2014/09/07

Los límites del cambio social

Unidad. La experiencia de Unasur marca el camino de la acumulación
de fuerzas populares para las transformaciones pendientes.
Los indiscutibles avances en los procesos populares de los últimos años en nuestro continente reconocen condicionantes históricos que demarcan las dificultades para avanzar hacia metas de transformación profunda.
Desde la primera década del Siglo XXI se viene dando en la región una cantidad importante de experiencias de gobierno que, en líneas bastante generales, adquirieron el rótulo de “progresistas”. Si bien las diferentes gestiones gubernamentales tienen entre sí distintos matices sobre cómo llevar adelante un determinado proceso, hay algunas políticas que podrían señalarse como factor común. La mayoría establece como signo dominante a la redistribución de las riquezas, aunque resulta también paradigmática la inclusión de determinados derechos ciudadanos y democráticos como rasgo distintivo. Obviamente, para que todo esto sea factible es necesario que a nivel de la estructura económica se produzcan transformaciones o movimientos sin los cuales no habría posibilidad de que esas políticas fueran posibles. De tal forma la diversificación y cambio de la matriz productiva y la integración regional son parte de ese juego. Al menos esto se reproduce en lo enunciativo, y aunque constituyan condiciones indispensables para revertir años de dependencia y atraso relativos, no siempre es posible romper con cierta inercia estructural. Siempre hay algo de límite en estas experiencias que escapa a la voluntad transformadora. Desglosar y descifrar estos límites implican una tarea que largamente excede lo que se intentará en estas líneas. Ya que hacerlo implica necesariamente el desarrollo de una teoría que dé cuenta de las trabas estructurales y pueda plasmar en una práctica la reversión de las tendencias. Para eso se necesita de colectivos de intelectuales comprometidos, que excedan el academicismo, y puedan elaborar conceptualmente desde las bases mismas de la sociedad, que es el lugar desde donde se producen los cambios. Lo que se expresará en este artículo no son más que retazos y aproximaciones a ideas en proceso de elaboración. Muchas veces no son más que lugares comunes que se repiten asiduamente sin encontrarles una vuelta certera al asunto. Casi como un ejercicio de verbalización para que al menos esos planteos no se pierdan. Si hoy vale desarrollar algunas de estas hipótesis es porque pareciera que el ímpetu que tenía la región en otros momentos pareciera haber entrado en declive, y no pocos son los que vaticinan un revival neoliberal incluso de la mano de candidatos presidenciales que son parte de las mismas fuerzas políticas que hoy conducen en los países de la región.
No pocas veces, el presidente de Ecuador Rafael Correa, enfatizó que para que su país despegue efectivamente resulta necesario romper con la injusta división internacional del trabajo. La apreciación del mandatario andino, no es para nada ociosa, ya que explicita no sólo uno de los principales aspectos estructurantes del atraso relativo de la región, sino que invita a hacer visibles todas esas variantes estructurales de sujeción de las naciones latinoamericanas, a los intereses de los imperios de turno. Plantear el desarrollo autónomo de los países que se ubican al sur del Río Bravo, y su integración, si bien es un dato que emerge coyunturalmente como una tendencia de la realidad, su resolución efectiva es contranatura. Si bien es cierto que esa oportunidad se hizo presente en algunas fases especiales a lo largo del Siglo XX, el planteo implica una ruptura, una salida efectiva y específica a la repetición cíclica. Aunque si hoy es posible volver a pensarlo, es porque nos encontramos ante una de esas coyunturas especiales, y tal vez la que abarca ya el ciclo de mayor extensión temporal. El problema es que no se cierre antes de haber hecho lo necesario para que ello sea irreversible. De todas formas, aunque no pueda considerarse al proceso como una simple prolongación de tendencias naturales, se debiera advertir que sin la existencia previa de ciertos embriones de organización social que puedan avizorar perspectivas, resultaría imposible pensar una estrategia que rompa lo cíclico, y profundice los cambios ya existentes.
En Latinoamérica se dieron en otras coyunturas específicas, algunos ensayos de gobiernos de corte popular y nacional, al igual que procesos de integración. La mayoría de las veces se dieron en consonancia con las crisis cíclicas del capitalismo occidental, y que cuando éstas concluyeran o se cerraran, esas experiencias declinaran. Esta apreciación no implica una subestimación de esas experiencias, sino un dato que emerge de una realidad histórica, que no fue desapercibida por quienes intentaran en esas oportunidades profundizar los cambios. Resulta de importancia conocer los diferentes ensayos anteriores, para extraer conclusiones al respecto. Tal vez en la actualidad a eso se lo esté haciendo, ya que si se ve al actual proceso latinoamericano, hay cuestiones que fueron asumidas, y que hicieron que se logre un desarrollo de la integración quizás inédito. Por otra parte, si se tiene en cuenta esta cuestión cíclica, éste es el proceso de mayor extensión temporal de una etapa. Nunca antes se había sobrepasado de forma simultánea un lapso de tiempo como el actual. La mayoría de las veces los procesos fueron abortados por la fuerza y con represión a los movimientos populares. Hoy, la utilización de la violencia como forma de retrotraer a un tiempo anterior, se da con características específicas (ver nota relacionada).
