“Cuando lo viejo ha muerto y lo nuevo no termina de nacer”
Antonio Gramsci
Los hechos que acontecen en España recrudecen un debate que pienso que, aún hoy no lo tenemos saldado en nuestro país en relación a lo que se llama crisis de representatividad.
Particularmente me gusta caracterizar a la oposición al gobierno, como los retazos de aquel “Qué se vayan todos”, y a su vez saber que en las filas del propio “palo”, aún quedan muchos que todavía no se fueron, y que tal vez por estar debajo del paraguas kirchnerista, no se den por aludidos, o se hagan los distraídos en una operación de renegación para mantenerse como si nada pasara.
Hoy en Europa algunos consideran que las masas con su ascenso y sus acciones intentan destronar al capitalismo para volver a enarbolar las banderas del socialismo o el comunismo, como antes de la caída del Muro de Berlín y de la desarticulación de la URSS y el bloque socialista, casi como si hoy hubiera vuelto aquel fantasma que recorría al viejo continente a mediados del Siglo XIX.
Hace tiempo que perdí o hago el esfuerzo por perder mi religión adolescente, pero sin renegar mis convicciones de entonces, que siempre son las mismas, pero sabiendo que cuando uno crece, va aprendiendo que las cosas no son tan fáciles como cuando en uno todo es puro entusiasmo y voluntad. Hoy al menos ya no creo o pongo en dudas la existencia de aquel Dios, que para nosotros fueron “las masas”, no porque no existan sino porque el valor que le dábamos era demasiado elevado. Con el tiempo uno fue comprobando que aquellos que en aquel tiempo nos inspiraban, y que hoy nos siguen inspirando, eran más ateos que lo que uno era, y tal vez por eso estaban por delante.
Jean Baudrillard en su “De la seducción” decía que ni los papas ni los teólogos creían en Dios, y era justamente por esta razón que podían ponerlo en escena, como una realidad efectiva. Leer a este filósofo francés hace más de dos décadas, lograba fastidiarme con muchas de sus posiciones, pero no dejaban de seducirme o al menos plantearme dudas muchas otras que ponían en jaque a mi credo. Y una era ésta acerca del ateismo de los teólogos, y que sin más me conducía a revisar si en mi marxismo, no conservaba alguna teología camuflada. Al hacerlo eran justamente “las masas” las que quedaban entre paréntesis, a pesar de mi rabioso maoísmo, revisado en clave althusseriana, y con muchos ingredientes del psicoanálisis de Lacan.
Antes de proseguir con este escrito, quisiera resaltar algo que el actor Darío Grandinetti dijera el pasado lunes en 6-7-8, y es que hoy en este país podemos hablar de todo lo que se nos ocurra, y que eso es lo nuevo que nos está pasando, y que por eso mismo uno pueda confesar sus propias influencias intelectuales, en pos de aportar a la construcción de un pensamiento acorde a la profundización de los cambios, que se vienen desarrollando en nuestro país.
Pero volviendo al principio y no dispersarme en el intento, cayendo en la lógica freudiana de la asociación libre, considero a su vez que haberlo hecho, es necesario para dar cuenta de algunas de las cosas que siguen.
Este punto inicial era que a partir de los “indignados” españoles, hoy podemos volver a leer la coyuntura argentina de hace más de una década, intentando saldar hoy lo que aún no pudimos sortear como problemática planteada entonces.
Si Dios se muriera, es probable que la mayoría de sus creyentes asistan masivamente a su velatorio, pero cuestionando a todos los sacerdotes que vociferaban sobre su eterna inmortalidad, para ponerlos en un sitio muy difícil de sostener en tanto mediación entre los crédulos de la eternidad y el difunto.
En el 2001 tanto el “Voto bronca” como el “Qué se vayan todos” cuestionaron de manera contundente a las mayorías de las burocracias políticas, poniendo en jaque su existencia misma como tal. En aquel tiempo consideré que los hechos del derrumbe de las Torres Gemelas (más allá de la lectura que podríamos hacer hoy) contenía en las imágenes que los medios mostraban, una idea que podía señalar que el Poder nunca había sido absoluto, ni intocable, que podía mojársele la oreja, y que esto de alguna forma podía incidir en la conciencia masiva, no sin mostrar a su vez cierta desamparo ante la catástrofe, que ya podía mirarnos desde la nada, como alguna vez había dicho Walter Benjamin.
En las legislativas de 2001 no fue casual que un Bin Laden alcanzara más votos que la mayoría de los candidatos legales, al igual que acá en Berisso lo hiciera nuestro ilustre linyera “Siete Sacos”. Obviamente no eran mejores candidatos, pero tampoco peores, eran quienes podían representar la indignación ante aquellos que utilizando un cargo público solamente les interesaba su interés personal.
Tal vez “las masas” por aquel entonces perdieron una religión burocráticamente impuesta, y se rompieron las mediaciones que hacían de las estructuras partidarias un templo confiable. La experiencia de 2001 a la vez nos mostró el surgimiento de nuevas modalidades de organización social con cierta perspectiva política pero no en el plano de la representación.
La visión correcta de Néstor Kirchner acerca de esta situación, fue suplir estas carencias con un fuerte liderazgo; el empleo del Estado como sustituto, pero dándole facultades que el neoliberalismo le había restado; e incorporando a muchas de esas organizaciones sociales emergentes como parte de un nuevo armado político ya en el plano de las superestructuras complejas, sacándolas del aislamiento corporativo.
Este proceso abierto en 2003 si bien tuvo virajes como el haber retornado a la estructura del PJ, como herramienta de poder, éste comenzó una reconfiguración que lo asemeja mucho más al viejo partido, que Perón consideraba como una herramienta electoral, para que en él se exprese el vasto movimiento nacional y popular, y ya no tanto como una burocracia política. Esta transformación aún no está resuelta, y si bien son las masas las que cuestionaron espontáneamente el viejo modelo, lo nuevo solamente puede profundizarse con la construcción de un marco ideológico político adecuado no solamente en cuanto a la profundización del modelo, sino también y necesariamente entendiendo el cuestionamiento que se viene dando hacia lo político- corporativo desde la crisis de 2001, y que los indignados españoles hoy nos vuelven a recordar.
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