2017/04/05

Sobre el sujeto- Marxismo y/o psicoanálisis

Por Osvaldo Drozd

Lo que sigue es un escrito que está pensando en algunas ideas expresadas por el psicoanalista Jorge Alemán en una entrevista publicada recientemente por La Tecl@ Eñe, pero por sobre todo intenta auto responder a quien esto escribe por posiciones sostenidas hace más de tres décadas, tras descubrir a Freud y Lacan –en los albores del retorno de la democracia-, acarreando con un maoísmo adquirido en los años setenta.

En la historia humana siempre existieron las revueltas sociales y con ellas la irrupción de sujetos que trastocaron las ideologías dominantes. En sociedades en donde prima lo desigual esto resulta inevitable y teniendo en cuenta que hasta hoy no existen formaciones sociales igualitarias ello no se detendrá. Siempre habrá conflictos y voces libertarias. Lo que puede variar son las intensidades, las proporciones. Lo que habría que precisar es que la existencia de sujetos transformadores no puede estar supeditada a imperativos éticos o morales. Ellos son resultado de las tensiones estructurales de su tiempo. Presuponer lo primero es conservar cierto sedimento religioso.

En Sobre el concepto de la historia Walter Benjamin decía que “Existe un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico”. Benjamin se refería a este acuerdo señalando que en el pasado histórico siempre se anuda un índice temporal que es remitido a la salvación. Ya que en ese pasado habitarían todos esos hechos con los que se construye la idea de felicidad.

Convengamos en que la gran revolución teórica realizada por Carlos Marx promediando el SXIX, fue el haberle dado un marco científico y riguroso, a las diferentes expresiones contestatarias de la larga historia humana. El genio de Marx fue ponerle límite a las ensoñaciones utópicas. Consistió principalmente en darle una racionalidad comprobable a las diferentes revueltas. Es por ello que bien vale recordar que el marxismo no es otra cosa que una “guía para la acción”. Una guía extremadamente rigurosa. De igual forma, contrario a las diversas experiencias ideológicas y hermenéuticas, fue Sigmund Freud quien construyó una ciencia de la interpretación. No de la interpretación del Universo y el alineamiento del Cosmos, sino de la deconstrucción de todos esos fragmentos residuales que el sujeto humano enuncia sin saber que lo hace.

Si desde diferentes sectores que son partidarios del materialismo histórico y dialéctico alguna vez se dijo que lo de Freud no era más que una refundación contemporánea de la metafísica y el idealismo, habría que saber que esos mismos  detractores son los que señalaron eso sin tener en cuenta el nacimiento de una nueva disciplina científica como es la lingüística. Fue Ferdinand de Saussure quien con el concepto material de significante pudo permitir que inscribamos una gran cantidad de material que cierto materialismo deshecha sin poder explicar por otro lado de dónde proviene un delirio o un lapsus. Mucho menos dar cuenta de la poesía y por ende suponer que la superestructura social no es más que una ilusión que surge del reflejo espontáneo de las relaciones de producción. Fue Jaques Lacan quien utilizando el concepto lingüístico de significante pudo modelar la experiencia freudiana y darle un inusitado marco conceptual. Todo lo que Freud pudo concebir a partir de los sueños, los lapsus, los chistes, el olvido, pudo ser encuadrado a partir del enunciado que dice: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Un psicoanalista trabaja con palabras. No resulta ocioso recordar que para Lacan el cuerpo se inscribe en el registro de lo imaginario. De un imaginario sólo factible de incluir en el discurso psicoanalítico. Para un científico de la lucha de clases, no es posible señalar lo mismo. Psicoanálisis y marxismo no pueden ser concebidos como una unión de conjuntos, sino tal vez, como una ocasional intersección. Desde ese punto lejano ambas disciplinas pueden decir bastante sobre la otra.

Concretamente hay que señalar que el psicoanálisis aborda a un sujeto que para el marxismo está determinado en última instancia por lo económico y que en la experiencia freudiana eso quizá se traduzca como satisfacción de las pulsiones, como lust y unlust. Lo que Lacan llamó el goce. Si el psicoanálisis aborda a un sujeto que es determinado por un significante que lo representa ante otro símil hay que decir que en el marxismo se trata del sujeto y también del objeto. Ubicado este último no en un lugar imposible sino en uno a transformar. Un lugar que debe conocerse, como señalaba Gramsci, con “la precisión de las ciencias naturales”, ya que es la estructura económica la que determinará en última instancia las posibilidades que se dirimen en la superestructura. Sin la existencia objetiva de la clase obrera y la incipiente industria, el marxismo no hubiera existido. No se trata de una afirmación dogmática sino de un cuestionamiento a diversas posiciones revisionistas que reniegan de las “condiciones objetivas”. Sin ellas el marxismo pierde toda su originalidad y se retrotrae a posiciones subjetivistas y voluntaristas propias del socialismo utópico. Para que no se malentienda lo dicho no se trata de negar el rol de la subjetividad en la estructura social sino del intento de ubicarla en su lugar correspondiente.

En la carta que Friedrich Engels le enviara a Ernst Bloch en septiembre de 1890 se podía leer que: “....Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado”. Agregaba Engels que: “Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”.  

En Los conceptos elementales del materialismo histórico, Marta Harnecker señalaba que “Las clases sociales no son los sujetos creadores de las estructuras sociales. Son, por el contrario, como dice Marx, los ‘portadores’ (Träger) de determinadas estructuras, los actores de un drama que no han construido”.