Habría que precisar que tras dos siglos de emancipación de la corona española, la formación social latinoamericana presenta dos características preponderantes, que si bien fueron balanceándose de forma desigual, conforman entre sí un nudo de difícil ruptura. Por un lado se trata de una formación capitalista, en tanto las principales formas y relaciones de producción se sostienen en la apropiación privada de lo que se produce colectivamente. Esto no resulta ninguna novedad, aunque en las diferentes experiencias progresistas y reformistas que se dieron en el continente se intentara profundizar el desarrollo capitalista, a partir de eliminar paulatinamente resabios propios a sociedades anteriores. En estas páginas hace algunos meses atrás se desarrolló precisamente la problemática de la cuestión agraria latinoamericana, y ese lastre que representa aún el latifundio, y la existencia de una oligarquía nativa, que tiene un estatus más verosímil o apropiado para una formación de tipo feudal, aunque en términos rigurosos no lo sea. Estas trabas estructurales, para el desarrollo del capitalismo autóctono no, son ajenas a la otra pata de la formación latinoamericana, que tal vez sea el aspecto principal de ella, a saber: la dependencia.
La conformación en la región del capitalismo dependiente, le otorgó a ésta un trazo preponderante en la división internacional del trabajo. Conforme a ser uno de los principales reservorios de recursos naturales del planeta –si no el más importante–, Latinoamérica pasó a ocupar el lugar de exportador de materias primas, con un débil desarrollo industrial, y con la existencia de una burguesía intermediaria, nada proclive a ser ni desarrollista ni progresista. Más bien se trató siempre de una “lumpen” burguesía, preocupada más por sus ganancias coyunturales que por su propio desarrollo como sector clave de la economía. En este sentido, esta clase siempre fue de fácil cooptación por parte de los grandes monopolios y corporaciones internacionales.
Diferentes jugadores. La tensión entre las diferentes apuestas progresistas y sus límites, a veces pareciera reducirse a ser consecuencia nada más del simple accionar de los agentes imperiales y sus socios mediáticos. Si bien esto ocurre, no se trata de una trama tan simple enmarcada en un enfrentamiento a muerte entre apenas dos adversarios, sino que entre medio hay una diversidad de actores a veces tildados como secundarios pero que llevan un rol político decisivo. Esto es muy claro en la conformación de algunas de las fuerzas políticas que conducen los países de la región. Una crítica que siempre se le hace a las diferentes gestiones progresistas es la del extremo presidencialismo, agravado por las sucesivas reelecciones. Seguramente que no se trata de un problema de forma como intentan mostrar los demócratas liberales, que hacen del republicanismo abstracto una bandera de lucha. Más bien este problema hay que verlo desde el punto de vista de la supervivencia de determinadas propuestas políticas, que hoy parecieran no estar demasiado afianzadas en estructuras orgánicas, sino más bien en la férrea voluntad de algunos líderes. Esto los enemigos de los procesos progresistas lo conocen al dedillo, y por esa misma razón no dejan de buscar aliados dentro de las mismas fuerzas denominadas progresistas.
El gran desarme conceptual producido en las organizaciones políticas durante el auge del neoliberalismo, sumado a las sucesivas crisis de representatividad, hicieron que las bases de sustentación de cualquier política sean bastante endebles, no tanto por su eficacia sino por la manera de reproducirse. La política, reducida a ser un espacio acotado, nunca mostró de manera tan transparente ser un lugar de tanto privilegio. Estos vicios de la política como una forma de continuar los negocios por otros medios, lejos de quedar excluidos en las nuevas fuerzas denominadas progresistas, muchas veces son el peor enemigo de las políticas que intentan llevar adelante. No pocos analistas son los que sostienen que una eventual derrota de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff, implicaría un castigo del electorado de ese país a la conservación de ciertos nichos de corrupción.
