constructores del futuro, de un futuro donde acontezca un desaceleramiento paulatino de aquellas tendencias para iniciarse algo radicalmente nuevo. Eso inevitablemente está supeditado al desarrollo del conocimiento científico como herramienta que permita avizorar la realidad más allá de optimismos y pesimismos fundamentalistas.
Berisso- 2003
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