Toda idea. La que sea. No es su simple enunciado. Estamos acostumbrados a defender o denostar ideas a partir de lo que muestran en su superficie.
Toda idea es producto de
un proceso de pensamiento que casi siempre desconocemos. Se puede defender algo
a rajatablas sin saber que su confección no fue bien realizada.
Hoy el gran problema con
las ideas no es su producto acabado sino la manera de producirlas. En el
producto obviamos la producción. Hoy prima lo estético del producto acabado.
Aristóteles cuando funda
la lógica parte si se quiere del mismo problema. Mientras que los sofistas
podían realizar enunciados ingeniosos para ganar discusiones, el filósofo se
preocupó en demostrar que ningún enunciado ingenioso por más verosímil que
parezca, está exento de ser falaz.
Hoy vivimos en un
universo relativista en el que cada uno puede sacar las conclusiones que
quiera. Es el paradigma liberal. No está mal si esas
conclusiones le sirven a un Robinson Crusoe, pero generan múltiples tensiones
cuando la relatividad sobre lo real es compartida. Suponer una vida social sin
cierta cohesión ideológica es sin dudas una utopía desestructurante.