La marxista chilena discípula de Louis Althusser, recordaba en ese escrito que: “En primer lugar, debemos advertir que la palabra alemana Träger tiene en español (y en francés) dos significados muy diferentes: “soporte” y “portador”. El primer término (soporte) indica la idea de sostener, de ser la base de algo, de servir de apoyo a algo y en este sentido la utiliza Marx cuando afirma que ‘las condiciones materiales son los soportes (Träger) de las relaciones sociales’, agregando luego que “El segundo término (portador) significa, por el contrario, tomar sobre sí, llevar consigo, y en este sentido lo utiliza Marx cuando afirma que ‘el capitalista sólo es el capital personificado’, que ‘sólo funciona en el proceso de producción como portador (Träger) del capital’”. Y remata Harnecker señalando que “Al afirmar el marxismo que las clases son los portadores de determinadas estructuras está rechazando toda concepción voluntarista acerca de las clases sociales”.

Para darle cierta exhaustividad a este escrito bien vale otra referencia bibliográfica necesaria. Walter Benjamin señalaba en el texto ya citado Sobre el Concepto de la historia: “La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existen las finas y espirituales. A pesar de ello estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor” agregando luego que en la lucha de clases ellas están vivas “como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos. Acaban por poner en cuestión toda nueva victoria que logren los que dominan. Igual que flores que tornan al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud de un secreto heliotropismo, en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que entender esta modificación, la más imperceptible de todas”.

La derrota

En la entrevista citada a Jorge Alemán que fuera publicada por este sitio, Alemán nos recuerda bien que “la palabra Revolución ha perdido su eficacia simbólica” y que “no disponemos de entrada de un sujeto histórico ya constituido y que sea operativo”.

Durante las largas campañas realizadas por el imperio Romano para anexar territorios, un general imperial tras derrotar a un pequeño reino del norte de África, se acercó al rey depuesto y con su espada le trazó en la arena alrededor de sus pies una circunferencia que lo dejaba adentro. No le estaba permitido al monarca derrotado poder salir de los límites de la figura geométrica. Si lo intentaba moriría inmediatamente. Conservemos este relato como metáfora.

Tras el colapso de la Unión Soviética y todo el conglomerado de naciones afines, el derrumbamiento del Muro de Berlín y el supuesto triunfo del relato capitalista, la Revolución pasó a ser una joya de coleccionistas de antigüedades. Si en los años 70 uno podía sorprenderse cualquier mañana con la noticia de una nueva revolución, a partir de los 90 se imponía un rígido sistema en el que la Revolución se convertía en un significante forcluido de lo simbólico. Era el triunfo de la democracia liberal. Los sectores populares y los obreros del mundo quedaban enmarcados en una circunferencia que no podían transgredir. Las razones de esta derrota no eran nada más que simbólicas, representaban una derrota material y objetiva. Para ser más precisos: en la Argentina, durante el gobierno de Carlos Menem la cifra de desempleo llegaría a poco más del 24 % de la PEA (Población Económicamente Activa) cuando pocos años antes las cifras podían coincidir con el escaso margen con el que se puede considerar que una formación social cuenta con Pleno Empleo. La derrota de la clase obrera comenzó a ser objetiva.  Con ello la estructura social se transformaba sustancialmente.

El planteo revolucionario que habían hecho Marx y Engels en el Manifiesto Comunista tenía como soporte la existencia de un proletariado objetivamente enfrentado a la burguesía de ese tiempo. Esta última había construido así su propio sepulturero. Si bien hoy el modo de producción capitalista sigue siendo el principal componente de las formaciones sociales concretas, hay que ver que las mismas son agrietadas, extremadamente desiguales, carentes de homogeneidad y donde también pueden vislumbrarse embriones de modos de producción emergentes a partir del crecimiento de las denominadas economías sumergidas (narcotráfico, trata, esclavización, etc.) y del desplazamiento creciente del capital industrial por el especulativo. En ese nuevo escenario no desaparece el proletariado pero sus capacidades objetivas de ruptura ya no son iguales. No es lo mismo un cinturón urbano en el que crecen asentamientos de desplazados que los viejos cordones industriales en donde germinaban formas insurreccionales.

Con la llegada del neoliberalismo hace casi ya tres décadas, quedamos sujetos y enmarcados en una forma de hacer política que no admite salirse de la circunferencia referida anteriormente. Pensar la transformación social preso del paradigma dominante implica saber los condicionamientos concretos para que en un proceso social se pueda derrumbarlos y construir lo nuevo.

En tal sentido vale como ejemplo concreto la experiencia que se está llevando adelante en Bolivia y que ellos llaman el proceso de cambio. Bien señalaba el vicepresidente Álvaro García Linera que ese proceso había comenzado con la Guerra del Agua en el 2000, se incrementó con poderosas lucha populares como la Guerra del Gas en 2003 y llevarían a que en 2005 se impusiera Evo Morales en las elecciones presidenciales como candidato del Movimiento al Socialismo. García Linera habla de diferentes fases del proceso de cambio, a saber, la gran movilización para la reforma de la constitución por un lado, y de vital importancia, la gran respuesta del pueblo en 2008 para derrotar a los sectores golpistas. La verdadera democracia no debe considerarse como algo ya establecido sino como el largo proceso de marchas y contramarchas hacia un mundo mejor.


Berisso, 3 de abril de 2017

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