Lo que hoy se conoce como democracia en muchos casos no deja de
ser un acuerdo que los diferentes países realizan con el poder corporativo. La
institucionalidad política de esta forma cada vez se escinde más de la sociedad
en su conjunto generando así una apatía considerable.
Por
Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
Lo
que hoy se conoce como democracia, lejos de ser un régimen que se construye a
partir de las necesidades nacionales, es un modelo internacional sujeto a
reglamentaciones multilaterales. El país que suscribe al régimen democrático
existente no deja de aceptar la intromisión internacional en sus propios
fueros. No resulta casual que las principales economías emergentes (China,
Rusia) hayan tenido un desarrollo considerable no acatando la regla. No se
trata por lo contrario de promover regímenes autoritarios sino de poner en
marcha democracias acordes a las necesidades de un determinado pueblo- nación.
De todas maneras hay que decir que el tomar partido por determinado régimen no
deja de ser un aspecto subordinado a la política que se intente llevar adelante.
Las diferentes reformas constitucionales realizadas por las naciones
bolivarianas lograron poner en pie regímenes políticos de mayor participación
popular y pudieron acotar el poder de fuego de las corporaciones judicial y
mediática. Estas dos últimas son hoy las principales armas de las clases
dominantes en el seno de las democracias existentes. Se considera democrático
respetar sus autonomías.
En
lo político los actuales regímenes democráticos no dejan de ser un equivalente
a lo que es el endeudamiento público para la economía. Son disciplinadores
externos.
A
partir del fin de las dictaduras en Latinoamérica se comenzó a hablar de
democracias restringidas o tuteladas. Llama poderosamente la atención que
habiendo transcurrido más de tres décadas ya no se las caracterice de esa
forma. Fundamentalmente no lo hacen las fuerzas que se dicen progresistas o de
izquierda. Mucho más aún cuando en un país como la Argentina el régimen actual
se fundamenta en una reforma constitucional como la del ’94 que fuera realizada
de manera acorde al consenso de Washington. En los hechos los procesos
bolivarianos cuestionaron en su práctica lo restringido de las democracias
precedentes.
La
democracia global occidental como concepto práctico político tiene un
desarrollo propio que tiene lugar de forma independiente a las realidades
nacionales. Este desarrollo propio se realiza incluso al margen del desarrollo
particular de cualquier democracia nacional. La eficacia de los golpes blandos
y de las distintas destituciones presidenciales sólo es válida si a la vez
logra incidir en otros países en los cuales esos movimientos no se realizaron.
Desde Honduras a Brasil, pasando por la destitución de Fernando Lugo en
Paraguay, la derecha regional fue carcomiendo los principales cimientos de una
integración regional creciente. En tal sentido el ejemplo de Paraguay
resulta aleccionador al respecto. Tras la destitución del presidente Lugo, el
Mercosur dejó de reconocer a ese país como miembro del organismo, pero tuvo que
aceptar su regreso cuando fuera elegido un nuevo presidente, quedando de alguna
forma impune el golpe institucional.
Si
la política en otros tiempos representaba la intervención de determinados
sectores de la sociedad, las actuales democracias se sostienen en un proceso de
escisión permanente de las cúpulas dirigenciales con el conjunto de la
sociedad. Ya no es una clase social o una alianza de ellas quienes practican la
política sino una parte escindida que no necesita de bases. En tal sentido las
formulaciones clásicas sobre el partido político van perdiendo vigencia. Hablar
de columna vertebral por ejemplo va perdiendo cada vez más asidero. El general
Perón sostenía que el partido era la herramienta electoral del movimiento. Hoy
sobrevive sólo la herramienta. La posibilidad concreta de que determinados
sectores sociales puedan participar de la acción político institucional se
vuelve bastante restringida. El financiamiento y toda la burocracia propia de
los sistemas electorales no permiten más que la participación escueta de
determinadas fuerzas populares. Las estructuras electorales más aceitadas,
incluso las de la izquierda, generan burocracias vitalicias. Esto siempre fue
un condicionamiento concreto para diferentes actores sociales que se conocen
genéricamente como izquierda social. Incluso eso mismo sucede en partidos de
raigambre popular como puede ser el peronismo. No resulta fácil para ciertos
dirigentes poder plasmar listas y deben en muchos casos encolumnarse detrás de
ciertos empresarios que recién llegan a la política. Eso es bastante común en
territorio bonaerense. Si bien hay sectores militantes que logran la
participación en la agenda electoral sin arriar ninguna bandera ni negociar
protagonismos, esto no es lo más característico. Para personas con poca tradición
militante esto representa de entrada un obstáculo que ni siquiera se animan a
sortear. En estas condiciones la llegada de nuevos integrantes a las distintas
fuerzas políticas resulta bastante inaccesible. Está el que se mete y obedece
pero esperando su retribución. De esta forma la actividad política se convierte
en algo muy poco atractivo para los diferentes sectores populares que en todo
caso prefieren militar en alguna organización social o mantenerse en la
indiferencia.
Que
el actual sistema político condene a las grandes masas populares a la inacción,
no significa que no existan posibilidades de hacer política. La principal
cuestión es saber cuál es el escenario propicio para ello.
Retornando
a la definición inicial de que la democracia global occidental es un proceso
que escinde sociedad de Establishment político, habría que precisar que esto no
responde a una tendencia natural de los lazos sociales, sino a una precisa
orientación estratégica que implica evitar la irrupción de las masas en el escenario
político.
Berisso, 13 de
enero de 2017
*Periodista
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