La existencia del
movimiento, no garantiza el cambio, ya que las estructuras poseen una entropía
propia que les garantiza su reproducción al infinito, pero en el movimiento es
posible avizorar elementos de ruptura que prefigurarían un nuevo ordenamiento.
De eso se trata en un proceso de transformaciones sociales, políticas,
económicas y culturales, de encontrar esos puntos de fuga, para diseñar no
solamente una nueva forma, sino encontrar una que se adapte a los nuevos
contenidos, y a su vez le de perspectiva en el tiempo. Lo nuevo siempre se abre
paso contra la resistencia de los viejos moldes, que aunque estén atrasados temporalmente
en cuanto a su validez, se amparan en la Letra.
Una Constitución o Carta
Magna, es la principal Ley de Estado, es la que determina la organización del
mismo, de sus atribuciones, de sus límites, y a su vez la que establece tanto
los derechos como las obligaciones del sujeto de la sociedad.
La actual Constitución
Nacional, reformada en 1994 ya se encuentra desfasada en relación a los nuevos
tiempos que viven no sólo nuestro país y nuestro pueblo, sino el continente
mismo. Existen hoy, cambios significativos que si no se plasman en un nuevo
contrato social, es decir en una nueva Ley de Estado serían factibles de ser reducidos
en nombre de una forma que más allá de su caducidad, no reniega de su inercia.
Pensar que la
Constitución no debiera ser tocada siempre se asienta en el
conservadurismo.
Hoy es necesario avanzar
hacia una nueva legalidad y una nueva institucionalidad, que fijen un piso
desde el cual ya no haya retroceso, y a su vez permita profundizar los cambios.
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