Sin dudas no se puede generalizar en cuanto a la caracterización de las diferentes fuerzas políticas de la región, debido a que los procesos que vienen desarrollando tampoco son equivalentes. Porque mientras que por ejemplo partidos como el Movimiento al Socialismo de Bolivia o la Alianza País ecuatoriana producen una gran movilización de sus adherentes, existen vetas políticas como los socialismos chileno o uruguayo, enmarcadas en la socialdemocracia, que recuerdan a construcciones más tradicionales. En una reunión que la Internacional Socialista realizara en la Argentina en 2010, que tuvo como anfitriones a la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista local, de la cual participaran figuras como Tabaré Vázquez y Michelle Bachelet, una de las preocupaciones que expresara la internacional socialdemócrata en esa oportunidad fue la del crecimiento del autoritarismo en Venezuela. Sin dudas una preocupación más cercana a la de la derecha que a la de las posiciones transformadoras que hoy pueden vislumbrase en la región.
Una cuestión no menor en relación a la conformación de las fuerzas políticas regionales, es la relación específica que tienen con respecto a los grupos políticos que dicen estar a su izquierda. Esta relación no siempre es resuelta de la mejor forma. Según expresara Modesto Guerrero en una entrevista que le realizara la revista Mascaró, él afirmaba que en Venezuela, durante los sucesivos gobiernos de Hugo Chávez, más de la mitad de los ministros, fueron ex guerrilleros, es decir, cuadros de la izquierda. Tanto en Bolivia como en Ecuador hoy las fuerzas gobernantes están intentando sumar a diferentes organizaciones de izquierda a un frente más amplio. El acercamiento de la clasista Central Obrera Boliviana a la gestión del MAS es un dato bastante aleccionador. Pero no siempre se producen estos movimientos, y es posible constatar que en países como Brasil o la Argentina –en el primero por el tipo de alianzas que realiza el Partido de los Trabajadores, y en la segunda, por la composición bastante heterogénea del peronismo–, es posible encontrar dirigentes políticos que afirmando ser oficialistas, cuentan con perfiles más apropiados a las oposiciones respectivas.
La revuelta en el patio trasero. Tal vez lo que resulte no del todo obvio, es el diagnóstico acerca del porqué de la nueva configuración regional. Muchos se empecinaron en mostrar el descuido de los Estados Unidos con respecto a la región. Si bien esto es verdad, es posible que no sea el único argumento fiable. En términos relativos se podría afirmar que los procesos de transformación en la región comenzaron promediando el comienzo del siglo. La crisis bancaria ecuatoriana en el ’99, la Guerra del agua boliviana en el 2000, las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en la Argentina, son algunos de los ejemplos, que mostraron la indignación popular ante las políticas neoliberales, y que hicieran que para mantener la gobernabilidad fuera necesario virar abruptamente en cuanto a los modelos de gestión. Este proceso posteriormente se fue acentuando con la crisis del neoliberalismo en otros lugares del mundo, principalmente en Europa y los Estados Unidos, cosa que precipitó la aparición de nuevos actores globales como Rusia y China que comenzaran a disputar seriamente la hegemonía yanqui en la región.
Immanuel Wallerstein, en una entrevista que le realizara el periódico español Diagonal afirmaba en febrero de 2009 que “lo más positivo de la presidencia de Bush fue constituir el mejor estímulo para la integración latinoamericana. No es casual que en estos años hayan surgido presidentes más o menos de izquierdas en 11 o 12 países de la región. Es sencillamente impresionante. El hecho de que Estados Unidos esté tan enfangado en Oriente Medio, hace que carezca de la capacidad militar, política y económica para interferir en la política latinoamericana. Actualmente, América latina ejerce un papel político autónomo y éste es un hecho irreversible. Está claro que la política de Chávez no es la de Bachelet, ni tampoco la de Lula, pero, sea como sea, América latina es una fuerza geopolítica independiente en la que Brasil es, sin duda, el primus inter pares, como demuestran los éxitos en su política exterior. Ejemplo de ello ha sido su papel, crucial, en las reuniones de Unasur, del Grupo de Río, etc., que constituyen una verdadera declaración de independencia. Por desgracia, el papel exterior, que juzgo positivo, no ha ido acompañado de una política interna más de izquierdas”.
En la misma entrevista, Wallerstein alertaba que la crisis coyuntural de 2009 se correspondía con una crisis estructural del capitalismo, de la cual recién en 30 años se podrán vislumbrar los cambios, pero que “el nuevo sistema social que salga de esta crisis será sustancialmente diferente. Si evolucionará en un sentido democrático e igualitario o reaccionario y violento es una cuestión política y por tanto abierta: depende del resultado del conflicto entre lo que llamo ‘el espíritu de Davos’ y ‘el espíritu de Porto Alegre’. En otras palabras, de la inteligencia y el éxito político de los movimientos antisistémicos”.
Sin dudas una cuestión abierta, en la cual no se puede dejar de contrastar la inercia, y en la cual sin la participación activa de las grandes mayorías populares, resultaría impensable avizorar cambios a favor de un mundo más justo.


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