Cuando vivís leyendo y ya tenés unos cuantos años, es muy probable que muchas de las cosas leídas, hayan sido olvidadas. Olvidadas conscientemente, ya que tenía mucha razón Freud cuando se refería a que en los sueños aparecen elementos que conscientemente uno ni recuerda, pero persisten en el ello. La memoria hipermnésica. La cuestión es que esas lecturas olvidadas pueden reaparecer en mí, como una idea propia, como algo en el que yo soy su autor. Voy a dar como ejemplo algo que me ocurrió recientemente.
Hace unos meses me congratulaba con la idea de que había descubierto que hay cosas que no se pueden describir con palabras, pero que todo el mundo sabe de qué se tratan. El sabor del café es algo que, si no probaste, no podrías describirlo. Ponía como ejemplo que no se puede explicarle a un extraterrestre qué es el sabor del café. Lo tendría que probar. Me regocijaba con esa idea que incluso se la conté a dos viejos amigos.
Lo interesante al
respecto es que hace dos días vuelvo a releer a Baudelaire en un texto en el que
habla sobre el vino. Hace una feroz crítica al autor de una enciclopedia en la
que éste, define al vino como un licor que fue inventado por el patriarca Noé. Según
Baudelaire, este autor “muy célebre y además un gran tonto” no podría
explicarle a un habitante de la Luna, qué es el vino. Lo leído es pornográficamente
similar a mi gran idea. Mucho más cuando al releer el texto no me cupo la menor
duda de que anteriormente lo había leído.
Como todo esto,
el texto de Baudelaire, mi gran idea ingeniosa e incluso el olvido, son
construcciones lingüísticas; siempre habrá diferencias. El genial poeta francés pondrá como ejemplo al
“divino” Hoffmann. Citará varios ejemplos del narrador alemán en el que éste
definirá con rasgos muy poéticos a diferentes tipos de vinos.
Baudelaire
también sabía que era imposible realizar ciertas definiciones, pero lo que
valoraba al tildar de “divino” a Hoffmann es el acercamiento poético a ese
vacío.