Disculpe el señor
pero este asunto va de mal en peor.
Vienen de a millones y
curiosamente, vienen todos hacia aquí.
Traté de contenerles pero ya ve,
han dado con su paradero.
Estos son los pobres de los que le hablé...
Joan Manuel Serrat
La historia de la humanidad
en trazos generales, no estuvo ni está marcada por atender la resolución de las
profundas desigualdades, de escuchar el grito de justicia, sino más bien de amortiguar
lo mejor posible a las minorías privilegiadas, dándoles resguardo; permitiendo
así su supervivencia y su reproducción ad
eternum. Cualquier humanismo siempre resultó más un emblema casi religioso,
un maquillaje, una mascarada; que un verdadero estandarte o plataforma para
construir una humanidad integrada e igualitaria. Esto último dejémoslo para
locos soñadores o idealistas, siempre se dijo, ya que vivir bien es sólo mérito
propio. Los exitosos y los pobres existieron siempre, por qué tendría que
desaparecer esa distinción, no nos compliquemos más… Algunos nacieron estrellas
y la mayoría estrellados.
Pero la lógica expuesta, es
imposible sin la existencia del Poder. Es decir de la fuerza, el castigo, la
coerción, y por qué no: el exterminio.
El señor feudal se encerraba
en su castillo, se protegía él y los suyos bajo impetuosos muros. La rebelión
plebeya siempre fue el fantasma fundamental que justificó la paranoia de los
poderosos, y por ende todas sus artimañas para prevenirse de ello. La Ley , también fue escrita como
una muralla más. Hay que contener. El Estado moderno irrumpió con esas características:
penalizar, encarcelar, sojuzgar, no sea cosa que se produzca la irrupción de lo
plebeyo.
Hoy es un lugar común hablar
de tiempos de cambio, de inicio de nuevos paradigmas, de construir inclusión,
pero como en todo proceso histórico siempre hay dos lógicas opuestas que
marchan de manera simultánea: una que consolida la inercia, y otra que apunta a
las rupturas. Consolidar una línea de acción que se ampare en la última, es
prioritaria; sí es verdad que aspiramos a la justicia social, entendida de la
forma más extensiva posible.
Pretender un Estado que nos
incluya a todos, no es obra de la beneficencia, ni de la buena voluntad; sino el
resultado de la lucha y la organización de los que menos tienen para imponer
sus condiciones. Sin la lucha obrera, el 17 de octubre del ’45 hubiera sido una
simple quimera. Que un Perón alguna vez haya planteado el fifty- fifty, fue porque había un contrapeso. El Estado sólo puede
incluir a las mayorías cuando éstas reclaman que tienen que ser parte, y en
esto no hay caridad. Lo más parecido a esta última es el clientelismo político
y la extorsión.
En la Argentina de hoy para
profundizar los cambios es necesario un nuevo Estado, es decir una nueva relación
de fuerzas, donde los sectores populares se integren con voz y voto, es decir
con poder de decisión.
El que escribe si bien aprueba en términos
generales, el trazo grueso de la política que lleva adelante el gobierno
nacional, está convencido que es necesario que esto tenga una equivalencia en
la base de la sociedad, en los barrios, en los municipios, en los puestos de
trabajo, pero sobre todo en una nueva concepción cultural e ideológica, que
vaya destronando paulatinamente al individualismo liberal, para construir
nuevos valores, y por qué no, un nuevo sujeto: solidario, transformador, lo
menos conformista posible.
El conflicto social siempre
existe, no hay que acallarlo ni obviarlo, hay que darle rango institucional. No
sea cosa que un día digamos “se nos llenó de pobres el recibidor”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario