2017/05/22

El mainstream político y la grieta entre lo político y lo social

Lo que hoy se conoce como democracia en muchos casos no deja de ser un acuerdo que los diferentes países realizan con el poder corporativo. La institucionalidad política de esta forma cada vez se escinde más de la sociedad en su conjunto generando así una apatía considerable. 

Por Osvaldo Drozd*

Lo que hoy se conoce como democracia, lejos de ser un régimen que se construye a partir de las necesidades nacionales, es un modelo internacional sujeto a reglamentaciones multilaterales. El país que suscribe al régimen democrático existente no deja de aceptar la intromisión internacional en sus propios fueros. No resulta casual que las principales economías emergentes (China, Rusia) hayan tenido un desarrollo considerable no acatando la regla. No se trata por lo contrario de promover regímenes autoritarios sino de poner en marcha democracias acordes a las necesidades de un determinado pueblo- nación. De todas maneras hay que decir que el tomar partido por determinado régimen no deja de ser un aspecto subordinado a la política que se intente llevar adelante. Las diferentes reformas constitucionales realizadas por las naciones bolivarianas lograron poner en pie regímenes políticos de mayor participación popular y pudieron acotar el poder de fuego de las corporaciones judicial y mediática. Estas dos últimas son hoy las principales armas de las clases dominantes en el seno de las democracias existentes. Se considera democrático respetar sus autonomías.

En lo político los actuales regímenes democráticos no dejan de ser un equivalente a lo que es el endeudamiento público para la economía. Son disciplinadores externos.

A partir del fin de las dictaduras en Latinoamérica  se comenzó a hablar de democracias restringidas o tuteladas. Llama poderosamente la atención que habiendo transcurrido más de tres décadas ya no se las caracterice de esa forma. Fundamentalmente no lo hacen las fuerzas que se dicen progresistas o de izquierda. Mucho más aún cuando en un país como la Argentina el régimen actual se fundamenta en una reforma constitucional como la del ’94 que fuera realizada de manera acorde al consenso de Washington. En los hechos los procesos bolivarianos cuestionaron en su práctica lo restringido de las democracias precedentes.

La democracia global occidental como concepto práctico político tiene un desarrollo propio que tiene lugar de forma independiente a las realidades nacionales. Este desarrollo propio se realiza incluso al margen del desarrollo particular de cualquier democracia nacional. La eficacia de los golpes blandos y de las distintas destituciones presidenciales sólo es válida si a la vez logra incidir en otros países en los cuales esos movimientos no se realizaron. Desde Honduras a Brasil, pasando por la destitución de Fernando Lugo en Paraguay, la derecha regional fue carcomiendo los principales cimientos de una integración regional creciente.  En tal sentido el ejemplo de Paraguay resulta aleccionador al respecto. Tras la destitución del presidente Lugo, el Mercosur dejó de reconocer a ese país como miembro del organismo, pero tuvo que aceptar su regreso cuando fuera elegido un nuevo presidente, quedando de alguna forma impune el golpe institucional.

Si la política en otros tiempos representaba la intervención de determinados sectores de la sociedad, las actuales democracias se sostienen en un proceso de escisión permanente de las cúpulas dirigenciales con el conjunto de la sociedad. Ya no es una clase social o una alianza de ellas quienes practican la política sino una parte escindida que no necesita de bases. En tal sentido las formulaciones clásicas sobre el partido político van perdiendo vigencia. Hablar de columna vertebral por ejemplo va perdiendo cada vez más asidero. El general Perón sostenía que el partido era la herramienta electoral del movimiento. Hoy sobrevive sólo la herramienta. La posibilidad concreta de que determinados sectores sociales puedan participar de la acción político institucional se vuelve bastante restringida. El financiamiento y toda la burocracia propia de los sistemas electorales no permiten más que la participación escueta de determinadas fuerzas populares. Las estructuras electorales más aceitadas, incluso las de la izquierda, generan burocracias vitalicias. Esto siempre fue un condicionamiento concreto para diferentes actores sociales que se conocen genéricamente como izquierda social. Incluso eso mismo sucede en partidos de raigambre popular como puede ser el peronismo. No resulta fácil para ciertos dirigentes poder plasmar listas y deben en muchos casos encolumnarse detrás de ciertos empresarios que recién llegan a la política. Eso es bastante común en territorio bonaerense. Si bien hay sectores militantes que logran la participación en la agenda electoral sin arriar ninguna bandera ni negociar protagonismos, esto no es lo más característico. Para personas con poca tradición militante esto representa de entrada un obstáculo que ni siquiera se animan a sortear. En estas condiciones la llegada de nuevos integrantes a las distintas fuerzas políticas resulta bastante inaccesible. Está el que se mete y obedece pero esperando su retribución. De esta forma la actividad política se convierte en algo muy poco atractivo para los diferentes sectores populares que en todo caso prefieren militar en alguna organización social o mantenerse en la indiferencia.

Que el actual sistema político condene a las grandes masas populares a la inacción, no significa que no existan posibilidades de hacer política. La principal cuestión es saber cuál es el escenario propicio para ello.

Retornando a la definición inicial de que la democracia global occidental es un proceso que escinde sociedad de Establishment político, habría que precisar que esto no responde a una tendencia natural de los lazos sociales, sino a una precisa orientación estratégica que implica evitar la irrupción de las masas en el escenario político.

Berisso, 13 de enero de 2017


*Periodista

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